BIENVENIDOS A MARWEN: El arte como trinchera
Bienvenidos a Marwen es un milagro. Porque Robert Zemeckis es uno de los grandes nombres del cine comercial contemporáneo pero ha dado un paso adelante en el desierto de creatividad que nos rodea.
Suyas son la trilogía Regreso al futuro, ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, Forrest Gump o Contact. Un trocito de la historia del cine lo firma él con letras de oro, y no he citado todos los títulos por los que su nombre está más que consagrado.
Hace cuatro años estrenó El desafío (The walk), que fue no solo una de las mejores películas del momento sino un ejercicio en 3D como nunca antes lo habíamos visto. Algo, de nuevo, más allá de lo que el cine suele ofrecer y que Zemeckis, casi como el alumno tímido de la clase, realiza sin esfuerzo y estrena para el asombro de quienes no conciben que alguien que fue enorme en los 80 evolucione para seguir siéndolo en 2019.
Ahora nos presenta la historia de Mark Hogancamp, un ilustrador de la II Guerra Mundial que tras sufrir un ataque homófobo y quedarse en coma durante 9 días, despierta a una realidad que no conoce porque no la recuerda. Pero sí le ha quedado un poso de terror hacia los nazis que plasmará en las maquetas del pueblo de la II Guerra Mundial que construye en el jardín de su casa.
En ella, sus habitantes, todos amigos, conocidos y hasta él mismo, son muñecos con los que recrea la vida que le gustaría vivir y la fotografía con su cámara, algo que hace tan bien que el auténtico Mark, tal y como consta en la película, las exhibe en exposiciones que aún hoy le siguen proponiendo.
Bienvenidos a Marwen entra dentro de ese cine asombroso que mezcla lo fantástico en la filmografía de Zemeckis y que consigue objetivos que parece que nadie se ha marcado antes.
Sí, películas con efectos especiales hay, muchas, unas más acertadas que otras, pero al igual que su mentor, Steven Spielberg, estrenara el año pasado Ready Player One y sacudiera los cimientos del género logrando algo tan virtuoso que no tuvo más remedio que fracasar en taquilla, Robert Zemeckis llega con Bienvenidos a Marwen para demostrarnos que si no te gusta la película el problema lo tienes tú.
La crítca estadounidense masacró Bienvenidos a Marwen y una vez vista la película no se entiende que hicieran algo semejante, hasta el punto de apartarla de la carrera al Oscar, para la que Zemeckis, ganador por Forrest Gump, y Steve Carell, actor que merecería haber ganado ya varios pero que solo cuenta con una nominación como protagonista por Foxcatcher podrían perfectamente haber estado presentes con candidaturas para ellos y alguna más, por no ahondar en unas cuantas, por lo pronto los fabulosos efectos visuales.
Pero en Estados Unidos no gustó. Es comprensible solo desde el punto de vista de que no les apasionen las historias oscuras. O alegres, porque la que aquí se cuenta no es sino otra de superación a las que son tan adictos, pero con claroscuros tan marcados en su tono que parece negativa. Un drama con toques de comedia, pero con una intensidad acusada que por momentos nos hace sentir angustia por nuestro héroe.
Para escapar de ese drama está la fantasía, y ahí es donde Zemeckis nos hace abrir los ojos con la perfección con la que nos muestra la animación integrada de forma asombrosa con la acción real. Los muñecos con los que recrea el pueblo de la II Guerra Mundial cobran vida como lo hacían los de Toy Story, solo que aquí ese Toy Story está más cercano a Team América: La policía del mundo.
La diferencia estriba en que donde en Toy Story los muñecos vivían al margen de su dueño, en Bienvenidos a Marwen es el dueño el que se la da, y por lo tanto el que la controla. La mezcla entre los dos mundos, el Toy Story chungo que es la fantasía que desarrolla Mark para ir fotografiando y la realidad en la que basa sus historias, es admirable.
Hay momentos, por ejemplo en el juicio, en que no cabemos en nosotros del asombro. Cómo se puede hacer cine tan bien y que se note tan poco lo complicado que es. Robert Zemeckis es un artesano del que muchos, consagrados o no, deberían aprender.
Y qué decir de Steve Carell, con una erre nada más, por favor. Un actor inmenso que, al igual que Tom Hanks, ha sido más famoso por sus interpretaciones en comedia hasta que se ha decantado por el drama como opción mayoritaria. También porque, de entre los guiones que le mandan, prefiere los de este género, pero es que ha sido cuando se ha puesto serio cuando ha volado hasta lugares inalcanzables.
Steve es un intérprete sin tacha, capaz de lo inimaginable, y no solo es bueno haciendo su trabajo, es que es mejor escogiendo dónde ejercerlo. Su filmografía es cada vez más sobresaliente: es la voz de Gru en la versión original de los films, resolvió con brillantez su antipatiquísimo personaje -real- en La batalla de los sexos, acaba de convertirse en Donald Rumsfeld en El vicio del poder, y fue uno de los cuatro economistas, curiosamente otro Mark real, que vio venir la crisis de 2006 en La gran apuesta. Y todo esto solo en sus películas más recientes.
Como Mark Hogancamp también podría pasar a la historia. Debería hacerlo, y a pesar del rechazo que Bienvenidos a Marwen ha provocado en su país de origen, y en algunos más, con el tiempo se reconocerá como la joya que es, y a Steve se le reivindicará como merece por ella.
Su Mark es vulnerable, pero es que la paliza lo ha mermado y bastante es que ha cambiado para reconducir su talento a otra actividad artística. Y tras ese proceso, Steve humaniza al personaje de forma que sin sentir lástima por él, nos enternezcamos lo suficiente como para implicarnos en sus hazañas.
Eso en su parte real. En la de ficción es asombroso asistir a la interpretación de un muñeco. Sabemos que lo es y aun así nos volcamos en sus aventuras, incluso cuando el guion recalca que es un muñeco y que no puede hacer ciertas cosas. Y qué. Funciona igual, porque la dirección de Zemeckis y el trabajo de Carell no tienen tacha y nos creeríamos eso y que hay una luna de miel en Marte.
Bienvenidos a Marwen es una película que a pesar de su evidente oscuridad es una fiesta. Pocas veces asistimos al milagro del cine que nos llena, que nos hace desear que en la siguiente escena no empiece a bajar el nivel, que se disfruta a cada momento porque vemos que sus intenciones caminan a la par que sus resultados, y eso solo lo puede conseguir alguien que domine el arte de contar historias con imágenes del modo en que Zemeckis lo hace. Con la tranquilidad de los grandes que ya son leyenda.
Silvia García Jerez