CERRAR LOS OJOS 

Erice sin olvidar a Erice

Víctor Erice ha realizado dos de las películas más emblemáticas de nuestra cinematografía. El espíritu de la colmena, en 1973, primera ganadora de la Concha de Oro para un filme español, y El sur, una cinta inacabada y convertida en película de culto desde su estreno, una década después. Un par de piezas únicas que han logrado llevar su nombre a la historia del Cine. 

Ahora, pasados 50 años de aquel primer largometraje considerado como una de las mejores películas españolas del siglo, el cineasta vasco vuelve a la gran pantalla con Cerrar los ojos, otra joya fílmica que perfecciona su propio cine. Una película sobre la memoria y la identidad, el paso del tiempo y la vejez, que regresa a su propia filmografía reflejando guiños y temas que siempre han estado ahí, como las relaciones padre e hija, y el séptimo arte cual homenaje o resorte. 

Cerrar los ojos llega a las salas de cine, donde Erice concibe que se vea, coincidiendo con el aniversario del estreno de El espíritu de la colmena -dejándonos esos inolvidables ojos de niña, de Ana Torrent-, junto a la entrega del Premio Donostia en ese mismo Festival Internacional de Cine de San Sebastián que ya le otorgó su máximo galardón, formando parte de su vida y componiendo su manera de ver, de mirar.

Envejecer, esa es la cuestión 

Erice se toma su tiempo para cada filme. Más allá del binomio cinematográfico mencionado, hay que añadir del director y guionista el documental El sol del membrillo, en 1992, transformándose en la sombra del pintor Antonio López durante su proceso creativo, y la colaboración junto a otros directores en 2012 de Miércoles. 3.11, sobre el concepto de hogar tras el 11S y el terremoto de Japón, así como Alumbramiento, un cortometraje incluido dentro de film colectivo Ten Minutes Older: The Trumpet, en 2002, abordando cómo el condicionamiento del lugar y hora del nacimiento determina cada existencia. tratando además el concepto del tiempo. Pero también en su haber está su obra favorita, tan bella como mágica, La Morte Rouge, un mediometraje del 2006 que es un soliloquio y todo un material de estudio, de un estudioso, del cine, analizando la primera película que vio de crío, mientras ya de adulto juega con el lenguaje fílmico y con la realidad y la ficción, en forma y fondo, literal y metafóricamente, en momentos, en el lugar y con sus recuerdos, entendiendo así el mundo con el cine y a través de él.  

Entre una y otra han pasado décadas que en Erice corren a otra velocidad, tanto en su vida habiendo cumplido más de ochenta años de manera envidiable, como en su cinematografía, rodando despacio según qué planos, dando espacio a la poesía y al sentimiento. Aguardando la verdad. Y eso lleva su tiempo. 

Ese paso del reloj que en Erice es fundamental aún sin el tic- tac, conlleva una narrativa de silencio, de lo oculto y lo profundo, de imaginar más que de ver aunque se sienta.
Desde El espíritu de la colmena plasmando su mirada en la infancia para descubrirnos la muerte, a la adolescente viendo que otras vidas se pueden tener, hasta esta última de más de tres horas que correr en su justa cadencia y a ritmo de tango, dejándonos una reflexión sobre esa tercera edad que es llegar a la vejez. También sobre quiénes somos y cuándo dejamos de serlo, sobre desaparecer voluntariamente o inexorablemente, y sobre la memoria e identidad con sus evocaciones y emociones. 

Tomando como protagonistas a un actor y un director de una película inconclusa, Cerrar los ojos parece repasar un hilo suelto de las dos anteriores sin abandonar el foco en el cine, ese amado cine que siempre aparece en Erice de una manera u otra, como iniciación, catarsis y perdón. Y en su vuelta, regalándonos sutiles guiños al suyo propio. Y ahí está un cartel de Spellbound a la entrada de una casa, o que sea de dulce de membrillo la caja antigua donde se guardan algunos fetiches… 

Plano fijo. Plano corto. Plano largo. Quietud. Cerrar los ojos arranca con el plano de un busto con doble rostro, con dos cabezas, o dos caras, de una misma persona y en una misma piedra, como abarcando juventud y madurez, cuando se advierte el grano gordo en la película, como de otra época de celuloide, y empieza un nuevo filme, La mirada del adiós. Estamos dentro del cine de Erice. 

Con ese par de títulos entre adiós cerrar, bien podría ser un largometraje de despedida por parte del director, que llegando a una edad parece que toca hacer balance y demostrar. Sin embargo Cerrar ojos, y asimismo La Mirada del adiós, respira a Erice. Vivamente.
Y todo es una búsqueda, en la película y en película dentro de película, por una hija perdida en el lejano Oriente y un galán de cine desaparecido hace más de veinte años. 

Entre paralelismos y metáforas vamos encontrándonos con la periodista de un programa de investigación (Helena Miguel), que es el punto de partida, así como con la amante compartida (Soledad Villamil) por el director y actor, y con la hija de este último, interpretada por Ana Torrent, siendo imposible de obviar y quien vuelve a ser Ana, quien vuelve a llamarse Ana, en ese juego de realidad y ficción que Erice no sé si hace conscientemente. 

Está la aparición de Josep María Pou en un gran personaje. Y luego, la presencia de una médico caritativa (María León) y las monjas de un asilo, de esas que siguen teniendo fe.
Aunque desde que murió Dreyer, no hay milagros, que bien dice un antiguo montador (Mario Pardo), quien es el punto de inflexión, como su acertado comentario de envejecer, that’s the question… Con paciencia y elegancia.
Claro que hay quien diría aquello de Ser o no ser, esa es la cuestión, pero es que en Cerrar los ojos hay de esos temas existenciales, al igual que están esas miradas que dicen mucho, o callan. Y la de José Coronado impresiona en el papel de su vida. Y la de Manuel Solo conmueve en cada plano con esos ojos de querer creer, o de no creer ya en nada, mientras que sueña que una pantalla de cine y una película pueden enseñar, salvar y hasta resucitar(nos). 

Con Cerrar los ojos regresa el cineasta para no olvidar nunca a Erice, o para recordarlo siempre, dejándonos una bonita historia de misterios, pérdidas y reencuentros, de amistad y libertad, que se queda dentro con la calma y el peso del cine magistral. 

Mariló C. Calvo 

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