JOKER, tienes lo que te mereces: un León de Oro
Joker ganó el León de Oro hace apenas un mes, y parece que en Venecia hubo cierto desconcierto por premiar a un personaje escapado de las cintas de superhéroes.
El film que ahora se estrena, llegaba con expectativas y como la película sorpresa en el Festival de San Sebastián, formándose una fila de récord para la matinal del pasado sábado.
Una vez vista, cuando Sinatra cantaba That’s Life (Así es la vida) hacia los créditos finales, los aplausos seguían mientras una salía del cine con ganas de volver verla y sin poder dejar de bailar.
No quisiera exagerar, que luego viene la decepción. Tampoco causarles trauma alguno. Pero visto lo visto, Joker es de las mejores presentaciones de personaje que jamás conocerán.
Tiempo ha que el malvado bufón de DC Comics aparece con distintas caras para un mismo disfraz, en infinitas historietas, series y filmes, forzando siempre el caos y la alegría. No obstante, aún sabiéndonos su historia con las múltiples versiones ya aprendidas, inventadas o no por este supervillano en cada enfrentamiento con Batman -¿y cuántas veces veremos morir a los padres de Bruce Wayne?-, lo que hace Joaquin Phoenix en Joker no tiene nombre.
Si bien el histrión era reconociéndole por sus apodos como Bromista, Guasón, As de Bandidos, Arlequín del Odio y sobre todo, Príncipe Payaso del Crimen, en esta (nueva) recreación de la creación del Joker, Phoenix se hace con el personaje como ninguno antes y le convierte en el rey; mostrándonos sus traumas con esa sonrisa siempre pintada, mientras aguanta la pena en sus ojos, revelándonos lo que nadie antes había conseguido -ni el Oscarizado y magnífico Heath Ledger de Nolan, ni el clásico y ya demodé con Jack Nicholson por Tim Burton, ni mucho menos, el reciente y paródico de Jared Leto-.
Y como en una primera cita, con su traje en technicolor como recién salido de un musical, nos invita al show de la caída y el ascenso a locura -según se mire-, de un tipo que se presenta con una carcajada continua y una tarjeta de visita, disculpándose por las molestias del trastorno que sufre. Un tipo raro, un chiflado consciente de su condición, que sigue sin entender por qué la gente normal espera un comportamiento tal, de alguien como él -que después se asustan con lo merecido-. Un auténtico payaso de profesión que cuenta sus miedos cual chistes de monologuista de bar, más de burla que de aplausos, mientras confiesa sus fantasmas a una terapeuta de la seguridad social, buscando en cada sesión de ayuda semanal, esa empatía de anuncio de la que oye hablar y no encuentra ni en la puta calle de un Gotham setentero, que aparenta New York más que nunca, pero bien podría ser Londres, París, Barcelona o Madrid.
Deseando tanto recibir consuelo que lo imagina, al igual que convertirse en famoso comediante practicando un humor macabro, cruel y muy biográfico, que le libera tanto como le define y caracteriza.
Pero además, este Joker baila -que quien baila, dicen, espanta su mal; ese propio de uno mismo, que es sitio propio para todo mal-. ¡Y Phoenix lo hace tan bien!
Joker es triste, oscuro y violento -personaje y largometraje-, llegando a intuirse aquello va a ocurrir por los síntomas mostrados más que por cómo esta narrado, que además está de locura y con gracia -en todos los sentidos-.
Sin embargo, incluso en lo previsible no hay anticipación, ni decepción alguna.
Joker está tan bien llevado y traído, cogido y soltado en sus casi dos horas, que todo fluye como en una elegante coreografía de planos y tempos, perfectamente ajustados a un metrónomo entre el dolor y la maldad, la venganza y la culpa, descubriéndonos en esta distopía de tebeo una apatía cercana y cierto desencanto atemporal, que resultan más que veraces.
Asimismo, este Joker es el más divertido de todos -y lo digo sin ponderar- aún inmerso en toda una tragedia. Alejándose de la caricatura y trascendiendo de víctima a verdugo, al compás de su ahogada carcajada que (nos) resuena y hasta atraganta.
Así que no hay mucho más que analizar de este antihéroe con maquillaje y sin super-poderes, que viene con mucho pasado y leyenda, teniendo que mantener todavía el mito; este que no sólo merece convertirse en el mejor personaje de Batman con este spin-off enterito para él, sino en la semilla del mejor villano -con alma, esta vez-, mereciendo también ese León de Oro y toda una fauna de premios.
Joker es es el principio de todo. El origen y el fin.
Y tras Joker, los demás serán una copia (y hombre-murciélago volverá)
Todd Phillips dirige Joker –y al Joker- con una poderosa fotografía y unas más que notables interpretaciones, ya que si Phoenix es irremplazable, ahí están acompañándole esos otros payasos que también salían en American Horror Story, junto a Frances Conroy – esa inolvidable madre de Six Feet Under, que aquí es la mamá de la criatura- y Robert de Niro -perfecto, de estrella televisiva-.
Con producción de Scorsese y la colaboración en el guión de Scott Silver (The fighter y 8 millas), el realizador de la trilogía de borracheras en Las Vegas, pasa del resacón al cubo a la reflexiva observación de un Joker –que ya es Historia del Cine-, con quien quedas encantada de haberle conocido. Un placer (eso sí, en VO, please, reconociendo ese trabajo de voz de Phoenix).
Claro, que este comodín de ficción puede resultar tan peligroso como inspirador para esta realidad de conversaciones por globitos y emociones con caritas. Pero no nos volvamos majaretas y tendamos al descontrol -que ya hay mucho ahí fuera- con la ocurrencia de teñirnos el pelo de verde y ponernos una careta de payaso en plan vendetta (ay, las máscaras)… Mejor, escuchar cualquier canción de Sinatra, por ejemplo, o ir al cine con colegas para reírse de todo, al comprobar que existen clowns que hacen danzar al mundo.
Quizás si lo hiciésemos, nos curaríamos de tristezas y pensaríamos menos locuras.
¿O no? Sesión a sesión (o, elección tras elección). A uno y otro lado de la pantalla, aunque Joker sea único.
Mariló C. Calvo