WEST SIDE STORY: Amor y xenofobia en América
West Side Story es uno de los musicales por excelencia de la historia del cine. Carteles con el lustroso dato de que es la película de los 10 Oscar circulan entre los coleccionistas de merchandising de títulos clásicos. Corría el año 1962 y la película ganó casi todos los premios a los que estuvo nominada, sólo le faltó lograr el del mejor guión adaptado.
Ben-Hur, de William Wyler hacía dos años que había ganado 11 de las 16 candidaturas que obtuvo. Tiempos en los que la Academia fue generosa con películas que siguen siendo un hito. Por eso han sido objeto de revisión, la más reciente, la versión de Steven Spielberg que da lugar a este texto y que ahora se estrena.
En realidad tiene su origen primero en la novela de Arthur Laurents y después en la producción de Broadway cuyo libreto escribió el recientemente fallecido Stephen Sondheim con música de Leonard Bernstein.
La película de Robert Wise, con coreografía de Jerome Robbins, fue un exitazo en taquilla y, de momento, a la espera de las cifras de fuera de Estados Unidos, la de Steven Spielberg ha sido un fracaso rotundo allí. Es normal. El público ha cambiado, los gustos también y ahora son los superhéroes los que se llevan la atención de quienes entran en las salas. Ni Clint Eastwood (Cry Macho) ni Ridley Scott (El último duelo) o Steven Spielberg, que parecían intocables en éxitos comerciales, son capaces de repetir las gestas que antaño lograban.
Además es normal su fracaso en la taquilla americana: un porcentaje del film está hablado en español, es lo que se habla en Puerto Rico, y Spielberg no ha querido subtitularlo en inglés porque el idioma comparte espacio con el inglés en Norteamérica. Creo que es una decisión errónea porque algunos espectadores, efectivamente, sí entrarán en la cinta sin subtitular, pero a lo mejor no todos tienen el nivel para seguir los momentos en español o el spanglish entre las frases. Recordemos, además, que lo que hace Spielberg con los idiomas aquí no es ninguna heroicidad porque en la original ya había mucho español incluido.
Una tercera razón para su fracaso en taquilla reside en que el musical, que fue un género al alza en los 60, está a la baja en la industria más laureada del mundo. El último en tener transcendencia y en ganar el Oscar fue Chicago, y de eso hace ya diez años. La La Land, evidente fenómeno de masas hace casi cuatro años, fue vencedor durante unos breves instantes, los previos a que el Oscar lo recibiera Moonlight.
La La Land fue el último gran éxito del cine musical en taquilla, y este año ni In the heist, ni Tick tick… ¡Boom!, ni de momento West Side Story han vuelto a elevar el género a las cimas económicas que suponíamos le pertenecían.
La pregunta ahora es si independientemente de que el público que acude a las salas no le interese otro género que no sean los superhéroes West Side Story es una buena película que ya se apreciará como merece cuando la podamos tener disponible en casa. La respuesta es ambigua, pero desde luego mala no es.
West Side Story cuenta una historia de amor, adaptando Romeo y Julieta, de William Shakespeare, al Nueva York de los años 50, cuando el racismo y la intolerancia hacia los inmigrantes, en este caso puertorriqueños, era motivo para dejarlo patente y hacer la denuncia con base de musical. Y lo que está claro es que esta nueva versión, con guión de Tony Kushner (Munich, Lincoln y The Fabelmans, lo próximo de Spielberg) incide en el hecho de que si eres de fuera no te tratan igual que si eres nativo.
La cinta de Robert Wise tiene momentos fabulosos, con esa intro inolvidable, o los números con los agentes de policía o en el garaje, pero por lo general ha envejecido peor de lo que se podía esperar de ella.
Steven Spielberg le toma el relevo con aciertos y errores en su versión. Que el número de América lo mejore se agradece. De situarse en la azotea, que tan mal le sienta al original, Spielberg se lo lleva a las calles en las que arranca la función y convierte la interpretación del tema en una fiesta. Es muy emocionante asistir a su evolución, porque comienza como Someone in the crowd, de La La Land, y va tomando la forma de un fabuloso número multitudinario de Moulin Rouge!, otra joya del género. Aquí, la Anita de Ariana DeBose es está sublime.
Pero luego decide que Rita Moreno, la Anita de la versión clásica, tenga un papel distinto en esta. Por edad, lógicamente, no puede volver a interpretarlo, pero sí puede ser Valentina, la viuda portoriqueña… bien ahí, está espléndida como tal… que canta Somewhere, espectacular tema que era de María y Tony en la película original. La canción estaba incluida dentro de un contexto que le daba la dimensión trágica que requiere el momento. Rita no solo no canta bien la canción, tampoco está correctamente justificado que le toque a ella en esta ocasión.
Otro de los aciertos de la actual West Side Story reside en sus actores secundarios. Ya en la anterior destacaban George Chakiris como Bernardo, el hermano de María, y Rita Moreno como Anita, y aquí lo hacen ella misma, como ya ha quedado dicho, Ariana DeBose, Anita, ella sí, y sobre todo Mike Faist, un Riff sensacional que se lleva la atención de la película en la parte en que aparece.
Pero una vez más, ni María (Natalie Wood entonces, Rachel Zegler ahora) ni Toni (Richard Beymer entonces, Ansel Elgort ahora) tienen fuerza alguna. Son dos personajes sin garra, generadores del conflicto pero sin interés más allá de éste. Y que los protagonistas de la historia carezcan de él le quita potencia al conjunto.
Por lo general, este West Side Story concentra su fuerza en los números musicales grupales. El de los chicos en la comisaría de policía queda mucho mejor aquí que en la calle, y el baile en el que María y Tony se conocen tiene un arranque tan sensacional, entrando los nuevos integrantes del número por la puerta del salón, que solo por verlo ya vale la pena asomarse a la película.
Es en los momentos fuera de ellos, los íntimos, cuando la cinta pierde fuelle. Que la historia de amor no interese demasiado tiene bastante culpa de ello. El contexto social le da la fuerza de la que la historia carece y en el que se sustenta su rotunda fama, partitura aparte, por supuesto, hablo exclusivamente de la historia a la que luego se le añade el componente del género musical.
West Side Story no es una mala película pero tampoco la mejor de Steven Spielberg de los últimos diez años. El puente de los espías o la infravalorada Ready Player One las superan a mucha distancia. En la presente podemos ver el sello Spielberg con toda claridad, con esa fotografía –de Janusz Kamisnski, como es habitual- que cambia de color según se centre en los Jets o en los Sharks, esos planos cenitales tan suyos, esas sombras con las que anuncia la tragedia. Acertados trazos de Spielberg en estado puro.
Un Spielberg que a pesar de no ser el más destacado sí que sigue la línea de madurez que en sus últimas obras está perfeccionando el clasicismo que lo caracteriza. Lleva unos años subiendo el listón de obras menores, discutibles incluso, como La terminal, Atrápame si puedes, Minority Report o Inteligencia Artificial, laureadas por muchos pero sin llegar al consenso que esos muchos desearían. Con este West Side Story, no redondo pero sí interesante, regresa a esos años y sería bueno que en breve volviéramos a verlo en estos otros.
Silvia García Jerez