KEPLER SEXTO B: Vivir en las nubes
Jonás (Karra Elejalde) vive en en el planeta Kepler, dentro de la nave Orión. O eso es lo que él cree, porque en realidad está en el sexto B del edificio que ha sido siempre su casa, un lugar cochambroso en un barrio lúgubre en el que pocas cosas buenas le esperan a sus inquilinos.
En Kepler Sexto B, título no demasiado afortunado bajo un punto de vista comercial pero que responde a la ubicación de su protagonista mezclando tanto la realidad como su imaginación, Jonás tiene una nueva comandante. Se trata de Zaida (Daniela Pezzotti), una vecina que ahora, junto a su padrastro, Paco (Jorge Bosch), comparte rellano en su edificio. Poco a poco, Zaida va haciéndose amiga de este hombre solitario que cree que es un astronauta en una misión de la NASA. Todo comienza porque ve que le van faltando víveres y ella intenta, a espaldas de su borracho padrastro, procurarle la comida que pueda llevarle.
Mientras, en Kepler, las cosas están muy mal, pero Jonás sabe que no puede irse porque está esperando el regreso de un miembro imprescindible de la tripulación: Petrus, su hijo, que ha salido de la nave y aún no ha regresado. Y sin él hay que seguir en Kepler como sea, incluso defendiéndose de los peligrosos extraterrestres que de tanto en tanto atacan la nave Orión 3 en que la vive, esos seres que quieren desahuciarlo por no pagar las cuotas que le corresponden como vecino. Pero, ¿cómo va a pagar si él no está en la Tierra?
Kepler sexto B es una película deliciosa llena de originalidad y de ternura. Contar esta historia mezclando la realidad de la Tierra con la fantasía en la que está sumergido Jonás no es nada fácil, y podría no haber funcionado, pero lo hace con una precisión admirable. El guión lo escriben Grete Suárez y Alejandro Suárez Lozano, y éste último se encarga de la dirección. Es, podría decirse, el primer largometraje de ambos, y pareciera, a tenor del resultado, que tuvieran una consolidada carrera a sus espaldas.
Insisto en la complejidad de trasladar al espectador esta idea de un Quijote interestelar que mezcla realidad y ficción. Es como si el alma de un lúcido y nada cargante Terry Gilliam hubiera impregnado cada instante de la historia, de sus personajes, de ese decorado apabullante que nos sumerge por completo en Kepler, aunque estemos en el sexto B. Y todo fluye con naturalidad y contundencia, con ritmo y sosiego, con ternura y solemnidad.
Porque Kepler sexto B es una fábula, un cuentecito sobre la amistad, la familia, el ayudarnos los unos a los otros, pero también retrata una sociedad llena de suciedad que no queremos ver, y esa también es su metáfora. Preferimos estancarnos en una gran fantasía antes que ver la pobreza que nos rodea. El bar es un lugar tan asfixiante como la casa, y los parroquianos, es decir, los clientes fijos, no son precisamente fiables. No hay lugar para esconderse en Kepler sexto B, el único refugio que queda es la imaginación.
Vivir en las nubes. Nunca esa expresión tuvo un significado más pleno que en Kepler sexto B. Karra Elejalde, en uno de sus mejores trabajos, y ha tenido unos cuantos fabulosos, nos lleva a su nave particular y nos transporta a un planeta en el que, tal y como nos ha mostrado siempre la ciencia ficción, solo hay peligros. Porque, en efecto, es un género maravilloso lleno de grandes títulos, pero en ninguno de ellos ocurre nada que no sea una amenaza para el hombre. Y Kepler no va a ser una excepción. Pero mientras se pueda huir de ella, ahí estará Jonás, luchando sin tregua, defendiendo su búnker y su vida de fantasía, en la que es feliz siendo un astronauta esperando instrucciones de la NASA. Y nosotros también, siendo testigos de su quijotesca odisea.
Silvia García Jerez