THE LAST SHOWGIRL: En busca del brillo del pasado
The last showgirl llega, por fin a nuestras carteleras. La película protagonizada por Pamela Anderson se estrena tras un retraso en el calendario -porque estuvo fechada en los meses de la pasada carrera al Oscar-, debido al intento por parte de la distribuidora de traer a España a la actriz para presentarla. No pudo ser, así que, afortunadamente podemos verla en los cines y no en una plataforma, como viene siendo habitual en algunos de los títulos que más curiosidad levantan entre su audiencia potencial, que en este caso es, no nos dejemos engañar por la fama de Pamela, el público del circuito de la versión original.
Sí, lo habéis leído bien: The last showgirl fue una de las películas de las que se habló de cara a cosechar nominaciones al Oscar, más que nada para Pamela Anderson como mejor actriz protagonista y para Jamie Lee Curtis como mejor actriz secundaria. Y es una pena que ninguna de ellas la consiguiera, más que nada porque habría sido bonito ver a Pamela en la alfombra roja codeándose con toda esa realeza a la que le estuvo ‘poco menos que prohibido acercarse’, cuando formó parte de la serie Los vigilantes de la playa, del mundo Playboy, revista de la que fue 14 veces portada, más que ninguna otra playmate, y, por supuesto, debido a su turbulento matrimonio con el músico Tommy Lee, causas todas ellas que la alejaban por completo de la elegancia que suponía la Academia.
El matrimonio con Tommy Lee duró tres años, de 1995 a 1998, y tres maridos después -de no más de tres años cada uno- y numerosos videoclips y trabajos en series de televisión sin trascendencia, Anderson, a sus 57 años, ha conseguido redimirse y mostrarse como la actriz revelación de la temporada por un film que, tristemente, no está a la altura de su esfuerzo. Aún así, ganó el Razzie Redentor del año -muchos no sabíamos que existiera esa categoría en los anti Oscar- y consiguió ser candidata al Globo de Oro, lo cual la convertía en el nombre a seguir por si podía lograr la nominación al premio más deseado.
Pero con una mala película es complicado lograrlo. Lo consiguió Jessica Chastain por Los ojos de Tommy Faye porque el nivel de Jessica desde que comenzó su carrera, la veneración que se siente por ella en la industria y el saber manejarse por sus oscuros vericuetos, que los hay y muchos, son armas capaces de opacar el espantoso resultado del film por el que se quiere ganar sin más dilación. Pero no son muchos los casos que se dan en este sentido. En realidad tiene que haber una campaña realmente fuerte a favor de un nombre concreto para que éste sobresalga de una película que es posible que los académicos hayan dejado de ver antes de que finalizara su metraje.
Y si no lo lograba Pamela Anderson menos aún lo iba a hacer Jamie Lee Curtis, que interpreta a su mejor amiga en The last showgirl. Un trabajo espléndido que habría merecido la nominación de no haber sido porque Jamie ya ganó hace un par de años con Todo a la vez en todas partes, un poco por el efecto arrastre del fenómeno del año, sobre todo en Estados Unidos, más que en Europa, aunque en nuestro país gustó mucho, y un poco, no nos engañemos, por ser la estrella y la leyenda que es. Todos queríamos verla con un Oscar: se lo ha merecido -que no fuera ni siquiera nominada por Un pez llamado Wanda es una de las mayores injusticias de tan rutilantes premios- y se lo seguirá mereciendo -por The last showgirl mismo, aunque la victoria de Zoe Saldaña por Emilia Perez sea bastante incontestable-, pero en ningún caso por la cinta por la que lo obtuvo.
Situados ya en la importancia que el run-run de la carrera al Oscar le otorgó a The last showgirl tal vez se entienda mejor el aura de fascinación que rodeaba a la película y las prisas que muchos teníamos por verla. Hasta que la vimos. Una vez vista entendemos que la cinta no fuera más allá en la temporada de premios. Porque esta historia, en absoluto autobiográfica de su protagonista, que nos cuenta las dos últimas semanas de unas showgirls en el local donde han trabajado toda su vida como tales, semanas en las que intentan que su local no se cierre y, en concreto la Shelly de Pamela que la contrate otro empresario para continuar con su labor, resulta de las más aburridas que espectador alguno pueda echarse a los ojos.
La dirige Gia Coppola, nieta del célebre director que ya es Historia del cine, que lleva a imágenes el primer guión que escribe Kate Gersten para la gran pantalla y lo hace de una manera monotona, sin tilde en la segunda ‘o’, sin garra y sin apenas interés por unos personajes que, en realidad, el guión enfoca más allá de sus shows para alegrar a los hombres, porque nos lleva a la auténtica soledad a la que se ven enfrentadas una vez se bajan del escenario. Respecto a ellas mismas, que no encuentran un rumbo aceptable para sus futuros, y respecto a sus familias, a las que han ido abandonando por una profesión ingrata pero que suponía su único sustento en la vida. Un auténtico drama que su público no ve pero que ellas lamentan cada noche.
Y Gia Coppola, como si de su tía Sofía se tratara cuando estuvo al mando de Las vírgenes suicidas, filma el horror personal de The last showgirl con un glamour innecesario, como de la ensoñación que debería ser y no es. Resulta muy raro enfrentarse al dolor por medio de una belleza que no cuadra en el contexto. Pretende representar la vida misma pero cinematográficamente hablando no funciona porque la mentira superpuesta a la oscuridad de la existencia resulta falsa en un fondo tan pretendidamente realista.
Y además, aburre. Mucho. Que todo lo que ocurre en el film suceda en el mismo tono no es bueno para el resultado. Queda plano, sin alma, aunque sus actrices la traten de poner toda. En especial Jamie Lee Curtis, que está espléndida, una vez más. Su carisma es arrollador, pero es que su talento la acompaña. Y verla en ese baile en Las Vegas, completamente improvisado, moviéndose al compás de Total eclipse of the heart, de Bonnie Tyler, sin que nadie la mire es digno de las mayores alabanzas. Cada vez que Jamie aparece la película se eleva. Cobra una dimensión que la directora no le da, pero que ella lleva dentro, iluminando la pantalla con su sola presencia. Su interpretación hace el resto para que aunque su papel no sea largo a nosotros no se nos olvide su aportación.
The last showgirl es una película pequeña que tampoco consigue hacerse mucho más grande. Su valía es la de su historia más allá de lo cinematográfico, cosa no menor porque en este caso supone haber descubierto lo que una potencial actriz como Pamela Anderson puede darnos en el futuro. Y eso es muy bonito porque ya esperamos mucho de ella, se la ha comparado incluso con una actriz que hoy podría protagonizar una película de Ingmar Bergman, todo un piropo por parte de los espectadores más cinéfilos, cosa que no pasaba en los años 90, en la que su físico, como el personaje al que aquí da vida, estaba por encima de cualquier dote interpretativa. Así que tomemos este estreno con la alegría de saber que aunque no es todo lo bueno que podríamos esperar de él sí es el pistoletazo de salida de una carrera que, esperemos, próximamente sí podamos aplaudir.
Silvia García Jerez