TORO: La España de los malos hermanos
Kike Maíllo, un director que hasta el año 2011 sumaba dos cortometrajes en su trayectoria tras las cámaras, sorprendía entonces a los espectadores españoles al estrenar Eva, film que pertenecía en un noventa por ciento al género de la ciencia ficción y en el que los protagonistas, más allá de los actores que encabezaban el cartel, eran un puñado de robots. Dejando a un lado la historia de amor, que constituía el restante diez por ciento de la trama y hacía decaer los logros de la parte fantástica, Eva fue en su momento un triunfo de nuestro cine. El recuerdo de la cinta ha quedado como un hito, y el propio Kike Maíllo tenía por delante una dura tarea para superarlo.
Ha tardado cinco años en finalizar su siguiente largometraje y aunque probablemente él mismo piense que es demasiado tiempo entre una y otra, lo cierto es que lo verdaderamente importante es que el resultado haya quedado convincente. Y en un momento como el que vivimos, en el que los criterios son extremos y no existen puntos grises ni términos medios, en el que todo se reduce a que el sujeto del análisis sea bueno o malo sin equilibrio entre ambos, Toro sí se sitúa en el camino hacia lo excelso pero no acaba de alcanzar esa meta.
La primera secuencia de Toro es abrumadora. En ella, un trabajo aparentemente sencillo se ve frustrado por diversas circunstancias, y tal azote supondrá un antes y un después en la vida de los hermanos López y Toro, interpretados por Luis Tosar y Mario Casas respectivamente. Entre ese momento, lleno de adrenalina cinematográfica, y cuanto da lugar al recorrido por Almería que constituye el resto de la película, cinco años más tarde del infortunado incidente, encontramos unos títulos de crédito que nos hacen adorar los largometrajes que consideran especial este maltratado aspecto del celuloide y le otorgan la dimensión que se merece el destacar a quienes tienen como oficio entretener al mundo por medio del complicadísimo arte de contar historias.
Uno de ellos es José Sacristán, indiscutible maestro de la interpretación que afortunadamente ejerce su profesión en España y en español, algo a celebrar no solo porque es de esos actores que si fueran norteamericanos querríamos haber tenido aquí sino porque rodando en nuestro idioma no da lugar a que no podamos escucharlo. Su voz, comparable a las de Jeremy Irons o Benedict Cumberbatch, es un tesoro que no nos quita ningún cine que solo proyecte películas dobladas.
Sacristán tiene en Toro la siempre dulce aunque estresante tarea de convertirse en el villano. Un malo mal construido puede arruinar una película, así que hay que mostrarse prudentes con el lado oscuro, pero no es el caso de Romano, un peligroso perista que aterroriza incluso de espaldas. El guion de Rafael Cobos y Fernando Navarrete, firmante el primero del asombroso libreto de La isla mínima y el segundo de la desternillante Anacleto: Agente secreto, convierte a Romano en un antagonista apoteósico y Sacristán lo redondea aportándole todas las características de un ser al que acompaña de forma permanente el aura de lo inquietante, esa que estremece cuando el personaje está en pantalla y nos mantiene alerta en los momentos de su ausencia.
También merece aplausos el siempre discutido Mario Casas. Ninguneado continuamente en los premios Goya, a los que suelen concurrir con múltiples nominaciones todas las películas en las que participa, crea en Toro un personaje que responde fielmente al título que él mismo otorga a la cinta. Su tatuaje en la espalda, su actitud, sus movimientos, todo en la interpretación de Mario remite al animal que lo apoda. Literalmente exhibe modos de embestida ante quienes lo acosan. Él no quiere estar ahí, pero no le queda más remedio, y se defiende. Como un toro. Pocas veces una película estuvo mejor bautizada.
El film bebe de distintas fuentes que todo cinéfilo será capaz de reconocer. Tal vez el referente más inmediato sea Drive, obra maestra del siempre desconcertante Nicolas Winding Refn, pero también pueden atisbarse ecos de Martin Scorsese en la secuencia de la caravana o de The International: Dinero en la sombra, la espléndida película de espías que protagonizaron Clive Owen y Naomi Watts, en su tramo de desenlace.
Pero Toro es profundamente española. Ese empeño por huir del pasado, esa picaresca aplicada a la ocasión que lo precisa, esa búsqueda de cobijo en el entorno familiar, por mucho que en algún momento el nuestro demuestre ser, a ese respecto, un país de malos hermanos, frase ya mítica de su legendario villano, esos rasgos tan de aquí son igual de patrios que el mamífero que congrega a cientos de espectadores en las plazas o el que continúa desperdigado por las carreteras de nuestra geografía, saludando con su imponente silueta a cuantos coches circulen a sus patas.
Silvia García Jerez