Call Me By Your Name: Eso Que Llaman Amor
Call Me By Your Name, aunque pudiera parecer lo contrario a simple vista, no es de esas películas que poder poner sin dudas en la repisa dedicada al drama de tu videoteca, dvdteca, ‘blu-rayteca’ o vaya usted a saber, junto a premiados secretos amores de montaña o laureados despertares erótico/llorones con base de comic lésbico. Lo último del director de Io sono l’amore, y del guionista de Maurice, va más allá de la atracción entre dos hombres. Nos invita, más bien, a avivar esos recuerdos del primer amor, quizá con fecha de caducidad, pero primero y forever young para siempre. A volver a pasear por esos veranos en los que todo era posible, sonaba Words en la radio, Chanquete aún vivía y ni se nos pasaba por la cabeza hacernos el carnet de socios de El Club De los Corazones Rotos; donde acabar comiendo a hurtadillas tomates verdes fritos, tras sacar unas veladas fotos de los rotos puentes de Madison en lo que quedara del día.
¡Verano! ¡Verano! ¡Alegría! ¡Alegría!, que diría El Fary. Continuemos que la historia es aquí bonita, de aprendizaje, no triste.

Rompiendo, el que perfectamente pudiera ser un anecdótico cuento firmado por Rohmer, con la elegancia de una Italia ochentera, envuelta igual por los aires libres de los Soñadores de Bertolucci, Luca Guadagnino filma con pulso equilibrado, sin dejarse cegar por el sol pero manteniendo la piscina, una peripecia vital que rezuma glamour y emoción, cargando las tintas en el segundo de los pilares comentados.
Todo ello magníficamente sustentado por la pareja protagonista, Timothée Chalamet y Armie Hammer, que se hacen con unos personajes que aún pudiendo quedar ñoños en otras manos caminan aquí como expertos funambulistas, firmes y locos (las hormonas es lo que tienen), por ese difícil hilo suspendido entre la realidad y la ensoñación veraniega. Pura cuestión de química. Pero tocará madurar y habrá que llamar a las cosas por su nombre.

Con nombre propio también figuran en el reparto un plantel de estupendos secundarios: esa madre que se huele igual la catástrofe, esa novia que presiente que habrá de conformarse con el 50% y ese padre que recuerda muy bien el sabor que dejan las heridas sin cicatrizar… la vida tiene eso. Pues peor sería no vivirla. No tener un paseo que recordar, un amor elegido, un amanecer, un atardecer, un anochecer y hasta un mediodía a contrareloj.
Con la premura de la adolescencia, con el veloz compás de la juventud, se vive en Call Me By Your Name eso que llaman amor, sin confundirlo pretendidamente aquí con el sexo, aunque haberlo lo hay (son jóvenes y están sobradamente preparados según digitales rumores varios).
Sobre todo lo dicho hasta aquí realmente versa Call Me By Your Name. Sobre las miradas furtivas, sobre las risas a destiempo, sobre esa mano que acaricia, de mujer, de hombre, que más da; sobre el querer y el ser correspondido. Sin más datos, como al soñado primer amor habremos de entregarnos a ella, en la siempre atractiva oscuridad de la sala. Sin buscar dobleces, sin terrores, sin prejuicios, sólo dispuestos sentir eso, eso que determina, a cierta edad, si hemos vivido lo suficiente.
Luis Cruz