CASI 40: La amargura de la madurez
Como director de largomentrajes, David Trueba llega a Casi 40 cinco años después de la exitosa Vivir es fácil con los ojos cerrados, película que le dio a Javier Cámara su primer Goya como mejor actor y que además nos descubrió a una de las mejores actrices españolas de la actualidad, y por ende, del mundo, porque España está en él: Natalia de Molina.
Ahora, con Casi 40, el pequeño de los hermanos Trueba no nos descubre, porque ya los descubrió él mimo hace 22 años, incluso como pareja, en La buena vida, pero sí nos recuerda que dos actores a los que hacía tiempo que no veíamos en las salas de cine siguen estando ahí para quien quiera trabajar con ellos en el formato de la gran pantalla, que es, por ahora, el que más prestigio tiene, aunque haya perdido espectadores: Lucía Jiménez y Fernando Ramallo.
Ambos interpretan en Casi 40 a dos amigos que fueron novios casi en otra vida y que siguen manteniendo una amistad pasajera que recuperan cuando él se pone en contacto con Lucía para, como manager que es, montarle una gira de conciertos en locales por toda España para que vuelva a vivir la emoción de cantar las canciones que compuso para discos que vendieron mucho y la hicieron famosa pero que hace mucho tiempo que dejaron de ser actualidad, por lo que en el presente, con los Casi 40 del título, se dedica a vender productos de cosmética.
Casi 40 se convierte, por lo tanto, en una road movie musical en la que los recuerdos van flotando de escena en escena en diálogos que los dos protagonistas mantienen a lo largo de la película.
El planteamiento es magnífico y se podría hacer con él una joya. De hecho, las road movies suelen ser maravillosas, desde Rain Man a Thelma & Louise, pasando por la ya citada Vivir es fácil con los ojos cerrados, y lo mismo puede decirse de los musicales, un género que de por sí nace ya en estado de gracia, por mucho que cintas como Chicago no merecieran el Oscar a la mejor película o que Tom Hooper destrozara a nivel de dirección, y no solo escogiendo a Russell Crowe para perpetrar algunos temas, el fantástico libreto que tiene Los Miserables.
Pero pese a que el planteamiento sea estupendo, como digo, y una gran oportunidad para plasmar con realismo y sensibilidad el desencanto de la madurez, Casi 40 no acaba de cuajar. Y son varios los factores por los que no logra alzar un vuelo que tiene al alcance de la mano.

Para empezar, David Trueba es mejor guionista que director. Sus guiones, especialmente literarios, porque también es escritor y se nota en cada diálogo de sus personajes, no se plasman de manera creíble en la pantalla. Suenan a que el espectador está leyendo un libro filmado, y eso queda alejado de la naturalidad.
Por otro lado, si los guiones están compuestos, estructuralmente hablando, por planteamiento, nudo y desenlace, tal vez sea intencionado pero resulta desconcertante que este film pase del planteamiento al desenlace sin nudo previo. No hay giros, los personajes no evolucionan, solo reflexionan sobre sus vidas, con momentos musicales entre este recuerdo y aquel. Y eso, cinematográficamente hablando, deja la película a medio gas.
Lo mejor de Casi 40, porque no todo es malo en la vida, es escuchar a Lucía Jiménez cantar. Temas propios de cantautora que suenan bien, que ella interpreta de maravilla y que logran el propósito de que nos creamos que su personaje, hace tiempo, tuvo éxito con ellas. No sería de extrañar, y además sería merecido, que alguno de ellos fuera nominado al Goya y ganara el premio.
Casi 40 cuenta también, dentro de las reflexiones aludidas, con algunas especialmente brillantes, caso de la anécdota de los hoteles, tremendamente creíble y en la que, como no estamos en las circunstancias que el film detalla muchos no hemos reparado, o la reflexión que el personaje de Lucía Jiménez hace sobre las canciones más famosas de los intérpretes, sobre por qué no toca nunca el tema que la ha consagrado y por el que es conocida. En ese aspecto, Casi 40 invita a pensar más allá del entretenimiento que supone ver a dos amigos hablar de sus pasados y de sus mustios presentes.
Poco más destacable hay en Casi 40. Y es una lástima que viniendo de quien un día hiciera la fabulosa y poco reconocida Madrid, 1987, un arriesgado trabajo también con dos actores en pantalla, en ese caso José Sacristán y una María Valverde a su altura, no llegue con su nueva película al cenit que fue esta otra.
Silvia García Jerez