ABRACADABRA: los recovecos de la hipnosis
Abracadabra, al igual que el encantamiento que define su palabra, es una película mágica. El último trabajo de Pablo Berger, con Maribel Verdú y Antonio de la Torre como protagonistas, José Mota en un importante papel secundario, y muchos rostros míticos del cine español como invitados, hacen de este film una cinta muy llamativa.
Pero el poderoso encanto de Abracadabra se encuentra en la excentricidad más absoluta, acorde con el vestuario y la ambientación que la enmarca. En sus continuos cambios de género, en la potencia con que aborda cada uno de ellos creando un collage de emociones intensas e inesperadas.
Porque Berger habla aquí del matrimonio y se acerca a él con los ojos críticos de quien observa que muchos años de unión pueden derivar en comportamientos indeseables, asumidos por la rutina pero nunca aceptados como algo bienvenido.
Carmen y Carlos, juntos pero no revueltos, o más revueltos que nunca pero no de manera afectuosa, acuden a una boda en la que él se presenta voluntario para que el primo de Carmen, Pepe, lo hipnotice. Sin profundizar en lo que ocurrirá más tarde, porque cualquier detalle que se desvele puede estropear la experiencia que supone ver una película tan inesperada, el resultado de la hipnosis de Carlos no es, ni remotamente, el que cabría esperarse.
Y así, Abracadabra pasa de un comienzo tan excesivo como kitsch en el que brilla la comedia más inspirada heredada de la hilarante filmografía de Daniel Sánchez Arévalo, sobre todo de su genial Primos, a los más oscuros recovecos del cine inquietante, incluso de terror, sin olvidar nunca el humor de la comedia, género en el que ha sido encuadrada porque con alguno ha de asociarse de cara a su reconocimiento comercial.
Una comedia tan negra que uno diría que bebe de esa crítica social tan feroz que caracterizó la obra del admirado y admirable Luis García Berlanga. Aquí el Berger más castizo, porras para el desayuno incluidas, nos da una visión portentosa de nuestra sociedad a través de las miserias a las que el humor les otorga una rotunda personalidad.
Con dos películas previas en su haber, la sobrecogedora Torremolinos 73 que protagonizaron Javier Cámara y Candela Peña y esa joya muda rodada en blanco y negro que era Blancanieves, que ganó 10 Goyas y que tenía a Maribel Verdú como pérfida madrastra, ésta supone la tercera demostración de que Pablo Berger es un cineasta diferente, arriesgado y sobre todo muy valiente.
No es fácil, ni lo es hoy ni lo fue ayer ni sabemos si lo será mañana, plantear una cinta como Pablo lo ha hecho. La defensa abrumadora del personaje femenino principal, hasta cotas casi imposibles de ver en un cine comercial que no sea el filmado por Pedro Almodóvar, lleva a Abracadabra a un estatus de leyenda.
Carmen, sufridora de manual, también es una excelente analista del giro que experimenta en su vida y aprende de cada movimiento inusual que tiene lugar en su extraño renacer. Qué personaje más bonito le ha regalado Pablo. No puede estar mejor definido, pero es que Maribel Verdú le aporta una dignidad sobrehumana. Sus expresiones, acordes tanto con los sentimientos de Carmen como con el diseño exagerado del film cuadran en éste como el vestido más rimbombante para una ceremonia equivalente.
También Antonio de la Torre borda a su Carlos gracias a un registro poco habitual en un actor algo encasillado en personajes oscuros. Abracadabra lo saca de ellos con acierto y le da a De la Torre la oportunidad de brillar como nunca en un papel prácticamente desconocido en su filmografía. Su interpretación deja tanta huella como aquel Carlos, también Carlos, de Caníbal, de Manuel Martín Cuenca.
Abracadabra es una película cuidada, mimada, tratada con sumo cariño y supone uno de los exponentes más apabullantes de originalidad vistos en una pantalla en décadas. Las sorpresas aparecen en los momentos menos inesperados. Como espectador es un auténtico lujo contemplar desde la butaca escenas como la de la discoteca, tan bien dirigida y montada que la memoria no recuerda haber asistido a un espectáculo semejante desde los números musicales de Moulin Rouge! de Baz Luhrmann.
Por lo tanto, Abracadabra también debe gozar de vivir en ese lugar privilegiado que se reserva a los grandes títulos. A cada minuto de metraje, a cada extravagancia justificada con un hecho incontestable que pide ser celebrado con aplausos, la cinta de Pablo Berger añade puntos a la genialidad absoluta que resulta ser el conjunto de la película.
Silvia García Jerez