LIVING: Viviendo en el ocaso
Living es una adaptación del clásico de 1952, escrito y dirigido por Akira Kurosawa, Vivir. En esta ocasión el guión lo firma el japonés, y premio Nobel de literatura, Kazuo Ishiguro, autor del de Lo que queda del día, y en su adaptación del film de Kurosawa, Ishiguro sitúa la acción en el Londres de 1950, cuando está teniendo lugar la reconstrucción del país tras la II Guerra Mundial.
En este presente, que dirige el surafricano Oliver Hermanus con una elegancia apabullante, el protagonista es el actor inglés Bill Nighy, de extensísima carera pero cuyo trabajo más célebre, tal vez, haya sido el del cantante Billy Mack en Love Actually. Nighy interpreta aquí a Mr. Williams, un funcionario taciturno y entregado a una rutina sin alma en la que casi todos los trámites de los que se encarga su oficina quedan estancados por culpa de una burocracia que entorpece cualquier avance en la mejora del bienestar del lugar.
Un día, a Williams el médico le da una noticia terrible que pone del revés su mundo. Ya nada le importa, si es que algo lo hacía antes. Pero un encuentro con una antigua compañera de oficina le hará ver la vida, lo que le queda de ella, con otro ánimo, de tal manera que decide poner todas sus energías en hacer más agradable la existencia de sus compatriotas.
Living es una historia sencilla que Hermanus narra de la manera más clásica posible: preciosos encuadres para los planos generales, que incluyen reflejos en los espejos o puntos de fuga de los personajes en los extremos del recuadro. No estamos acostumbrados a semejante mimo en el seguimiento de sus movimientos y es maravilloso asistir a decisiones estéticas de ese calibre. A ellas se unen, como es de imaginar, para continuar la coherencia clasicista, un tempo alejado del cine contemporáneo, un formato más cuadrado que el del scope (1 . 48 : 1), y momentáneos insertos de flashback en blanco y negro que añaden una delicada armonía a la belleza que ya teníamos en la pantalla.
A este despliegue de virtudes se le une su protagonista, un Bill Nighy espléndido que con su sola presencia justifica que nos acerquemos a esta historia. Pero es que está colosal. Y además, aquí también canta. Sin estridencias, tan estático como el trabajo al que se dedica su personaje, una sonrisa le basta para escenificar su cambio de modo de vida. Ese empezar a vivir que indica el título en inglés. Cuando un actor no sobreactúa todo lo que le aporte a su físico, cualquier gesto, por mínimo que sea, supone un vendaval en la exposición de su yo ficticio. Y Nighy, con cada cambio en su impertérrito rostro nos acerca a él, asombrándonos por su capacidad para seguir dándonos interpretaciones inolvidables.
Living también lo es. Se trata de un relato cuidado en todos los aspectos que nos traslada a un Londres que resurge de sus cenizas como el Ave Fénix en que vemos convertido a su protagonista. Un hombre que dejará huella en quienes lo conocieron, incluyendo a los espectadores.
Silvia García Jerez