EL CASTILLO DE CRISTAL: el fantasma de la infancia
El castillo de cristal es una prueba más de que la infancia no es ese lugar idílico en el que crecen los niños hasta que la adolescencia y la madurez les confirma que el mundo es un lugar muy duro en el que vivir.
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Hoy sabemos, programas de televisión y noticias en informativos lo advierten con asiduidad, que el acoso escolar con YouTube y las redes sociales es más duro y cruel que antaño, pero hay un tema que sigue siendo tabú en nuestra sociedad, que es el daño que infringe el alcoholismo en el seno de una familia, da igual si esta es sedentaria o gusta de no pasar un día entero en el mismo sitio.
El castillo de cristal cuenta la historia real de Jeannette Walls, una famosa columnista del New York Magazine ahora retirada del periodismo para dedicarse a su faceta como escritora tras en éxito de la novela homónima que da origen a esta película. En ella relata los años en que vivió con sus tres hermanos, su madre, una pintora hippie más preocupada por sus cuadros que por sus hijos, y su padre, un hombre al que la adicción a la bebida no ayuda a la concordia de la convivencia.
Ni la infancia ni la adolescencia de Jeannette son fáciles. Que en lugar de la diversión con sus amigos lo que la marque sean las borracheras y las discusiones, no es precisamente el ambiente más idílico en el que una persona deba crecer. La necesidad de huir, más tarde o más temprano, se hace evidente.
Cuenta Brie Larson, la actriz que le da vida en la gran pantalla, que para prepararse para lograrlo no tuvo que hacer una investigación profunda como le ocurrió con el papel gracias al cual ganó el Oscar, el que interpretó en La habitación, para el que tuvo que hablar con varios especialistas en materia psicológica. Para transformarse en Jeannette Walls solo tuvo que encontrarse con ella. No es poco, pero sí mucho menos.
A Larson la acompañan en el reparto Woody Harrelson, que interpreta a su padre, y Naomi Watts, su alocada y a veces incomprensible madre. Tres nombres de relieve para una producción que, aunque cuidada, no deja de tener ese carácter de telefilme del que adolecen muchos títulos que se estrenan en cine debido a que el nivel de sus protagonistas demanda la pantalla grande. Pero a pesar del esfuerzo que los tres hacen por obtener un producto de mayor envergadura ni su estructura folletinesca ni la plana dirección permiten extraer El castillo de cristal de ese, generalmente, tan poco prestigioso saco.
Y no es que El castillo de cristal no sea una película interesante. Lo es, y mucho, pero únicamente a nivel de narración, como buen cine se queda un poco lejos de su propósito. Porque uno asiste a la guerra doméstica con horror, a la impotencia de los hijos de la pareja, que intenta sacar de sus padres el provecho que ellos mismos se niegan a extraer y a la desesperación de unos personajes atrapados en una vida que solo encuentra refugio en las estrellas. Aunque tenga algún momento especialmente acertado, caso del que tiene lugar en una ventana, la cinta resulta más escalofriante contada que vista.
La imaginación frente a la realidad. Pero de imaginación no se vive. Al menos no de la que no se transforma posteriormente en ficción. No de la que no nace una novela, un cómic o una película. Jeannette Walls ha tomado buena nota y ha expulsado sus demonios personales en un libro que se ha convertido en un best seller. El pasado nunca se olvida pero se tiene que conseguir que sea más ligero. Que vuelva la ilusión. Que siempre se quiera uno construir un castillo de cristal.
Silvia García Jerez