BENEDETTA: Polémica en el convento
Paul Verhoeven estrena Benedetta. Que Paul Verhoeven tenga lista una nueva película es una buena noticia. Aunque luego le salga algo parecido a Elle, una cinta extremadamente sobrevalorada que si analizamos con frialdad no merecía tanto aplauso. Pero era suya, y venía a engrosar una filmografía asombrosa de cine realizado desde los años 70 en su Holanda natal y agrandado en Estados Unidos desde que irrumpiera en esa industria en 1987 con la mítica Robocop para seguir haciendo historia con Desafío total o Instinto básico.
En alemán, inglés o francés, Verhoeven se adapta a lo que toque contar y no rueda sus películas en inglés por defecto para dirigirla más fácilmente al mercado internacional, sino que si escoge la vida de Benedetta, que tuvo lugar en un pueblo remoto de Francia en el siglo XVII, el idioma elegido es el de Montesquieu.
Benedetta (Virginie Efira) comienza cuando de niña su padre la lleva al convento en el que va a pasar el resto de su vida, como era común hacer entonces, llevar a las hijas a estos encierros para que las pequeñas se instruyeran, previo pago de una dote que no todas las familias podían permitirse. Estamos hablando del siglo XVII.
El día a día de Benedetta transcurre con normalidad, bajo la supervisión de la Abadesa, Sor Felicita (Charlotte Rampling), que le enseña, como a las demás, la disciplina a mantener. Pronto la novicia empieza a sufrir visiones, porque son muy reales llegarán a ser muy dolorosas, que la llevan a comportamientos nada ortodoxos en el recinto. Jesucristo se le aparece en su vida cotidiana, tanto en público como en privado. Nada puede hacer para evitarlo y su fama se torna oscura como persona diferente.
También lo será en cuanto a su vida privada. El aspecto sentimental de su existencia se ve sacudido cuando una nueva novicia llega al convento. Se trata de Bartolomea (Daphne Patakia), una chica muy pobre cuyas circunstancias harán que aún así la dejen quedarse. Y Benedetta va a iniciar una relación con ella.
Nada en la existencia de Benedetta es como debería ser. Como mandan los cánones. La intimidad que tiene es poca y todo se acaba sabiendo, así que su margen para sobrevivir en una época tan oscura se va a ir estrechando hasta volverse mínimo.
Bendetta contiene todas las trazas que se pueden esperar de un director tan polémico como Paul Verhoeven. No resulta raro que sus estrenos concentren protestas de los grupos contrarios a aquello de lo que habla. Si con Instinto básico desató la ira del colectivo LGTBI+ contra una película donde la protagonista era una lesbiana asesina, con la presente se está encontrando con ultracatólicos frente a las puertas del Festival de cine de Nueva York, ya que en Estados Unidos no se estrena hasta el mes de Diciembre.
Obviamente no es una película para quienes protestan por ella. La hayan visto ya o no, se manifiesten en contra por lo que han oído o por lo que saben que en la pantalla tiene lugar, cuando uno sale al acabar la proyección entiende el descontento. Porque se trata de Paul Verhoeven en estado puro: irreverente, sórdido y turbio. Por lo tanto, la otra cara de la moneda será que los fans del director holandés van a estar muy agradecidos. Quienes no se quieran espantar lo mejor que pueden hacer es no ir a verla.
Pero vamos a imaginar que lo que se pretende es ir dispuesto a descubrir la película que hay dentro del título. En ese caso, lo que el espectador se va encontrar es una historia apasionante de una mujer que fue a contracorriente en un momento en el que era impensable. Un relato entretenidísimo en el que desde el primer minuto ya estamos inmersos en el universo que plantea.
Todo en Benedetta funciona bien. El tempo, el ritmo, las visiones mezcladas con la realidad del convento, la presión que sufre la monja porque nada de lo que le ocurre es normal pero no puede evitar que le suceda. Loca o cuerda, invento o verdad, manipulación o impotencia, Benedetta siente de manera constante la presencia divina, que le habla, que le transmite mensajes, que le dice lo que va a pasar. Eso no es bien recibido. No puede serlo.
Religión y sexo en una mezcla prohibida. Las escenas íntimas con Bartolomea, donde es la novicia joven la que lleva siempre la iniciativa, son más atrevidas de lo que mucho público conservador está dispuesto a aceptar, pero en realidad no son distintas de tantas otras vistas previamente. Solo cambia, de cara al escándalo, el contexto. Y el instrumento, que es una osadía. Pero claro, cómo hacerse con otro. No se podía.
Basada en una historia real, recogida a su vez en la novela de Judith C. Brown Inmodest Acts: The life of a lesbian nun in Renaissance Italy, Verhoeven solo pone en imágenes lo que un libro, del que pocos sabían nada hasta que él lo ha llevado al cine, ya describía.
Verhoeven acierta también en la atmósfera sofocante tanto dentro del convento, salvación aparente respecto a la peste que está desolando Italia y que de momento está respetando el pueblo que tiene a Benedetta como vecina, como fuera de éste, donde solo hay pobreza y la amenaza de la muerte por la terrible enfermedad es una realidad.
Solo en la recta final del metraje, cuando todo relato parece agotado por la deriva de los acontecimientos, hay un bajón de ritmo que acusa la nota global e impide darle a la película el 10 que se estaba mereciendo. Vuelve a subir progresivamente hasta un magnífico remate al conjunto, en el que Charlotte Rampling, que por muy secundaria que estuviera siendo, no ha dejado de reinar en la función y se corona como el diamante rotundo a admirar dentro del elenco. La fuerza de su interpretación, el magnetismo de su villana aumentando sutilmente el nivel de su maldad es tan portentoso que no necesita una presencia mayor para dominar a quienes la rodean.
Aún así, Virginie Efira es inolvidable. Ya estaba en Elle, pero muchos la descubrirán gracias a Benedetta, que coincide en cartel con Adiós, idiotas, la vencedora de la última edición de los César, con 7 galardones, que también protagoniza. A ella se le une Daphne Patakia, su espléndida compañera de reparto, y entre las dos constituyen un tándem potentísimo.
Benedetta puede parecer una obra menor, pero nada más lejos de la realidad. Es una de las grandes películas de la filmografía de Verhoeven, una oda a la libertad creativa, a la entrega religiosa y al sexo sin tabúes. Que fuera real o no lo que cuenta, cada uno tendrá que posicionarse. Verhoeven solo reparte las cartas de la manera más atractiva posible para desarrollar una partida en la que hay pocos errores, muchos aciertos y un arte, el cinematográfico, como claro ganador.
Silvia García Jerez