BLONDE
El intenso reflejo de la auténtica Rubia
Blonde no es otro biopic sobre Marilyn, ni tampoco una película más sobre La Monroe.
Blonde es una apabullante y absorbente recreación del sufrimiento de una chica llamada Norma Jean y conocida como Marilyn, que llegó a ser La Rubia más famosa de la Historia. Y esta historia, tan suya, es dura y bella.
Con un tratamiento visual tan arriesgado como elegante y una interpretación de Ana de Armas realizando un trabajo inmenso y cuidado al detalle, merecedor de más de un premio por su desdoblamiento, Blonde consigue lo que muchas otras cintas han pasado por alto, transmitiendo por primera vez lo que ella sintió. Lo que sentía Norma y lo que sentía Marilyn.
La actriz, jugando a ser la chica tonta, logró ser la amante de un presidente, icono cultural y ya parte de nuestra memoria colectiva, acumulando tal imaginería de la que conocemos hasta las sesiones de sus fotos prohibidas y los audios con sus psiquiatras. Sin embargo en Blonde todo lo vemos como nunca antes, observando a la persona y al personaje desde otro lugar y con otro ángulo, aunque a nadie le guste ver a Marilyn vomitar.
Combinando inteligentemente distintos formatos y texturas, junto con la alternancia del blanco y negro con imágenes en color -sin depender de qué es ficción y cuando la supuesta realidad, que seria lo más obvio-, la cinta pone los pelos de punta con la veracidad alcanzada en la recreación de los rodajes y en la transformación de Ana de Armas, atravesando la vida de la artista desde su infancia a su muerte, a chispazos -como todos recordamos la propia-, buscando siempre el halo del foco, o huyendo de él. Siempre hacia el círculo de luz que iluminara al personaje o le refugiara del mismo.
Blonde no es una película de disfrute, en el sentido más placentero, pues son casi tres horas de angustias, miedos, dudas, lágrimas y malos recuerdos -todo muy freudiano -, reflejando además la sociedad de una época que, en estos tiempos de interés por la salud mental y ecos del Me Two, resulta necesaria reconocer con otras perspectivas.
El filme exhibido previamente en el Festival de Venecia, llegaba con esos rumores de sexo excesivo y del abuso de la mala imagen del personaje. Mas en estos tiempos, también, de puritanismo, quienes la vean así de lujuriosa y masoquista es que no perciben la coherente intención.
Partiendo de la novela homónima de Joyce Carol Oates, una personalísima biografía de la actriz ahondando en la dualidad de la persona y el personaje, en el golpe al sueño americano y en el trauma de quien arrastraba taras por una madre alcohólica que la rechazaba, la figura de un padre ausente y un intenso deseo de maternidad para traspasar, quizás, realmente su existencia. Blonde atrapa el alma de la única Rubia, en mayúsculas, que con su tinte tan exagerado como su vida, creó la imagen más deseada por hombres y mujeres, proyectando aquella que nunca llegó a creerse.
En Blonde están esos destellos de la biografía oficialmente contada y de sus primeros trabajos. También las clases del Actor’s Studio, o similares de teatro, que a la par eran de introspección y terapia, muy de la época. Aunque puede que echen de menos esa otra parte que sabemos de su vida, elogiando igualmente su cerebro y la gran actriz que era, así como algunos momentos míticos de esas películas suyas que forman parte de la Historia del Cine (faltan ciertas referencias a Vidas rebeldes, con todo lo que supuso para la actriz en su carrera profesional y a nivel personal).
Tampoco verán el cumpleaños feliz cantado a Kennedy, pero sí la mayor intimidad que puedan imaginarse con el presidente americano, mientras conocerán el tan criticado matrimonio con Arthur Miller (con un impostado Adrien Brody), junto a esa peculiar y casi desconocida relación con el hijo de Chaplin que la condicionó de por vida.
Desde el comienzo, el filme nos adentra en La tentación vive arriba y en el rodaje con ese vestido blanco -confeccionado con los mismos patrones y materiales del original- volando onduladamente por la salida de aire del metro -cuando en realidad era un enorme ventilador, que también en esta ocasión y obrándose con la magia del cine, ha sido el nieto de aquel que lo dirigía hacia Marilyn, quien lo hiciera para De Armas-.
Blonde se aproxima con una mirada artística y psicológica a la persona y al personaje, valiendo su pena y las casi tres horas de metraje. Ya sea por ver la asombrosa reconstrucción de algunas secuencias de Con faldas y a loco –contando incluso con la participación de un descendiente de Jack Lemmon, reinterprentándolo- y del momento musical más celebre de Los caballeros las prefieren rubias, con lo que significó cual consigna vital para muchas mujeres, identificando el giro que supuso en ese Hollywood de competencia feroz entre compañeras bajo el poder de unos productores que las obligaban a teñirse, operarse, o a pasar por sus manos, literalmente.
En la rueda prensa acontecida en Zinemaldia tras presentarse como película sorpresa de la 70ª edición, De Armas confesaba, abrumada y divertida, estar coleccionando esos Óscars imaginarios que le entregan en cada entrevista y que guardará para siempre. Mientras el director, Andrew Dominik, que ya había realizado otras biografías poco convencionales -sobre Jesse James y otra como documental de Nick Cave- declaraba que solo Brad Pitt -con quien ha trabajado en un par de sus largometrajes- y Netflix se envalentonaron a producirla, siendo la primera vez que la plataforma lanza un largometraje con la calificaron adulta de 18 años. No obstante, insisto, el sexopresente no es soez y entra en un plano más profundo; a través de un hipnótico montaje al servicio de la estructura narrativa, la utilización de primerísimos planos, los esfumatos de escenas…
Blonde fascina en forma y fondo, y apenas una cuestión (me) chirría del relato -y no destripo nada-, reiterando ciertas imágenes a lo 2001, o de video pro-vida, que resultan excesivas.
Blonde es ya icónica e imprescindible, permitiéndonos ver a Norma y a Marilyn traspasando la pantalla, en todas y cada una de las apariciones de Ana de Armas, hasta llegar a ese final de pastillas en la mesilla y Chanel 5 entre las sábanas, que nos deja sintiendo la realidad.
Marilo C. Calvo