CEGADOS POR EL SOL: reinventando el remake
Corría el año 1969 cuando una pareja de guapísimos actores que había roto recientemente su relación se reencontraba en una película que los unía como amantes en la ficción y que se convirtió en un fenómeno de masas ávido de comprobar si los rescoldos del amor real conseguían traspasar los rígidos muros de la profesionalidad. La piscina era el título del evento y el francés Alain Delon y la austriaca Romy Schneider sus bellos protagonistas.
Las décadas han pasado, el recuerdo de aquella versión apenas existe y en una industria, la norteamericana, tan obsesionada por retomar cuanto huela a éxito para rodar secuelas que lleguen a convertirse en sagas o en echar la vista más atrás para convertir en actual lo que el tiempo ha sepultado en el olvido de los clásicos al que muchos no se molestan en acudir, y bajo el paraguas de la oportunidad de exponer a ojos primerizos lo que no es sino una actualización de lo ya aplaudido, se estrena ahora Cegados por el sol, metafórica traducción del inglés A bigger splash, algo así como La gran salpicadura. Ponerle el título literal quedaría raro, pero no más que otros a los que ya nos hemos acostumbrado.
En cualquier caso, Cegados por el sol tiene un cúmulo de sentidos interesantes. Sus protagonistas, una doble pareja con mucho en común, se encuentra de vacaciones y el astro rey hace gala de un poder casi tan potente como la fuerza de cada uno de los personajes. Por otro lado, tanta luz, tanta belleza y alegría los confunde, los ciega y los conduce a cometer actos sin demasiado control. Ya pensarán más tarde, cuando poco o nada tenga remedio.
Pero el sentido de Cegados por el sol que más se acerca a los dobleces de esta versión de la traducción del título original estriba en las propias contradicciones que se dan en el relato. Que el sol ciegue es ya una pista para lo que vamos a encontrar en la villa de Marianne, una estrella de la canción que por problemas en la garganta ha sufrido una operación que la mantiene callada en espera de recuperación. Paul, su pareja, es un director de cine sin autoridad alguna en su propia vida. Cuando Harry, amigo de Paul y ex de Marianne, hace su aparición, tal punto quedará mucho más corroborado. Se trata de un importante productor musical, un hombre vitalista y arrollador, pero únicamente por fuera. Nos queda Penélope, su hija, una chica tímida a la que de vez en cuando no le importa dar de lado a este pequeño inconveniente.
El día y la noche pueden confundirse con mucha facilidad. Se puede pasar de la tristeza a la euforia con rapidez, y Cegados por el sol lo hace de una forma magnífica. Pocas cintas más aparentemente surrealistas vamos a encontrar este año en la cartelera. Y desde luego ninguna en la que Ralph Fiennes cante y baile como en esta, ya sea en un karaoke o pinchando un disco en la casa a la que acude, faceta esta absolutamente desconocida del intérprete de El fin del romance y por la que vale la pena asomarse a las salas que proyecten la película. También por la actriz que da vida a Marianne, Tilda Swinton. Su trabajo es un prodigio. No puede hablar aunque sus ojos ya lo hacen por ella en un esfuerzo semejante al realizado por Cate Blanchett en la discutible Babel, posiblemente lo peor de la brillante carrera de Alejandro González Iñárritu pero una de las mejores interpretaciones de esa reina de las pantallas que de vez en cuando viene a recordarnos que Meryl Streep tiene sucesora.
Amor, celos e intriga son los ingredientes de este film que pudiera parecer uno más pero que lejos está de serlo. No es fácil serpentear entre manidos elementos para ofrecer un producto fresco que valga la pena recordar como único. Y si tenemos en cuenta que se trata de un remake, con más motivo, porque pese a mantener la línea argumental de la cinta que la precede, cuenta con detalles que la hacen diferente, caso de las razones por las que en una y en otra ocurre lo que da lugar al tercer acto. O, por supuesto, los momentos musicales, que en la primera sencillamente no existen. Son dos formas de mirar hacia una misma historia, las dos igual de válidas aunque por una de ellas hayan pasado más de 45 años. Pero sigue tan joven como la que ahora se estrena.
Silvia García Jerez