ALEJANDRO GONZÁLEZ IÑÁRRITU: el verdadero ganador de los Oscar 2016
Mucho se ha escrito sobre el supuesto vencedor de la gala de los Oscar 2016: Leonardo DiCaprio. Cuatro nominaciones previas a obtención de la estatuilla, una como mejor actor secundario por ¿A quién ama Gibert Grape? y tres más como protagonista, por El aviador, Diamante de sangre y El lobo de Wall Street, si no contamos una quinta que, para ser rigurosos, también tuvo como productor de esta última, que fue nominada al Oscar a la mejor película, conforman un pasado en los premios más prestigiosos del cine que pedía a gritos la compensación debida.
El 28 de febrero le llegó gracias a El Renacido, para su alegría y la de sus fans, que tenían, probablemente, más ganas que él de que lo ganara. El clamor en las redes sociales era ensordecedor. Nunca la palabra escrita sonó tan alto. En Facebook se creó un evento para ir a celebrar su victoria a Colón, casi como si de una Copa de fútbol se tratara, y aunque cientos, miles de usuarios se apuntaron para acudir en caso de que Leo triunfara, la cita se terminó cancelando.
Tampoco Twitter se quedó al margen del apoyo y una media de cuatro de cada tres tuits contenían un hanstag, o una frase sin incluir la almohadilla creadora de grupo, que delatara la preferencia por DiCaprio entre los cinco candidatos. La locura llegó a tal extremo que incluso se creó un videojuego que consistía en hacer correr lo más rápido posible al actor para hacerle alcanzar la escurridiza estatuilla mientras se iban acumulando puntos a medida que se pasaba por encima de Globos de Oro y restantes galardones que componen la temporada de premios.
Y la Academia votó por él y su nombre se escribió en la tarjeta que guardaba el sobre correspondiente a la categoría en la que competía. Sueño cumplido. Foto realizada. Leonardo ya ha entrado en la Historia de los Oscar y la pregunta que surge al respecto es hasta qué punto era tan tarde para recibirlo.
Ganarlo a la quinta es un privilegio. Los más jóvenes no recordarán que a Paul Newman, actor mítico de la época en que Hollywod de verdad lo era, lo hizo a la séptima, octava si contamos su papel de productor en Rachel, Rachel, seleccionada entre las mejores películas de 1969. Newman lo obtuvo incluso después del honorífico. Por supuesto, su enfado a causa de ello fue tan grande que no acudió a recogerlo y la Academia aplaudió sola un reconocimiento que, aunque merecido, ese sí que rozaba la fecha de caducidad. Y si recordamos que el maestro Alfred Hitchcock jamás obtuvo uno, puede que se mire al señor dorado con el ceño un poco fruncido.
El fenómeno fan puede ya descansar antes de pedir el Oscar para otro actor largamente ninguneado, como la gran Amy Adams, que también acumula 5 candidaturas sin premio, o la inmensa Jessica Chastain, que solo ha recibido dos nominaciones pero cuenta con una carrera ejemplar más allá de reconocimientos tangibles. Ya ocurrió el año pasado cuando Julianne Moore lo obtuvo por Siempre Alice después de que la Academia mirase continuamante hacia otra intérprete. Lo que sucede es que, tanto Julianne entonces como Leonardo ahora, los dos tienen una sola estatuilla, y ante la Historia, esa que se escribe con mayúsculas porque no hace referencia a ningún cuento, hasta que la cifra aumente para ambos, están a la misma altura que Anthony Hopkins, Halle Berry, Geena Davis, Susan Sarandon, Tim Robbins o Julia Roberts.
Y sí, hay alguien por encima de todos ellos al que poca atención se le ha prestado, cuando es evidente que los Oscar se han rendido a su talento. Alejandro González Iñárritu, por su trabajo en El Renacido, ha enlazado su segunda estatuilla consecutiva, tras ganar el año pasado con Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia).
El director mexicano, cuya nacionalidad resulta para Estados Unidos mucho más relevante de cara a apreciar la noticia, se pone a la altura de John Ford, que lo ganó por Las uvas de la ira en 1940 y por ¡Qué verde era mi valle! en 1941, y de Joseph L. Mankiewicz, que logró la misma hazaña en 1949 por Carta a tres esposas y en 1950 por Eva al desnudo.
Iñárritu, director de cine intenso y atormentado, no hace películas para los que buscan la diversión en la sala oscura. Amores perros, su ópera prima, lo consagró como un autor de narraciones complejas y el resto de su filmografía ha caminado por la misma senda. 21 gramos, Babel o la prodigiosa pese a lo denostada que fue, Biutiful, confirman que Alejandro no se decanta precisamente por lo que se conoce como «cine de palomitas», aunque para ser justos con él, si repasamos Eva al desnudo o Las uvas de la ira, caeremos en la cuenta de que tampoco eran comedias.
Lo importante es que Alejandro ha puesto Hollywood sus pies. No solo ha logrado una taquilla descomunal para una película difícil que no gusta a todos a pesar de las ganas con las que se afronta el género de aventuras protagonizado, en este caso, por la mayor estrella del momento, sino que ha conseguido que una Academia que suele rehuir, ya lo hemos comprobado, premiar a muchos de los más destacados nombres que se dedican a mantener viva su leyenda, no se lo piense dos veces a la hora de entregarle un par de Oscar, literalmente un año tras otro, colocando su figura al lado de dos de los directores más míticos que el celuloide ha dado. El auténtico Rey del Mundo es hoy no el que lo proclamaba desde la proa del Titanic, sino el director que trabajó con su protagonista casi veinte años más tarde.
Silvia García Jerez