VOLVERÉIS: Una ruptura de película
Volveréis es el título de la nueva película de Jonás Trueba, hijo de Fernando y autor de cintas que son clásicos dentro del cine de autor más minoritario, como Todas las canciones hablan de mí, Los ilusos o La virgen de agosto. No son las únicas de su filmografía y lo cierto es que cada estreno que afronta suele funcionar con críticas maravillosas y una aceptación impresionante por parte del público que ya conoce su trayectoria, porque la admira. De hecho, cada nuevo trabajo que realiza se espera con mayor expectación que el anterior. Todo un mérito para un director tan joven cuyo cine resulta ser, no nos engañemos, tan peculiar.
Porque es extremadamente naturalista en sus planteamientos y desarrollos. Da la impresión de que pusiera la cámara a grabar y de que dejara a los actores improvisar para conseguir esa fluidez que no siempre se da cuando se grita ‘¡Acción!». Conversaciones largas sobre la vida, en realidad, componen buena parte de sus metrajes, pareciera que no pasara nada en sus películas, aunque no sea cierto. Tal vez Quién lo impide, el experimento de convivencia a modo de documental de tres horas sobre la juventud y su manera de ver el mundo, sea lo más parecido a ese ‘no pasa nada’ en pantalla, aunque tampoco aquí resulte ser exactamente así. Sólo si se te hace muy pesada, que es una posibilidad.
En Volveréis, que pudo verse en el pasado festival de Cannes en la Quincena de los Realizadores y obtuvo el premio a la mejor película europea en esta sección, riza el rizo del naturalismo y las conversaciones eternas al proponerle al espectador un juego fascinante en el que va a estar todo el film dilucidando qué es falso y qué real.
Parte de una situación, la de una pareja que después de 14 años de convivencia va a separarse y que por eso precisamente va a dar una fiesta. Porque según el padre de ella, lo que hay que celebrar no son las uniones, las bodas, porque no sabes cómo le va a ir a la pareja, sino las separaciones, porque es cuando la pareja va a estar mejor, ya que la separación es por el bien de los dos.
Aquí es necesario hacer un inciso: en realidad sí se trata de una idea que tiene el padre de él, del director, Jonás Trueba. Fernando Trueba piensa eso, entre otras locas y geniales teorías de las que hace partícipe a su familia, y Jonás la ha trasladado a una película, con su propio padre apareciendo en el film como padre de su pareja en la vida real, Itsaso Arana. Parece complicado pero no lo es; lo que sí resulta es gracioso ver a Fernando en esta ficción cambiando su rol de progenitor para ser el de su nuera.
Ella es Alejandra, interpretada por Itsaso Arana; él es Alex, Vito Sanz en esta ficción. Ella es directora de cine y él actor. Y la película que vemos es la que están haciendo juntos. El juego que propone Jonás es precisamente que intentemos separar qué forma parte de la película que ruedan y qué es lo que no pertenece a ella. Lo metacinematográfico es, podríamos decir, el protagonista auténtico de este largometraje.
Y funciona muy bien. El montaje de Volveréis es un prodigio, porque la sala donde la película va tomando cuerpo es un escenario básico en el conjunto y el resultado que va saliendo de ella se mezcla con el relato. Eso siempre es fabuloso en las películas en las que se utiliza este recurso, pero es que a Jonás le queda precioso en ésta.
Los actores también ayudan. Ya trabajaron juntos en La virgen de agosto, es decir, se conocen bien, pero es que aquí se meten tanto en sus personajes como si de interpretarse a ellos mismos se tratara. Pero no son ellos, aunque parezcan una pareja de verdad. Naturalidad, complicidad, apoyo mutuo… no les falta detalle para ser creíbles. A todo llegan en seguida a un acuerdo, incluso a la decisión de la separación. Sus amigos no pueden creérselo: Volveréis, les contestan. Porque son una pareja y les es imposible imaginárselos a cada uno por su lado.
El único error de la película puede estar en su continua reiteración. A más de un espectador le puede resultar pesada por la cantidad de veces que les cuentan a los amigos que se van a separar y por qué. Pero eso forma parte de la naturalidad del film, ya que cuando una pareja decide algo así hay que contarlo. A todo el que conoce, y más cuando se trata de organizar una fiesta para celebrarlo. Es la vida misma: ahora que lo sabe fulanito hay que decírselo a menganito. ‘Para eso existen las elipsis en el cine’, dirán algunos, ‘Que vaya directamente a la fiesta’, pensarán otros. Pero es que la película, que parece explícita en torno a la celebración de la ruptura, habla de algo mucho más complejo.
Es todo un estudio de comportamiento de la pareja, de reacciones de amigos, un análisis de cómo la sociedad entiende el éxito y el fracaso de dos personas que viven juntas, incapaz de concebir que puedan ser felices sin compartir casa, una visión incluso mordaz de la concepción de la rutina. Tanto en la forma como en el fondo, la película desmenuza esta última para sublimarla y aceptarla como buena en la asimilación de lo cotidiano. Estética y narrativamente vanguardista, en realidad es profundamente conservadora, como lo son las cintas románticas más laureadas, entre las que debería ocupar un lugar de privilegio por derecho propio.
No es fácil hacer una película así. No es sencillo conseguir que la reiteración se vuelva tan apasionante, que la cotidianeidad tome el mando y se torne sublime. Con Volveréis lo pasamos muy bien asistiendo al final de una convivencia sin estridencias. Es un ejercicio prodigioso que nos absorbe desde el comienzo hasta el momento de desentrañar la realidad que se esconde tras el juego que Jonás Trueba nos lleva dos horas proponiendo en clave de comedia meta cinematográfica. Una genialidad a la que nosotros, los espectadores que hemos disfrutado con ella, también querremos volver.
Silvia García Jerez