LA VIDA ERA ESO: Del negro al gris

La vida era eso comienza cuando conocemos a María (Petra Martínez), una mujer mayor que vive en Bélgica tras emigrar allí en los años 70. Está ingresada en el hospital y puntualmente la visita su marido, José (Ramón Barea), pero los días se le pasan monótonos a la espera de que le den el alta y pueda volver a su también monótona vida con sus hijos y sus nietos.

Algo dentro de ella va a cambiar cuando a su habitación llega una nueva paciente, Verónica (Anna Castillo), una joven también española e inmigrante en Bélgica como ella, solo que no de la crisis de los 70 sino de la actual, que se ha marchado de España para intentar, allí, trabajar de lo suyo, como fotógrafo. Una chica resuelta, divertida, natural, que dice lo que piensa, que no se corta un pelo sin llegar a faltar el respeto y que incluso se masturba en la escasa intimidad de su cama en el cuarto que ambas comparten. Dato este de suma importancia para el relato.

Las dos se hacen muy amigas en esa habitación. Verónica está ahí porque se ha desmayado en una tienda y lo que ella cree que es un desvanecimiento pasajero resulta ser algo mucho más grave. Pero no tiene a nadie en Bélgica. Y tampoco en España. Su ex novio ya no significa nada en su vida y nadie la espera, por lo que cuando es necesario llamar a algún familiar, el hospital recurre a María, el único contacto que Verónica ha facilitado.

María comienza entonces un viaje en el que va a tener muy presente a Verónica, llegando al corazón de su tierra, a sus orígenes, para encontrarse con su pasado y descubrir, con ella en mente, que la vida era eso que se estaba perdiendo en una rutina que no la dejaba mirar más allá.

Anna Castillo en una de las mejores interpretaciones de su carrera, en La vida era eso.
Anna Castillo en una de las mejores interpretaciones de su carrera

La vida era eso es la historia de una amistad que lo cambia todo, la constatación de que ser mayor, de que haber recibido la educación encorsetada de una determinada época no exime de poder abrir los ojos a lo que no sabías que podías hacer o nunca te permitieron.

El mensaje es precioso, la película no tanto. Porque también está encorsetada. Solo el personaje de Anna Castillo es libre en este universo femenino tan apagado. Solo Verónica es la luz de la película y con esa luminosidad la interpreta. Es delicioso asistir al despliegue de verdad, de alegría, de naturalidad de esa fotógrafa que piensa que no tiene sentido estar en el hospital pero cuya estancia acepta sacándole todo el partido posible. Eso sí, no se entiende que con ese desparpajo y esa majestuosidad que despliega no tenga a nadie más en la vida que a María. Eso es bastante increíble. Pero que Anna Castillo realiza una de las interpretaciones más memorables de su carrera, es un hecho. Está deslumbrante y merece más suerte que la que está teniendo en la temporada de premios que ya ha comenzado.

Es Petra Martínez la que se está llevando los aplausos, y lo cierto es que Petra es una actriz maravillosa, siempre lo ha sido, pero su María no acaba de despegar a la hora de que asumamos que está aprendiendo una lección en la vida.

Su día a día ha sido pura rutina pero el viaje que le sigue no experimenta un giro excesivo. Todo sigue siendo lúgubre y triste, y su labor de ama de casa continúa hasta en la cocina. No es la mejor celebración de que por unos días te vas a tomar unas vacaciones de aquello que conocías.

También es lógico que alguien que no ha vivido sino en un determinado esquema acabe navegando en aguas similares y únicamente haya pinceladas que marquen un nuevo posible nuevo rumbo dentro del mismo río. Pero esto no es un Thelma & Louise en el que Thelma permanezca en el aire y Louise vuele alto lejos de su pasado, sino una película en la que la luz al final del túnel es un puntito que indica que de haberse acercado antes la pila no estaría tan gastada.

Petra Martínez, antes de ser la quejica Dona Fina en La que se avecina, donde está sensacional, poco se dice, y fue la señora Verónica, como aquí Anna Castillo, que casualidad, de Mientras duermes, de Paco Plaza. Aquella que sacaba el perrito a pasear y era objeto de burla por parte de Luis Tosar en el portal. O Antonia en La soledad, de Jaime Rosales, esa obra maestra que le ganó, con razón, a El orfanato el Goya a la mejor película, en la que ella interpretaba a una madre a la que le pasaba algo verdaderamente impactante… y a tiempo real. Es una actriz superlativa, llena de detalles en cada personaje al que da vida, pero con la que no termino de congeniar aquí. No por ella sino porque el guión no ofrece lo que el argumento sugiere.

A La vida era eso le falta el alma de Verónica, lo que ella transmite la película no consigue recogerlo para darle continuidad. Lo negro se torna solo gris, y el engranaje que tanto iba a corregirse no puede sino engrasar momentáneamente su mecanismo. Ojalá hubiera más vida en esta segunda vida.

Silvia García Jerez

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