LOS AÑOS MÁS BELLOS DE UNA VIDA
Los años más bellos de una vida es un milagro. Un milagro no solo porque reúne a los artífices, actores, Jean-Louis Trintignant y Anouk Aimée, además de a los hijos de su ficción, y director, de la estupenda Un hombre y una mujer, que siguen vivos, sino porque adentrarse en su historia es viajar de nuevo a una época, a un cine que ya no se hace y que solo tiene cabida en la nostalgia de quienes admiramos aquel film con el que Claude Lelouch asombró al mundo.
La industria cayó rendida a sus pies primero en Cannes, donde se hizo con la Palma de Oro en 1966 y posteriormente en los Globos de Oro, en los que la película ganó como film extranjero e incluso lo hizo su protagonista femenina, Anouk Aimée, como mejor actriz de drama, y en los Oscar, en los que la película fue considerada el mejor largometraje extranjero y su guión el mejor en la categoría de original, siendo Claude y Anouk nominados como director y mejor actriz respectivamente también.
Veinte años más tarde Claude rodó una segunda parte y ahora se ha empeñado, porque afirma que fue empeño personal, en seguir las andanzas de sus protagonistas a una edad en la que ya la demencia senil, o el Alzheimer, el film no lo deja claro nunca, hace estragos en uno de ellos.
Los años más bellos de una vida cuenta cómo Jean-Louis, ante su avanzado y progresivo olvido de todo, centra sus recuerdos en Anne, la mujer a la que tanto amó años atrás y a la que está claro que sus maltrechas neuronas no pueden olvidar. Tanto la menciona, tanto parece seguir queriéndola, que su hijo decide buscarla para pedirle que vaya a la residencia donde está internado a hacerle los días más llevaderos.
Anne, en principio, se muestra reticente. Pero no en el sentido negacionista sino en el de la incredulidad de que sea en ella y nadie más que en ella, con lo mujeriego que fue, en quien Jean-Louis piense precisamente en su situación. Así que una vez que lo asume decide ir a verlo, y no tarda seis secuencias como en el cine contemporáneo, sino que en cuanto el hijo del antiguo piloto de carreras le asegura que es verdad, considera la conveniencia de acudir. Con el riesgo emocional que también tiene para ella.

Los años más bellos de una vida son los que aún no se han vivido, asegura la canción, y como título de la película, y filosofía de la misma, relata, con una belleza extrema e inusual en el cine del siglo XXI, cómo estos dos seres, para los que parece haber pasado mil vidas desde su encuentro anterior, se enfrentan a la situación en la que están.
Y no van a estar mejor que hoy. Mañana será aún peor. Así que hay que aprovechar el ahora, la belleza de lo que tenemos. Y tal vez arrepentirnos de lo que no hicimos entonces, pero al menos tratar de recordarlo, y Jean-Loius, al lado de Anne, parece rejuvenecer tanto como le es posible a un hombre en sus circunstancias.
La memoria y la ensoñación se juntan en este regreso al pasado, en este vivir el presente al máximo, y por momentos es complicado distinguir entre lo que ocurre y lo que al protagonista le gustaría que ocurriera. No importa, porque Los años más bellos de una vida no pretende ser realista, solo quiere invitarnos a que acompañemos a estos dos personajes en un tramo más de sus existencias, el que los vuelve a reunir en el ocaso de las mismas.
Lelouch, maestro de las emociones y de la narrativa, mezcla también, como hace con el presente y el pasado, el blanco y negro en el que los conocimos y el color de sus crepúsculos, fundiendo así, incluso en varias capas a la vez, el funcionamiento del cerebro, que también nos lleva con el pensamiento de un año a otro, de una imagen a otra, de un recuerdo a otro.
También la música forma una amalgama con las imágenes. El tema de Un hombre y una mujer lo vamos a escuchar aquí y allí, junto con otros que son capitales para entender que hasta el cine francés ha cambiado, ha evolucionado, y que al llevarnos al pasado todo adquiere de nuevo la dimensión épica del film que descubrieron en Cannes y, por extensión, de la historia que podemos seguir disfrutando con sus protagonistas vivos.
Los años más bellos de una vida no es solo una maravilla deliciosa sino el refugio perfecto para quienes amamos un cine que ya no se hace, que si se hiciera probablemente se tacharía de desfasado y no funcionaría en la taquilla, pero al ser un caso aislado, una rara avis con el alma impoluta del continuismo de un estilo, resulta aún más emocionante.
Silvia García Jerez