BABYGIRL: Infidelidad tóxica

A veces es complicado hablar de las películas más esperadas. Babygirl, la cinta por la que Nicole Kidman ganó la Copa Volpi el pasado mes de septiembre en el festival de cine de Venecia, es una de ellas. Porque es muy esperada -tiene un reparto sensacional, supone el regreso del cine erótico norteamericano a la gran pantalla, está metida en la carrera de premios desde que llamara la atención en Venecia- y porque es todo lo contrario a lo que debería: tóxica, desagradable, humillante para las mujeres, tópica, machista…

Cuenta la historia de una infidelidad, la de Romy (Nicole Kidman) a su marido, Jacob, (Antonio Banderas) con uno de los becarios de su empresa, Samuel, (Harris Dickinson, el protagonista de El triángulo de la tristeza). Pero no se limita a ser una infidelidad normal con besos robados, sexo furtivo y miradas cómplices entre los amantes en público. Es mucho más sucia que todo eso.

Nicole Kidman y Harris Dickinson interpretan a la jefa y al becario de este film, en Babygirl
Nicole Kidman y Harris Dickinson interpretan a la jefa y al becario de este film

Pareciera que Babygirl sólo se hubiera planteado, como película, en base a la humillación que el personaje de Nicole Kidman es capaz de aguantar con tal de no perder su puesto frente a un joven que no está dispuesto a renunciar a ella pero que la persigue con tácticas oscuras de carácter psicológico de tal modo que sea ella la que le suplique, con su actitud, y posteriormente con sus actos, que él no se vaya. Porque ella puede irse pero no lo hace. Y ante semejante respuesta queda expuesta. Y nada es bonito, ni en ese proceso y en cuanto vendrá a continuación.

La mayor muestra del horror al que se expone está simbolizada en un vaso de leche. Un vaso de leche que tal vez se haga mítico a partir de que la película tenga éxito o se convierta, por su culpa, en un título de culto, pero no hay nada sexy en él. El uso de ese vaso de leche en Babygirl es tan humillante que no se entiende que una estrella del calibre de Nicole Kidman haya aceptado hacer la película y mucho menos que otra mujer, Halina Reijn, nacida en los Países Bajos, haya sido la artífice de su guión y se haya encargado de su dirección.

En Babygirl todo se encamina hacia la sublimación de un ideal: el masculino al respecto de lo que debería ser una relación sexual con una jefa. Cuanto más se la pueda humillar, mejor. Pareciera, en lugar de una película erótica comercial, un film en el que el becario que sueña con dominar sexualmente a la jefa, lo consigue. Y la cinta no recorre más argumentario que ese. Sólo queda saber cómo reaccionará el marido de ella.

Simplicidad narrativa y oscuridad moral. Un telefilme erótico con estrellas de cine en su cartel. En los años 90 no habría sido llamativo, había películas así con bastante asiduidad, pero Hollywood hace tiempo que desterró el sexo de la gran pantalla. Y de la pequeña también. Así que cuando una película lo recupera se celebra. Pero también habría que ver qué se está celebrando.

Porque Babygirl es, además de todo lo dicho, una película muy incómoda de ver. No en el sentido de la asistencia a una proyección con temática sexual en una sala de cine, de forma que al ser grupal, junto a los asistentes en las demás butacas, lo haga incómodo, sino que resulta desagradable, fea de ver. Su planteamiento ya lo es. Y es algo innecesario porque no es irónica, es muy seria, por lo que hay momentos en que resulta incluso ridícula -toda la discusión de Nicole Kidman con Antonio Banderas-. Lo que pide un argumento así es ser crítico con esa situación, más real de lo que pudiera parecer, y para eso nada mejor que ser mordaz. Tomarse en serio a sí misma no le favorece porque produce el rechazo del relato junto a la desafección que el espectador siente por las imágenes que contempla.

No hay lugar, en Babygirl, a moraleja alguna. Es una historia retorcida en la que una infidelidad tóxica llena una vida insatisfecha. Sin más dobleces, sin más capas. Morbo construido a base de escenas de sexo insólito para una mujer que no ha experimentado relaciones sexuales juguetonas. Un descubrimiento tardío de lo que el sexo es capaz de ofrecer en un entorno psicológicamente hostil. Ni es un mensaje fácil para una audiencia masiva ni es una película cómoda para espectadores no advertidos acerca de su contenido. Por eso también es incómoda de ver. Porque quien piense que va a asistir a una película amable en la que Nicole Kidman y Antonio Banderas interpretan a personajes tradicionales dentro de un matrimonio que no funciona está muy equivocado. Y lo más normal es que el resultado produzca rechazo.

Pero es el concepto en sí de la cinta el que debería producirlo. Profundamente machista, Babygirl es un ejercicio muy alejado de lo que en estos tiempos ha traído el Me Too. En lugar de defender el territorio, que la protagonista se deje avasallar es terrible. Signo de una realidad que también sucede, pero para eso ha cambiado el cine, para denunciarla, no para volver a caer humillantemente en ella.

Silvia García Jerez

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