EL CASO SLOANE: escalofríos de perfección
Escalofríos de perfección. El resultado del trabajo de Jessica Chastain en la gran pantalla solo puede resumirse con esa precisa sensación. John Madden, el director de la galardonada Shakespeare in love, nos presentó en el año 2010 a una intérprete que nos dejaba asombrados y preguntándonos quién era y por qué no la habíamos descubierto antes.
La película se titulaba La deuda y ella se hacía cargo de darle vida a la joven Rachel, que de mayor tomaba el rostro de Helen Mirren. Jessica concentró en su trabajo los ojos y los oídos de quienes asistieron a un recital (que incluía el alemán que aprendió para su personaje) que hoy sabemos que podíamos esperar de ella, pero que entonces nos sacó gustosamente de la mediocridad en que transcurría el desarrollo del largometraje.
La propia Jessica reconoce que el año 2010 fue básico en su vida, un momento en el que iba a cambiar todo, como así ocurrió, gracias también a que intervendría en El árbol de la vida, de Terrence Malick, que se presentaría en 2011 en el festival de Cannes. Siete años después se ha convertido en musa del cine más selecto. Su nombre es sinónimo de una exquisitez cinematográfica al alcance de muy pocas filmografías y John Madden ha vuelto a confiar en ella para darle otro de esos personajes que marcan una trayectoria, como ya lograra su Maya de La noche más oscura: el de Elizabeth Sloane en El caso Sloane.
Madden y Chastain vuelven a hacerle frente a un film en común y esta vez no solo ha acertado Jessica, también John ha subido el listón y ha alcanzado las cotas de gran cine que habitualmente se le atribuyen a la industria norteamericana por la rutina de considerarla excelsa, pero que muchas veces nos decepciona a pesar de las esperanzas que se ponen en ella. El caso Sloane escapa a los parámetros negativos y puede considerarse representante del cine americano que vale la pena ver incluso si no se trata del día del espectador.
La actriz borda un personaje complejo, lleno de matices, a veces exaltado y otras empequeñecido por las circunstancias, pero siempre contenido, sin caer en el histrionismo, dotando a su Elizabeth Sloane del abanico de reacciones que una mujer extremadamente fuerte exhibe en las ocasiones propicias para demostrar su valía en un mundo de hombres en el que solo por pertenecer al género femenino sabe que debe trabajar el doble para figurar a la misma altura.
Ahora imaginemos por un momento que Jessica Chastain no hubiera querido o no hubiera podido aceptar ese personaje. Que se hubiera tenido que optar por Amy Adams o Marion Cotillard. A veces las agendas o las equivocaciones de los actores permiten a otros de sus mismos perfiles optar a la plaza. En ese caso habría sido una pena, pero no un desastre, porque el resultado no habría cambiado.
No voy ahora, tras haberla alabado, a destruir el trono que con tanto talento se ha ganado Jessica Chastain, sino a demostrar que no se trata de una película cuya única baza sólida sea su principal estrella, por mucho que fuera la única nominación al Globo de Oro que la cinta pudo conseguir. Al contrario, tiene una estructura tan estable que todo en la película funciona con la precisión del horario alemán.
El guion del debutante Jonathan Perera está lleno de giros apabullantes y diálogos inolvidables («Si vais a romper el hielo, hacedlo con ideas» es una de las muchas perlas que pronuncia la protagonista) , la dirección es incontestable, la banda sonora de Max Richter (Vals con Bashir, El Congreso) es un verdadero regalo, y el ritmo es propio de la película de acción mejor concebida.
John Madden firma un ejercicio tan brillante como exigente. La profusión de datos, la rapidez de los diálogos y la celeridad con que se suceden los acontecimientos no permiten distracción alguna. Se trata de una película tan absorbente como lo fue La gran apuesta, aquella maravilla protagonizada por Steve Carrell y Christian Bale sobre el colapso financiero de mitad de los 2000.
Nada de lo que muestra en El caso Sloane está colocado en lugar erróneo, nada se dice por casualidad. Ningún personaje está de más, ni siquiera el de ninguna de las mujeres que aquí aparecen. De hecho, es recomendable prestarle especial atención al de Gugu Mbatha-Raw y su inolvidable Esme Manucharian. Papeles secundarios como ese en el Hollywood de hoy son como intentar encontrar un rayo de sol en medio de una tormenta.
Pero, lo dicho, en El caso Sloane todos son importantes, todos cumplen una función y todos están al servicio de una historia colosal que habla de América, de sus lobbies, de su funcionamiento interno, de corrupción, de sobornos, de los límites que tienen los propósitos, de cruzar líneas, del peligro que suponen las decisiones, de conocer los movimientos de tus adversarios y adelantarte a ellos. Y de sobrevivir en una jungla en la que si no se va a ganar, no merece la pena luchar.
Silvia García Jerez