ATARDECER (SUNSET): En busca del pasado

Atardecer es el nuevo trabajo de László Nemes, director de la extraordinaria El hijo de Saúl, por la que ganó el Oscar a la mejor película extranjera en 2016, y si aquella era un viaje a los infiernos del Holocausto nazi, en Atardecer mira un poco más hacia atrás y se sitúa en el Budapest previo a la I Guerra Mundial.


Atardecer cuenta la historia de una jovencita que llega a la tienda de sombreros que perteneció a sus padres con la intención de ser contratada, a la respuesta de un anuncio que pide sombrereras. Pero a pesar de tener todos los puntos para hacerse con el puesto, curiosamente es rechazada y no le permiten ocuparlo.


Írisz Leiter, que así se llama la chica, se queda extrañada de que no pueda ser posible, algo que está tan al alcance de su mano y que prácticamente le pertenece por derecho propio, pero esa negativa será lo que dé lugar a un pozo casi sin fondo de descubrimientos sobre su familia que van a llevar a Írisz al mayor de los heroísmos.


Porque de una manera no precisamente agradable va a descubrir que tiene un hermano, y en su lógico interés por encontrarlo va a comenzar a atravesar las capas de secretos de que se compone la realidad en la que la sombrerería vive. A cual más escalofriante, porque allí nada es lo que parece por mucho lujo que tenga cuanto está a la vista.

Atardecer
En la sombrerería de ATARDECER nada es lo que parece

László Nemes ya en El hijo de Saúl demostró su pericia para contar la Historia con una perspectiva diferente llenándola de una emotividad sin precedentes, de esa que daña el alma al ver lo que ocurre en la pantalla, aunque no enfoque todo lo que tenemos delante porque solo el primer plano está nítido, justo al revés de lo que consiguió Orson Welles en Ciudadano Kane, que fue una profundidad de campo asombrosa en cada fotograma.


En El hijo de Saúl la cámara estaba pegada a la nuca del protagonista, siguiendo con planos semi subjetivos lo que él vivía, lo cual trasladaba al espectador la misma sensación de desasosiego que Saúl tenía. Y esa cámara pegada al protagonista obviaba, con una estética única en el cine histórico de la II Guerra Mundial, lo que ocurría más allá de él, pero sí podíamos suponerlo porque la nebulosa de lo no enfocado trasladaba, en cualquier caso, el horror que rodeaba a ese dudoso padre.


Y como todos sabemos, darle forma en la mente a algo que solo se sugiere porque no tiene más nitidez hace que el resultado sea tanto o más espeluznante que lo que podemos confirmar teniendo precisión.
En Atardecer, Nemes nos traslada al Budapest de 1913 con una técnica similar, siguiendo con un acercamiento parecido a su protagonista femenina y con unos desenfoques completamente buscados en los momentos en que el más allá de su personaje pasa a serlo también para el propio director.


Pero mientras El hijo de Saúl suponía una panorámica por el campo de concentración en el que Saúl estaba, Atardecer abandona el relato casi documental en aras de otro que sin dejar a un lado la atmósfera pre bélica que se vivía, se centra más en el recorrido de una chica por descubrir qué secreto se oculta tras un telón de enorme belleza pero de materiales más que deficientes.


Atardecer es una película compleja, un cine hermético a prueba de espectadores muy curtidos en títulos minoritarios. Por supuesto, quien conozca El hijo de Saúl sabe a qué tipo de narrativa se está enfrentando, pero quien no, asistirá a un mosaico difícil de digerir, pero cocinado con tanta sabiduría que si se asimila con la tranquilidad del cine que hay que reflexionar se llegará a la conclusión de que estamos ante una joya de esas que el cine europeo fabrica con brillantez y viven para siempre.

Silvia García Jerez

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