TESTIGO: el peligro del trabajo en la sombra
Testigo cuenta la historia de un hombre que tras perder su trabajo lleva dos años en paro y de pronto recibe una llamada para ponerse de nuevo en marcha. De la reunión en la que le ofrecen el empleo saca en claro que el trabajo es extraño, consistente en transcribir escuchas telefónicas, y que las normas a seguir para realizarlo son todavía más raras, pero que está muy bien pagado, y es por eso que no tarda en aceptarlo.
Duval (François Cluzet), que así se llama nuestro hombre, comienza a realizar su singular tarea cumpliendo escrupulosamente todos los puntos de la orden recibida. Sin hablar con nadie de en qué consiste su trabajo, o hablando lo menos posible de ello, sin fumar o respetando el horario con puntualidad rigurosa, llega un momento en que descubre que si lo que hacía podía ser peligroso, la vida le demuestra que la realidad es peor de lo que cabía imaginar.
Testigo es una película de espionaje en la línea argumental que ya tuviera la estupenda La vida de otros, la cinta alemana que ganara el Oscar a la mejor producción de habla no inglesa hace ya diez años. Por supuesto el contexto de ambas es distinto y el trasfondo en buena medida también, pero el punto de partida de las escuchas y el suspense que se va apoderando del relato están presentes con mucha contundencia.
Testigo toma luego su propio camino, y es en su desarollo donde crea unas expectativas que la película no acaba de cumplir, en un desenlace rápido, atropellado y muy poco creíble. A su favor cuenta con un metraje nada excesivo, más bien escueto, una hora y media escasa que mantiene en vilo al espectador pero que no satisface por completo cuando llega el momento de cerrar debidamente la historia.
Viendo Testigo uno también recuerda la grandeza de La conversación, de Francis Ford Coppola, esperando encontrar un resultado parecido, e incluso llega a preguntarse qué hubiera hecho el maestro Alfred Hitchcock con este material. Thomas Kruithof firma con Testigo su ópera prima y al frente del reparto brilla el nombre de François Cluzet, cuyo rostro resultará más que familiar a todo aquel que viera el mayor éxito de su carrera, Intocable, la comedia en la que interpretó a un aristocrático tetraplégico. Pero imaginar Testigo en manos de Cary Grant y Alfred Hitchcock es una absoluta delicia, porque en ese caso tendríamos el convencimiento de que estaríamos hablando de la joya que lamentablemente con Kruithof y Cluzet, por mucho que los dos hagan lo posible por estar a la altura, no es.
Y no se trata de una mala película, sino de una cinta decepcionante, que elige un camino lleno de paisajes interesantes, atmósfera malsana incluida, para acabar llegando a un lugar que no convence. Pero en estos tiempos en que situarse en un punto gris que no sea ni blanco ni negro no es una opción válida, que Testigo no tenga cabida ni en el cajón de lo descartable ni en el de la obra maestra es algo que descoloca y perturba.
Pero sí, Testigo, pese a no ser una cinta redonda, está en la media de todo lo que merece ser visto sin que el rato invertido en ello pase a ser memorable. Es, simplemente, una película curiosa que se diluirá tanto en la cartelera como en nuestra memoria sin pena ni gloria.
Silvia García Jerez