UN AMIGO EXTRAORDINARIO: Las sombras de la amargura

Un amigo extraordinario no parece lo que luego resulta ser. Se trata de una película basada en una historia real con un mensaje positivo y una amistad de esas que se no se olvidarían… si no fuera una cinta tan lúgubre, tan carente de garra emocional y tan seca a la hora de transmitir buenos sentimientos.

Pongámonos en situación: El protagonista de la película es un periodista, Lloyd Vogel (Matthew Rhys) al que su jefa encarga un extenso reportaje sobre el famoso presentador de programas infantiles de los años 60 en la televisión norteamericana Fred Rodgers (Tom Hanks), incluyendo, claro, una entrevista para acercarse a su figura lo más posible.


Vogel, cínico hasta la médula, no tiene ninguna intención de hacerla, pero ante la orden, a la que no puede negarse, de escribir el reportaje, se marcha al estudio, a conocer a la estrella de la pequeña pantalla.


Al contrario de lo que tenía previsto, Lloyd se queda fascinado con Fred, a quien por supuesto irá acercándose para completar su trabajo, y el deber desembocará en una amistad de la que Lloyd no solo no renegará sino que con los años admitirá que es una de las mejores cosas que le han pasado porque verá en Roger a una de las personas más increíbles y generosas que ha conocido.

Tom Hanks y Matthew Rhys en Un amigo extraordinario
Tom Hanks y Matthew Rhys

Que sea una historia real a más de uno puede echarle para atrás por el hecho de que le remita a los esquemas de un telefilme, aunque Tom Hanks esté presente en ella, sin ser el protagonista. Y tendrá razón. El aire a telefilme va surcando cada fotograma y convierte la que podría ser una película interesante en una rutinaria historia que, por mucho que no gire en torno a un potencial asesino o a un hombre que pretenda seducir a una rica heredera para herederar él, no deja de ser un relato tirando a plano de una amistad que le aporta más a él como persona que a nosotros como espectadores.


Porque A beautiful day in the neighborhood, que es el título original de la película, Un bonito día en el vecindario, sería su traducción, es una cinta especialmente plana en cuanto al tono en que cuenta su historia. El título en inglés hace referencia al del programa que Fred Rodgers tenía y en el que daba consejos a los niños y a los adultos que quisieran verlo. Y por lo visto, si nos atenemos al nivel de popularidad que tenía, muchos eran los que lo veían.


Lo que no se entiende, viendo ahora este film, es que se tratara de un programa para niños. Porque más serio y menos infantil no podía ser. Al menos ese es el aspecto que nos da en Un amigo extraordinario a quienes nunca vimos ese programa. Extraordinariamente aburrido, habría que añadir. La película y el personaje, ambas cosas. Porque no se puede ser más monotono desde el principio hasta el fin y también me refiero a ambos aquí.


Rodgers, y aquí sí me centro en él, no cambia el tono nunca, en ningún momento, y eso no es creíble. A veces ocurre en la vida real, hay gente que efectivamente no cambia nunca el tono, pero en el cine no es creíble, tanto es así que puede incluso llegar a producir rechazo, y más cuando en en el film hay situaciones que demandan cambios y el personaje no los ofrece.


Marielle Heller, directora de la sobrevalorada y por momentos irritante ¿Podrás perdonarme algún día?, firma también Un amigo extraordinario y viendo lo fallido que era su film anterior se comprende que aquí no encuentre el equilibrio entre el drama y la ternura que se nota que busca, y le queda como resultado un intento, perfectamente válido, de homenajear a un hombre que lo fue todo en la cultura norteamericana, pero lo hace a través de un filtro que no acaba de mostrarnos un cuadro a la altura de su leyenda.


Tom Hanks consiguió una nominación al Oscar, como mejor actor secundario, por esta interpretación. Llama la atención que el mejor actor en activo del mundo, un intérprete que continuamente se aleja de los tópicos en sus personajes, que nunca cae en estridencias, que se mantiene siempre en la normalidad de los comportamientos cotidianos tan difícil de reflejar en la pantalla, algo que también sabía hacer de maravilla Jack Lemmon, haya sido, tras sus dos Oscar consecutivos al mejor actor, por Philadelphia y por Forrest Gump allá por los años 90, cada vez más ignorado por una Academia que tenía que haberle dado otro por Salvar al soldado Ryan y un cuarto por Capitán Phillips o por El puente de los espías, a elegir, aunque por estas últimas ni siquiera lo nominó.


Por Un amigo extraordinario sí le llega la sexta candidatura, como mejor actor secundario, un trabajo que no resulta tan interesante como estos ya citados, pero que al tratarse Rodgers de un personaje tan icónico en la cultura americana han accedido a nominarlo por la dimensión del hombre real que Rodgers fue. Pero probablemente de manera aislada esta interpretación no tendrá para el público tanto peso como otras que nos estremecen más de cuantas lo han logrado. Por eso no se entiende demasiado bien que hayan ignorado otros trabajos del actor para nominar este.


Pese a todo, Un amigo extraordinario es una película con un mensaje tierno y maravilloso. Una lección de vida para todos que viene de alguien que se dedicó a darlas desde el mayor escaparate del mundo moderno: la televisión. Lo malo es que lo recibimos a través de una película cuyas sombras son más consistentes que sus luces y que las pocas que mantiene se diluyen cuando las de la sala también se encienden.

Silvia García Jerez

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