MUCHOS HIJOS, UN MONO Y UN CASTILLO

Muchos hijos, un mono y un castillo es un documental. Pero no uno cualquiera, sino ese que solo se da una vez cada cierto tiempo y que convence al público de que es un género al que vale la pena prestarle atención, por delante incluso de obras de ficción nacidas para durar en la memoria pero que desaparecen de ella según vamos abandonando la sala.
Es difícil que un documental marque a generaciones. Solo unos pocos elegidos se estrenan en cine, que son los que más posibilidades tienen de perdurar como recuerdo colectivo, caso de los que dirige Michael Moore, aunque el director norteamericano ya no realice sus títulos con el carisma que tuvo Bowling for Columbine, estrenada hace ya quince años.
También fueron hitos Amy, sobre la vida de la cantante Amy Winehouse y los motivos que la llevaron a una vida cada día más oscura hasta que terminó por apagarse, o Red Army, que nos acercaba a la historia del equipo nacional de hockey ruso.
En lo que al cine español respecta, sí tenemos un documental que ha sobrevivido y lo seguirá haciendo, al tiempo y al espacio, y que conserva intacto el prestigio ganado a lo largo de los años. Se trata de El desencanto, de Jaime Chávarri, en el que la viuda y los hijos del poeta falangista Leopoldo Panero, dos de los cuales alcanzaron una fama como poetas similar a la de su padre, narran sus vivencias con una exactitud y un rencor que fue motivo de censura en el año de su producción, 1976.
Muchos hijos, un mono y un castillo no puede evitar recordar a aquella en algún momento, más que nada cuando la política se cuela en las conversaciones de la familia, y también en la dureza que a pesar de todo baña la cinta, porque la vida de Julita no es fácil, la vemos sufrir y combinar la felicidad con momentos bastante poco gratos.

Gustavo Salmerón graba su madre para MUCHOS HIJOS, UN MONO Y UN CASTILLO
Gustavo Salmerón graba a su madre para MUCHOS HIJOS, UN MONO Y UN CASTILLO

Pero Muchos hijos, un mono y un castillo es, más que nada y por encima de todo, una comedia. Y una de las más brillantes del año. La cinta se abre con una reflexión de nuestra protagonista, y ya en ese prólogo nacen carcajadas que será imposible que no se repitan. Hasta qué punto será imposible que por momentos los diálogos no pueden escucharse debido al estruendo de las risas, algo, por cierto, tan complicado de obtener como de valorar. Ojalá las Academias tuvieran más en cuenta este género, no solo para nominar los guiones como premio de consolación por el éxito obtenido.
Muchos hijos, un mono y un castillo, título enigmáico donde los haya, es la respuesta a los sueños de Julita. Qué quería Julita en la vida cuando se casó con Antonio, los tres deseos que suponen el motivo por el que Gustavo la ha bautizado así. Ella quería tener muchos hijos, y tuvo cinco, un mono, que cuenta con su capítulo específico, y vivir en un castillo. Éste emplazamiento se convertirá en una de las partes más importantes de la obra que nos ocupa.
Todo ello sin perder la comedia, circunstancia meritoria cuando además el leit-motiv que vertebra la historia son precisamente las dos vértebras que guarda Julita de su abuela, asesinada en la Guerra Civil junto a su sobrina, y situadas en algún lugar de aquellos por los que han pasado, su casa o el castillo, ambos extremadamente desordenados. Encontrar algo allí es toda una aventura de la que Gustavo Salmerón no quiere perder detalle con su cámara.

Julita y su hijo Gustavo en MUCHOS HIJOS, UN MONO Y UN CASTILLO
Julita y uno de sus hijos, Gustavo Salmerón, en uno de los momentos cruciales de MUCHOS HIJOS, UN MONO Y UN CASTILLO

Filmada con cámara digital y con imágenes de archivo en formato Súper 8, en el ratio cuadrado del 1:33 propio del cine mudo, Muchos hijos, un mono y un castillo es también un repaso por la Historia de España, comenzando por la Guerra Civil y llegando hasta nuestros días, siempre a través de los ojos de una mujer cuya familia vivió una represión y asumió un pensamiento político acorde con ella.
Años más tarde Julita es una mujer distinta, que se cuestiona las cosas y que lo cuenta todo con la naturalidad de quien, por mucho que le ponga pegas al proyecto de su hijo, ni nota la cámara ni le importa que la acompañe. Una auténtica estrella, que es a lo que ella apunta.
Pudiera pensarse que Paco León hizo lo mismo con su madre y con su hermana, pero tanto Carmina o revienta como Carmina y amén son universos de ficción en los que por mucho que Carmina Barrios se muestre muy cercana a quien ella es, no dejaba de interpretarse a sí misma en un un par de películas que nos acercaban a ella sin que lo fuera de verdad.
Julita sí es ella, en su máxima y mejor expresión, pero Muchos hijos, un mono y un castillo no se ha hecho solo con ella. Dos años de trabajo, con un guión que firman Beatriz Montañez, antigua presentadora de El Intermedio junto a El Gran Wyoming, Raúl de Torres, también montador del film, y el propio Gustavo Salmerón, son prueba suficiente para demostrar lo complejo que ha sido el proceso de crear una estructura en la que hubiera una meta narrativa que lograr -encontrar las vértebras-, un pegamento de historias a través de las cuales darle sentido a la búsqueda, y un tono de comedia que funcionara como un estímulo continuo para seguir las peripecias con la intensidad que merecen.
También el montaje, una filigrana a no perder de vista, cumple un cometido que de no haber quedado tan preciso no podría haberle dado el nivel del que puede presumir. Respuestas, silencios, miradas, todo tiene el tempo justo para que resulte admirable. Presente y pasado se mezclan cuando la historia lo precisa, y ni uno ni otro permanecen un instante más en la pantalla del que requiere lo excelso.
A esto se le suma un final apoteósico que llena de aplausos la sala en la que se proyecta. El tributo de Gustavo Salmerón a su madre es completo. Lo ha hecho con el corazón, con el alma y con una sabiduría como director tan infinita como la que lo ha caracterizado siempre como el intérprete que, tras ver su colosal trabajo en su ópera prima y atestiguar el futuro que tiene dirigiendo, no querríamos que se perdiera.

Silvia García Jerez

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