SHOCK, EL CÓNDOR Y EL PUMA
“Hay una guerra de clases pero es la mía, la de los ricos, la que está haciéndola y vamos ganando”. Esta frase del mega-millonario Warren Buffet no me la quito de la cabeza desde que, resonando entre todas las proyectadas, la leí en Shock (El Cóndor y el Puma); la asombrosa función que Andrés Lima ha estrenado en el Valle-Inclán, junto a un impecable reparto y una puesta en escena de las que harán historia.
Como la que nos cuenta el director representando parte de la nuestra, mostrándonos un pasado reciente con sus consecuencias actuales, desde un espectáculo rotundo que abarca el clown, la performance, la farsa, el teatro documental y por supuesto, la dramatización.
Y es que en Shock pasan muchas cosas, y muchas a la vez.
Sin embargo, todo encaja y suma en cada escena, desprendiendo el trabajo realizado durante un año en los talleres de investigación sobre los hechos históricos que se exponen, y la propia creación teatral al adaptar el libro del que parten; La doctrina del shock, de Naomi Klein, donde se repasan los acontecimientos más críticos de las últimas seis décadas, manifestando los tejemanejes económicos y políticos que los conectan, cual detonantes de aquellos sucesos que hacen que nos desorientemos, que perdamos nuestra narrativa y entremos en estado de shock.
Klein analiza con su doctrina esta contemporaneidad, desde Allende al genocidio en Indonesia, pasando por el post Apartheid y la post Perestroika, el 11S y 11M, la guerra de Irak, el huracán Katrina y el tsunami tailandés, demostrándonos “que el capitalismo sin restricciones va de la mano de la democracia. Y lejos de ser el camino hacia la libertad, tiende a aprovecharse de las crisis ante un desastre natural, una guerra o un cambio de régimen, aumentando las desigualdades allí donde se introduce”.
La autora, conocida también por No Logo –magnífico ensayo sobre el poder de las marcas que nos hermanan al consumismo por la american way of life-, lejos de ser una conspiranoica, queda respaldada por los documentos desclasificados que siguen saliendo a la luz, a día de hoy, corroborando La doctrina del shock.
Adaptar a escena un libro así es toda una proeza, con instintos de tragedia, pero Lima elige sólo los capítulos relativos al golpe de estado en Chile y Argentina, añadiendo algo de humor para aligerar tanta verdad y una música en directo -que amansa a las fieras-, evitando convertirse en un tremendo catálogo de horrores, de aquellos episodios que creemos conocer.
Presentando la exposición de los hechos con documentación de archivo y jugando al fake, con grabaciones sonoras y en grandes pantallas, Lima nos shockea la memoria, el alma, la razón, las entrañas… Mientras entre fantasmas, recuerdos y estrellas –de todo tipo– asistimos a aquellas conversaciones, discursos, entrevistas, brindis y hasta confesiones, que pudieron ocurrir, o verdaderamente existieron; convirtiéndonos en cómplices y testigos de cada acto, junto al coro de personajes que, a la par, son víctimas y verdugos.
Dividida en cuatro piezas, más un prólogo y un epílogo, Shock (El Cóndor y el Puma) está escrita a cuatro manos y por cuatro cabezas, participando en la dramaturgia el mismo Lima, añadiéndose algunos de sus colaboradores habituales, quienes aportan su estilo y escena propia.
Comenzando por Albert Boronat -detrás del grosso de la obra, fusionando información y teatralidad-, pasando por Juan Cavestany -y su ficción dentro de la ficción, con todo aquello de estilo yanqui-, para terminar por Juan Mayorga -como elevado al cubo- y su triple versión de cierta entrevista en televisión, parodiandb ajo la doctrina del show.
Alternando asimismo protagonismos en escena, Shock pone en pie una veintena de personajes con un simple cambio de pañuelo por peluca, o de gafas por bigote, contando con madres de desaparecidos, padres torturados, algún psiquiatra famoso, secretarias, secretarios, soldados y pilotos, mandatarios, un Nobel de Economía y hasta la esposa de un dictador, que conmueven tanto como asustan en la piel de seis excelentes intérpretes: Natalia Hernández, Paco Ochoa y Juan Vinuesa -estupendos los tres- en compañía de Ramón Barea -memorable en un Jekyll-Hyde entre Allende y Pinochet-, María Morales -inmensa, transformándose entre otras personalidades, en Margaret Thatcher- y Ernesto Alterio, sorprendente y brutal, que igual juega al fútbol, que canta, que toca piano… Imparable.
Como todo en Shock (El Cóndor y el Puma)
Como ese escenario rotatorio y fascinante creado por Beatriz San Juan, donde giran esos microcosmos que mueven el mundo.
Esta maga de la escenografía que sigue revolucionando la puesta en escena desde Animalario (¿recuerdan el ring para Urtain?), ingenia, esta vez, una estructura circular e inmersiva que, junto a unos certeros visuales a cargo de M.A. Raió (que incluyen unos dibujos de Allende, de la misma escenógrafa), nos hace partícipes de todo shock, de principio a fin, y sin perder perspectiva alguna, bajo el soberbio diseño de iluminación de P. Yagüe.
LIMAndo aquellos lodos…
Lima y Boronat arrancan la maquinaria, ubicándonos en la época de los ‘50, al comienzo de las teorías neoliberales y de la práctica del electro-shock. Colocándonos ante el inventor de las descargas para el control mental (Ewen Cameron) y el economista de moda, en aquellos tiempos (Milton Friedman), quienes uniendo teorías, desencadenaron el primer shock.
