LAURENT CANTET: Los atentados de París hicieron perder la despreocupación
Laurent Cantet, director de El empleo del tiempo, La clase o Regreso a Ítaca vuelve a los cines españoles con El taller de escritura, un film sobre el aprendizaje en un grupo de jóvenes franceses durante un caluroso verano. Cantet trabaja de nuevo en el guion con su antiguo compañero de letras, Robin Campillo, hoy más conocido que nunca gracias a su ópera prima, 120 pulsaciones por minuto. Sobre esta recuperada alianza, los atentados de París que se citan en la película o sobre la palabra escrita y oral hablamos con él en su visita a Madrid para presentarla.

La Cronosfera: ¿Cómo fue rodar de nuevo con un guion de Robin Campillo?
Laurent Cantet: He escrito casi todas mis películas con Robin y somos amigos desde hace muchísimo tiempo. Compartimos puntos de vista políticamente hablando y también al respecto del cine. O sea, que siempre es muy fácil trabajar juntos, y de la manera en que lo hacemos, resulta muy informal. Hablamos mucho, quedamos, tomamos notas, no sabemos muy bien a dónde vamos, pero empezamos a escribir poco a poco. La lógica de la película se impone por sí sola. Es un poco arriesgado trabajar así pero nos funciona bien.
La Cronosfera: En una escena de la película se habla de los límites de la literatura. De la línea roja que no se puede traspasar. ¿Cree que el arte debe tener límites?
Laurent Cantet: No, y de hecho es lo que Olivia intenta explicar a los chicos. Les dice que puedes describir la vida de un asesino en serie sin ser un asesino en serie. Puedes describir un horror sin decir que está mal, simplemente describirlo. Y creo que es la gran diferencia entre la libertad de expresión y la libertad artística. Creo que no se puede decir todo. Creo que si alguien que está delante de mí defendiera una posición antisemita, no tendría ningunas ganas de hablar con él. Ahora bien, que una película reflexione sobre el antisemitismo me parece indispensable, es la diferencia.
La Cronosfera: En este sentido, hay un momento en que Olivia le dice al protagonista que si sigue siendo tan sincero se va a quedar solo. ¿La verdad produce ese tipo de efecto secundario?
Laurent Cantet: Él es el que más expresa sus opiniones porque realmente él es el que se impone en el grupo, el que lleva la voz cantante, pero yo no estoy tan seguro de que sean sus opiniones, realmente. Lo que envuelve a la película es la vulnerabilidad de un chico como Antoine frente al extremismo. Yo no creo que haya mucha ideología dentro de Antoine. Al final, todo el trabajo que ha hecho en ese taller le permite quitarse de la cabeza los esquemas que tenía. Después, creo que hay opiniones que no hace falta promover porque por desgracia ya están muy promovidas por sí solas, y la película toma esa decisión. Pero tampoco la película protege al personaje. El personaje es bastante insoportable. Lo que me gusta es que siéndolo, al mismo tiempo seduce y atrae al espectador. Quizá porque se nota que él ha caído en una trampa y también porque el ser humano es más fuerte que la ideología. Yo tengo más miedo por él que de él. Él no me da miedo, pero sí tengo miedo por él.
La Cronosfera: Su película habla mucho de las palabras, ¿cree que la palabra ha adquirido más importancia en estos últimos 20 años o que por el contrario se ha banalizado?
Laurent Cantet: Creo que la ideología ha ido a menos. Por lo tanto, el pensamiento también. Pero también creo que hay una simplificación del reto. Cuando piensas en un presidente norteamericano que resume su pensamiento político en 150 caracteres podemos decir que la palabra ha perdido fuerza. Pero también creo que llevamos la palabra muy dentro y que crear situaciones en las que la palabra se convierte en importante, como la experiencia de un taller de escritura, o la experiencia del propio rodaje con estos chicos, me ha demostrado que las palabras seguían teniendo fuerza. Uno de los chicos, que al final del rodaje me vino a ver porque estaba muy triste, me dio las gracias. Me dijo: nunca había hablado tanto ni reflexionado tanto acerca de lo que soy y de lo que represento en este mundo hasta este verano. Entonces, si se creasen estos espacios se podría crear inteligencia, comprensión y madurez.

