CANCIÓN DE NUEVA YORK: la otra mujer
Canción de Nueva York es el extraño título que bautiza en España a The only living boy in New York, que es no solo la conocida canción de Simon & Garfunkel, que por supuesto suena en la película, sino algo más que le da sentido a la cinta que nos ocupa y que no puede contarse sin arruinarla. Pero lo que sí puede decirse es que llamar de otra manera al último trabajo de Marc Webb, del que este mismo año hemos visto la fallida Un don excepcional, no es una buena idea.
Canción de Nueva York nos lleva, claro, a dicha ciudad y la voz en off de uno de sus intérpretes, Jeff Bridges, que también ejerce de narrador, nos sitúa en la vida de Thomas Webb (Callum Turner), un jovencito recién licenciado que pasa de tener una vida aburrida a verse inmerso en una apasionante cuando descubre, junto a su novia (Kiersey Clemons), que su padre (Pierce Brosnan) tiene una amante (Kate Beckinsale), por la que Thomas, sin poder evitarlo, se va a sentir fascinado.
Entre que Thomas está buscando su sitio, dudando de si es bueno o no como escritor, y no sabiendo si dar un paso más en su relación con Mimi, encuentra apoyo en un vecino, W. F. Gerald, el ya citado Jeff Bridges, que inesperadamente será el hombro en el que ahogue sus penas. Inesperadamente porque de la escalera en la que lo encuentra al subir a casa a la confianza con que Thomas se desenvuelve en ella hay muy poco espacio de tiempo, no porque W. F. no le haya ofrecido su complicidad con insistencia.
El drama está servido. Y, por qué no decirlo, también el culebrón. El director de (500) días juntos continúa por la senda del cine romántico por la que caminó con Un don excepcional y nos propone un complicado juego de deseo y culpa, de dobles vidas y relaciones ocultas, que se hace más atractivo en su planteamiento que en el insípido resultado.
Querer ser trascendente y quedarse en la anécdota no es lo que se pretende cuando cuentas con un reparto de este orden. Poder juntar a Pierce Brosnan con Kate Beckinsale, Cynthia Nixon y Jeff Bridges es para suponer que Canción de Nueva York apunta a obra superlativa. Pero no siempre los actores aciertan en sus elecciones y aunque no deje de ser abrumador encontrárselos en el mismo título, por mucho que sus estrellas no sean las que fueron, las ganas de aplaudirles se congelan cuando el único motivo que se tiene para hacerlo es que se venera su presencia en la pantalla.
Canción de Nueva York es un estupendo divertimento para disfrutar en sobremesa. Una historia que ya conocemos porque no es la primera vez que nos la cuentan, pero que tiene su encanto si se lo buscamos, si no pretendemos encontrarle nada más. Entonces funciona como un reloj. Pero lo dicho, no como el reloj que tanto nos gusta que llevamos rodeando la muñeca sino como ese otro, el funcional que tenemos en la cocina.
Silvia García Jerez