CASA AJENA: El terror de la inmigración
Casa ajena es uno de los últimos fenómenos que se han materializado en la plataforma Netflix. Llegó a la misma el pasado 30 de octubre y desde entonces ha sido uno de esos títulos que no hay que perderse si quieres estar al día.
También ha sido una de las películas fundamentales dentro del catálogo de cine de terror de este último trimestre de 2020, porque Casa ajena es, ante todo, un film que parecía que no daba tregua en cuanto a lo que el género de casas encantadas tenía que ofrecer y sí un giro respecto a sí mismo, así que el título no podía ser más atractivo como gancho de cine infalible.
A todo ello se sumaba el hecho de que el mensaje respecto a los refugiados fuera tan significativo que, efectivamente, el punto de vista fuera lo llamativo que correspondía al boca oreja generado incluso desde antes de su estreno en Netflix.
Y es que la historia de Casa ajena parte de un grupo de supervivientes de Sudán del sur, tanto de la guerra como de la travesía hacia el mundo que no está en plena contienda y que puede, si quiere, ayudarlos a encontrar una vida mejor, lo cual no siempre es el caso.
Aquí Bol (Sope Dirisu) y Rial (Wunmi Mosaku) han logrado llegar a Londres desde el cayuco que tomaron tras una criba en el camión que los alejó de su pueblo, todo lo suficientemente espantoso como para aceptar la casa que las autoridades les otorgan, un palacio para su nueva vida, pero a la que deben acomodarse con unas estrictas normas que incluyen no hacer fiestas, no hacer ruido, no tener huéspedes o, y esta es básica, no cambiar de casa. La sinopsis es de una solidez como no veíamos desde Gremlins, y prometía como en el caso de ese clásico de los 80, pero entonces aquella cumplió.
No nos desviemos. Aparentemente, por muy destartalada que esté, es una maravilla, mejor incluso que la de aquellos funcionarios encargados de adjudicársela. No pueden tener queja. Alguna pega sí, porque está en bastantes malas condiciones, sobre todo sanitarias, pero nada que unas jornadas de fregona no sean capaces de arreglar.
Lo malo es que la atmósfera, en breve, se tornará insoportable. Lo malo llega de verdad: voces, presencias, fenómenos extraños se hacen cada vez más patentes y con ellos la evidencia de que en esa casa no solo están viviendo ellos. El título original de la película es His House, Su casa (de él), así que ya sabemos a qué atenernos. Aquí hay alguien que ya estaba antes. Y no quiere compañía.
Casa ajena es la ópera prima de Remi Weekes, una mujer que ha demostrado tener un enorme magnetismo con el público gracias a esta mezcla de terror con reivindicación social. Que no es la primera que hace el género, sin ir más lejos la prodigiosa Us, de Jordan Peele, ya los juntaba y con un resultado infinitamente mejor.
Porque aquí Weekes pretende alcanzar una modernidad que está lejos de conseguir. Las metáforas de la inmigración resultan especialmente burdas por querer ser tan evidentes. No hace falta subrayar tanto lo que pretendes denunciar. Muchas veces solo con plantear el tema ya estás haciendo una denuncia, pero Remi fuerza tanto la puesta en escena para que no haya equívocos que en muchos momentos olvida ser rigurosa con el género con el que quiere que esa denuncia se manifieste, nunca mejor dicho.
En efecto, Casa ajena utiliza el terror para que el mensaje quede más claro, para que el drama de la inmigración no se transforme en algo tan intenso que el cupo de dolor del público acabe desbordado y destrozando a quienes la vean o simplemente no les interese porque la denuncia social en el cine no es entretenimiento, y el terror sí. Toca juntarlos para captar la atención primero y concienciar después.
Pero Casa ajena toma una serie de decisiones erróneas que no le favorece en ninguno de los dos aspectos. Es tan extrema en sus apuntes dramáticos que nos acaba sacando de la casa a patadas. Quienes nos queremos mudar somos nosotros, no ellos. Cuando tengamos todas las piezas del puzzle convendremos en que si esta historia es así, el guión es imposible. No sin una lucha mayor, no con tanta tranquilidad, no de ese modo.
Siendo así entendemos entonces el lado del terror, pero éste también escoge un camino tan efectista que nuevamente no nos lo creemos. Los fantasmas no funcionan así en las películas, su actuación en esta está completamente deformada y tan exagerada que no es posible que entremos en su juego. Y somos incapaces de asustarnos.
Y si los dos géneros en los que te mueves fallan, no hay salvación posible, la película sencillamente no funciona. Resulta admirable que se quiera reivindicar una parte del mundo y los problemas que tienen, y se ponga de manifiesto que el racismo sigue presente en nuestra sociedad.
No hace falta irse a Estados Unidos, en Europa también es un hecho comprobado, y tan normalizado que cualquier manifestación racista puede llegar a verse con la naturalidad con la que la dominación blanca se ha impuesto a lo largo de los siglos. No estamos como en la época de la esclavitud pero poco nos separa de ella, como también demostró mucho mejor la reciente Antebellum.
Casa ajena es un ejercicio que debería ser admirable pero recorre su camino en la dirección equivocada. Aún así es un acierto que el cine de terror se centre en algo que no suele porque siendo los espectadores jóvenes los que más se acercan a la plataforma en la que se puede encontrarse será un tema al que se acerquen, y muchos de ellos descubran: la inmigración da miedo, pero no por los fantasmas que provoca sino por la situación en la que muchos refugiados viven.
Silvia García Jerez