La Cronosfera: Lo ocurrido en la sala Bataclan aparece citado en distintos momentos a lo largo de la película, ¿les daba miedo tocar el tema?
Laurent Cantet: No, miedo no. Creo que, de hecho, es el origen de la película, las ganas de tocar esos temas. Lo que me interesaba era enfrentar a esos chicos a una página de la historia totalmente inédita. E impensable. Sobre todo porque cuando tienes 18 ó 20 años no te preocupas por esas cosas. Esperas ser joven toda la vida, en realidad, pero frente a un hecho así pierdes esa despreocupación. Y sobre todo porque los atentados, sobre todo los del Bataclan, demostraron que los objetivos eran los más jóvenes. Y también todo lo que desató después en la sociedad francesa. El miedo de la situación y el miedo al otro. Y ese refuerzo de espíritu comunitario, cada vez más fuerte, donde se señalaba con el dedo a los chicos de origen árabe porque se les asociaba al islamismo. Se crean bandos, buenos y malos. Esos atentados han desatado algo muy profundo en la sociedad.
La Cronosfera: Siguiendo con las palabras, hay una escena que demuestra que lo que es incapaz de decir con la palabra oral es capaz de escribirlo para expresarse.
Laurent Cantet: No hago una gran diferencia entre lo que es capaz de decir y lo que escribe. Lo que me parecía muy importante es que él piense que es importante expresar lo que uno siente. Y que esa experiencia sea de orden literario pero que la haya sentido realmente en la vida. Si la ficción entra en la película es porque hay un deseo de ficción. Él inventa la película al tiempo en que inventa la ficción con Olivia. Es como trabajar un relato. Un relato negro, que requiere violencia. Y va a intentar explorar en la vida real esa relación con la violencia. Es una experiencia poética de su relación con el mundo, que va a permitirle escribir el texto después. Igual que cuando dispara a la Luna. Es un gesto mucho más literario que real. De pronto entiendes que ha integrado la creación, que eso le va a permitir ir más allá que si se hubiera dejado llevar por la vida que le rodeaba de los movimientos extremistas.
La Cronosfera: La película recuerda a En la casa, de François Ozon, ¿ha sido este cineasta una referencia a la hora de hacerla?
Laurent Cantet: No, pero es verdad que hay una reflexión en la película sobre la transmisión de pensamiento y la transmisión en general y sobre la importancia del riesgo de transmitir pero también de ser receptor de lo que ocurre a tu alrededor. Y Olivia acaba transformándose tras el verano que pasa con ellos. Ahí me parece muy valiente. Que se arriesga a que la conmuevan y la cambien.

La Cronosfera: Me ha llamado la atención que estos chicos jovencitos pongan como referencia series o películas americanas, ¿en ningún momento se planteó que los títulos que citaran fueran de cine francés?
Laurent Cantet: Me temo que sus referencias sean bastante más norteamericanas que francesas. Lo que me gustaba es que las referencias demuestran las ganas que tienen de escapar de lo cotidiano, sobre todo Antoine, que es el que habla de usarlas. Es el que pregunta que por qué no ambientan el relato en Boston. Son referencias, además, culturalmente fuertes, que están presentes en la vida de todos. Pero también creo que ofrecen un exotismo y una apertura hacia otro mundo que es muy tentador, muy atractivo para un joven que vive en una ciudad muy pequeña donde por la sensación de no salir ni tener nada que hacer le atrae.
La Cronosfera: ¿Por qué has escogido la ciudad en decadencia, con los astilleros, para contar la historia?
Laurent Cantet: Creo que lo que cuenta la película es que ya no existen esos anclajes estructurales que había antes. Antes pertenecer a la clase obrera era algo fuerte y se ha perdido eso. Ya no se tiene ese soporte. También me interesaba, a través de la ciudad, describir una grieta enorme entre dos generaciones. Por un lado están estos jóvenes con una mirada muy inmediata del mundo, que piensan que no tienen futuro, pero el pasado tampoco les interesa. Viven el instante y nada más. Y frente a ellos está Olivia, que representa mi generación, y que piensa que mirar al pasado puede servir para analizar el presente. Son dos miradas diferentes del mundo y hay que intentar conciliarlas. Los astilleros siguen estando ahí, con grúas que son monumentos históricos que jamás se quitarán para recordar que la ciudad fue algo enorme, bullicioso y lleno de vida y ya no lo es, por lo que los jóvenes se sienten excluidos.
Silvia García Jerez