ARIAFERMA: Guardias y presos
Ariaferma es un canto a la libertad estando preso. Menuda contradicción, pero es la conclusión a la que se llega después de ver una película que es puro deleite y que nos cuenta la historia de un grupo de convictos que, a la espera de su traslado a una cárcel más moderna, porque esa en la que están van a cerrarla y debido a temas burocráticos no la han podido abandonar, como sus otros compañeros, han de quedarse reagrupados en la zona que les indica la directora, quien, por su parte, también es trasladada.
Una vez en sus nuevos puestos han de compartir el mismo espacio carcelario, un círculo con las dimensiones mínimas para las celdas y un centro en el que los guardias ejercen sus labores. Es tan pequeño que todos se ven, todos saben lo que hace el otro y poca pérdida hay respecto a los movimientos ajenos. El concepto de cárcel está mucho más diluido, y como tal, los presos se aprovechan, tomándose por su mano, en cuanto ven que son pocos, en cuanto reconocen su nueva situación, las libertades que consideran.
Así las cosas, se niegan a comer. Afirman que lo que les dan no hay quien se lo trague y exigen ser ellos los que cocinen o no dejarán la huelga de hambre, lo cual es un problema para los guardias por muy provisional que sea todo. Si algo les pasa a los reclusos será culpa de ellos, por lo que Gaetano Gargiuolo (Toni Servillo), jefe de quienes los vigilan, acepta y hace pasar a uno de ellos hasta la cocina para que realice las tareas pertinentes. Carmine Lagioia (Silvio Orlando) es el elegido y como cocinero triunfa.
Y ese es el comienzo de algo nuevo, de una incipiente amistad que a lo mejor no puede calificarse como tal pero que empieza a dejar de ser tensa aunque uno sea un preso y el otro su vigilante. Y las relaciones con los demás presos también van a relajarse. Están en territorio amigo. O lo más en territorio amigo que se puede estar en una situación así. Pero es que es la que se da. También eso hay que aprovecharlo. Y presos y guardianes experimentarán una camaradería impropia del lugar en el que conviven. Ahora toca esto, cuando llegue el traslado, ya veremos.
Ariaferma es de una belleza atronadora. Esa aura de misterio que rodea su atmósfera cuando los presos son trasladados a su ubicación temporal, esa presión que sienten los guardias sabiendo que están en manos de unos tipos peligrosos, también la sentimos nosotros. Están encarcelados, en cualquier momento se pueden rebelar. Sí, la tensión está muy presente, pero también la sensatez, el saber dónde está cada uno y hasta dónde puede tirar.
Los presos presionan, protestan, es lo que les queda y en un espacio reducido el grito se oye más y tiene más efectividad. Los guardias muestran cautela, Gargiuolo no les quita ojo. Apenas habla, solo procesa lo que ve, lo que oye. Qué bien está Toni Servillo, qué comedido. Qué difícil es que un actor se mantenga atrás, expectante ante los movimientos que suceden ante él. Que sea protagonista y que no se note. Servillo es enorme.
Servillo mantiene con Silvio Orlando un Tour de Force admirable. Dos grandes de la escena italiana compartiendo planos, escenas, platos, recetas. En la cocina todo es posible. Un cuchillo mata pero también une si se mantiene a buen recaudo y se utiliza como instrumento creativo. En Ariaferma nada es lo que parece.
Es Ariaferma una película atípica, sin música pero con la coreografía de personajes que cambian las cosas, que asumen nuevos comportamientos cuando las circunstancias los propician. Personajes capaces de aprender que los cambios son oportunidades y que las cosas pueden ser diferentes. Que la vida te ha puesto ahí pero te podía haber mandado al lado contrario, y nunca es tarde para descubrirlo y sacarle provecho. Ariaferma es una película de la que aprender, con la que sentirte bien y de la que salir entusiasmado. Un canto a la libertad estando preso.
Silvia García Jerez