ESPARTACO MARTÍNEZ
LA CRONOSFERA: ¿En qué proyecto estabas cuando nos interrumpió el confinamiento?
ESPARTACO MARTÍNEZ: Tenía unos 15 años de no venir al D.F. Estaba iniciando un nuevo proceso. Después de trabajar 8 años en el CEDRAM, en Pátzcuaro me fui a Japón y regresé a México. Mi pareja es bailarina, actriz, performance, recibió una invitación en el Centro Budista Ekoji y tiene que oficiar en ese lugar y yo la acompaño, porque en ese templo se vive. Se cerró y para nosotros fue un cambio fuerte en muchos sentidos, como artistas, como familia, nos replanteamos una manera de vida.
Para mí, ha sido un cambio muy cabrón. Con todo mi respeto y dolor a la gente que está afectada por el COVID, para mi, ha sido un respiro. Ha implicado cambios en mi manera de trabajar, dinámicas, incluso en mi físico.
No me he visto tan presionado a nivel de trabajo, he cerrado ciclos, he tirado de mis ahorros bien administrados. He valorado mucho el poder estar con mi familia. Estoy contento de esta pausa.
Ésta pausa que nos hemos dado, se sintió en la ciudad, la ciudad respiraba. Parecía una instalación de Cristo. Después de esas escenas ridículas como las del papel de baño, del pánico de lo que no sabemos por qué huimos. Dos meses, en la ciudad, fueron de silencio absoluto. Todo estaba cerrado. Veías todo, pero no había ésta condicionante, que nos ha hecho ver qué cosas son necesarias y qué no.
El aislamiento, el respeto a tu espacio, la inmovilidad, el silencio, esas cosas, se trabajan mucho en el Butoh.
LA CRONOSFERA: ¿Qué influencia tiene en tu disciplina personal?
ESPARTACO MARTÍNEZ: El Butoh, se parece mucho a ciertas ideas del Zen: El aislamiento, la inmovilidad, el silencio. Pasaron muchos años en oriente para saber cómo relajar el cuerpo, como destenzarlo. Esas cosas, como pueden ser el contacto, la sana distancia, son muy Butho. En oriente, la fiscalidad y el erotismo se viven de otra manera, hay mucha ambigüedad, como por ejemplo taparte y ver que se dibujan otras cosas.
Nosotros los mexicanos somos muy dados a abrazarnos, en Japón, siempre hay una distancia, en muchos niveles, pero esa distancia es muy…, yo le diría delicadeza. Te comunicas de otra manera, no necesariamente hablando.
Aparentemente, para ellos no pasa nada, todo es muy frío, a diferencia de nosotros que como latinos, nos creemos alegres y demostramos lo que sentimos, pero la verdad, que el que se deja llevar por esos prejuicios, es el que no entiende nada, porque para ellos, está pasando todo. Y en el mundo indígena, hay mucha conexión con lo oriental. Silencio, cuidar la atmósfera. Como cada quien se prodiga de un ambiente, una telepatía, un algo como es el simple hecho de caminar en un escenario, si tu eres sensible, ya hay algo, ya está pasando algo, una atmósfera, una tensión muy especial.
Me sirvió esta pausa que dio el mundo, para respirar, han venido cambios y cambios y cambios. Se están sintiendo otro tipo de cosas. Por ejemplo, el enrarecimiento del tiempo, como si el tiempo no pasara, pero a la vez se ha ido rapidísimo. Ya pasó un año, ya se me hace la prehistoria.
LA CRONOSFERA: ¿Cómo crees que le ha afectado al teatro, está gran pausa?
ESPARTACO MARTÍNEZ: Como decía nuestro camarada del Bread and Puppets, Peter Schumann, El arte es tan necesario, como el pan nuestro de cada día. Eugenio Barba, sacó un texto en donde decía que si el teatro se hacía en la guerra, con funciones clandestinas. Aprender a reutilizar el espacio.
Estábamos muy hechos, como si el foro, el teatro, fueran una alberca muy chingona, y ahora, tenemos que salir a nadar a mar abierto. Son otras las condiciones.
Ahora hay una sensación extraña, entre insegura, pero con liberación.
El arte es tan necesario, como el pan nuestro de cada día.
El quédate en casa, es un privilegio de clase. Los que vivimos en la primera línea de producción que no se puede detener, porque de ahí, comen todos. Al final, lo que creo que más vale la pena es, un toque, una caguama en la esquina con los compitas, ver a la banda. Siempre hemos estado en el filo de la navaja. Ahí está el teatro, ahí ha estado siempre. Yo no puedo omitir que han sucedido cosas muy fuertes, sobre todo en enero, que te decías… ¿Qué está pasando? Filas de doscientas personas buscando oxígeno.
LA CRONOSFERA: ¿Cómo viviste el teatro por Zoom?
ESPARTACO MARTÍNEZ: Bien abierto, viví dos experiencias, un taller de crónica que fue una experiencia muy chingona, en dónde me di cuenta de que si pasan cosas. Y la otra fue un taller de Butoh, en donde se apuntó Natalia Lafourcade y fue muy loco, porque en un error tecnológico, ella comenzó a cantar, pero no sabía que la estábamos escuchando y hacía unas voces muy locas, pero al final se hizo una especie de performance que quedó de poca madre. Es como si al teatro le pones mute, el público tiene derecho a reaccionar como quiera. Tuve muy buenas experiencias, pero a mi, en lo personal, no me terminó de agradar.
¿Vamos a aburrir a la gente? o de verdad, vamos a convocar, la celebración de la vida. Yo tengo ganas, me siento motivado.
Ahora el teatro se ve en línea, y estoy harto de eso, como lo están mis hijos que no quieren hacer talleres On line. Queremos que las cosas vuelvan a ser presenciales.
Necesitamos de lo presencial, necesitamos ir a un concierto, como el de Chavela Vargas, en dónde sus espectadores salieron como si hubiesen ido al psicólogo. Hay cosas que necesitamos, que sólo se dan presencialmente. Una ceremonia, una operación, el teatro, jamás se va poder realizar si no es presencial. No hay intermediación.
Hay un cuento para teatro kamishibai que se llama El gato que murió un millón de veces, y vida tras vida, la va cagando y cagando y lo va presumiendo, hasta que en su última vida se encuentra a una gata que le gusta y se luce presumiendo su millón de vidas que ha vivido. Pero a la gata, no le importa.
En la ciudad, cuando estábamos todos confinados, y todo estaba en silencio, solo se escuchaba el pregón, de -“Tamales, tamales oaxaqueños, llévese sus tamales” y eso, decía mucho.
Siento que a pesar de mi mismo, tuve que cambiar, porque no puedo omitir y faltarle el respeto a las cosas en donde mucha gente la pasó muy mal o lo está pasando. Pero también la ingenuidad, porque esto no es la primera vez que sucede en la historia del mundo y a lo mejor, es que no hemos aprendido ni madres.
Soy como los demás, un tipo miserable como los demás, no podría plantear algo diferente y me tengo que incluir en una sociedad miserable.
La mezquindad nos define en muchos aspectos. Están llegando las vacunas y la gente la está haciendo de pedo porque se están poniendo o porque no se ponen.
Es cierto que la mayoría de la gente muere por diabetes e hipertensión. Porque este país es una fábrica de pobres y su sanidad no funciona. Por otro lado, tengo que decir que es un país muy rico y que mucha gente del mundo viene y se siente libre. Hay que ser positivos con esperanza y pensar en que cambiamos.
Como diría Beckett: Fracasa mejor.