Con La Nada es bella como propuesta y objetivo, e inspirándose en las llanuras americanas cual tabula rasa, se representa la intención de toda operación, que consistía en borrar los recuerdos -de un individuo, o una nación- para poder reescribir su historia.
Vivimos, entonces, la recreación de esos encuentros que fueron reales, pero nunca documentados, conociendo así los datos oficiales de esas pruebas que evolucionaron hacia la resistencia al dolor -en la actualidad, manual de torturas de la CIA-, mientras reconocemos como cercanas aquellas medias pro-privatización ideadas por unos universitarios, que cambiaron la narrativa de todo un país -prevaleciendo hoy en día, con sus descendientes en los círculos políticos y financieros más influyentes-.
Aquellos Chicago Boys que, de alguna manera, fueron la chispa de los restantes shocks. Siendo Chile el primer laboratorio de prácticas y su golpe de estado, el primer experimento.
El Golpe que Boronat y Lima nos retrata, desde distintos ángulos y adentrándonos, como nunca imaginamos, en el asedio a La Casa de la Moneda del ‘73. Tras habernos colado en un emocionante flashback de los tiempos de Allende como presidente, escuchando además su inspirador discurso de despedida, mientras por contra, soportamos cómo la voz de Víctor Jara fue acallada.
Atravesando esos años 70, con el pavor al comunismo frivolizado hasta en filmes de espías con lavado de cerebro, paseamos igualmente por la Casa Blanca de la mano de Cavestany y El Rey del Rock (jugando a ser un super agente patriótico en defensa de sus vicios, en tierra de libertades), que saltamos al césped del Mundial de Argentina durante una contrarreloj de goles marcados, cuando en otro estadio cercano se marcaban a los contrarios al ritmo de Los Beatles o Los Stones, para no oír tanto lamento…
La Copa del ‘78 se ganó allá.
Y nunca una metáfora del fútbol fue tan verosímil.
Como absurdos los discursos de Videla, coincidentes en tiempo y lugar, cuestionando una x, y, o z para nombrar a quienes no están, pues así ni existen.
En tanto unas hélices proyectadas cambian de color, hasta teñirse de rojo, revelándonos El Cóndor y el Puma del título, cual transporte, ataúd y lanzadera de miles de desaparecidos.
Y es que en Shock suceden muchas cosas. Y a la vez.
Pero alrededor del dolor, también hay poesía.
Ya sea en un vals compuesto ad hoc por Jaume Manresa, como transitando por los chispazos musicales seleccionados -de los ’50 a los ’90-. Ya sea ante la emocionante versión de Volver a los diecisiete, de Violeta Parra, en vivo y al piano.
Alcanzando el final, llega la descripción de una de las torturas -de las más frías encontradas-, narrada cual lectura por aquello de tomar distancia, que vuelve a shockearnos, al traspasar lo abstracto de las ideologías hasta lo físico del desmayo.
No obstante, volvemos a tomar aire para tararear, quizá por última vez, el leitmotiv que recorre toda la función; Freedom (Libertad), sonando George Michael, cuando cantaba aquello de “Todo lo que tenemos que hacer es convertir las mentiras en verdad ¡Libertad”. Eran los noventa. Y aunque el cantante británico quería librarse de ser chico MTV, su canción procede como perfecta banda sonora de aquel fin de siglo -con varios shocks ya pasados, sin enterarnos todavía-, hasta alcanzar el delirio en pleno Londres, con un juego de las sillas y un par de ancianitos contándose batallitas…
Un meeting relevante, entre traductores, a la vera de los protagonistas, durante una interview (la original en youtube) con el ex-dictador Pinochet y una Dama de Hierro, tan interesada por la comodidad de un hogar bajo orden de reclusión, como agradecida por la ayuda prestada en algunos conflictos (entonces, Malvinas), con esa herencia bien aprendida de unos estudiantes chilenos…
Y todo sigue girando. Riéndonos, esta vez. Pero todo es Muerte y resurrección. El sistema se perpetúa, aún con los propulsores difuntos. Y volvemos a La Nada…
La función queda abierta a siguientes Shocks.
Sin embargo, a su término, nos quedamos mirando a una inmensidad de estrellas -que es bella memoria de todo-, brillando sin cesar, en un firmamento de pantallas.
Andrés Lima forma parte de la historia teatral de nuestro país, desde aquel arriesgado Pornografía barata hasta el triunfal Urtain, pasando por el exitoso Alejandro y Ana, Copito de Nieve, Elling, Marat-Sade, Penumbra, Las brujas de Salem, Los Macbez, y su penúltimo trabajo, Moby Dick, entre otros. Actualizando clásicos o inventando aquellos que lo serán, en sus montajes siempre hay espectáculo y queda reflexión.
En Shock (El Cóndor y el Puma) la experiencia es apabullante; desmontando y montando nuestro pasado, Lima dirige con conciencia y a la conciencia, hasta conseguir una obra imprescindible y de impecable resultado.
Para cuando los focos se apagan, Shock realmente no termina.
Más en esta actualidad que deja poca duda, con la urgente necesidad de auténtica libertad y verdadera democracia, allá de nuevo, en Latinoamérica.
Porque aunque cambien las circunstancias y los acontecimientos pueden interpretarse de diferentes maneras -o ser provocados por los caprichos del destino de los monopolios-, ahora tenemos retrospectiva; hemos aprendido de qué tenemos miedo y qué es lo verdaderamente bello. No repitamos, pues, ni esperemos a que ocurra otro shock.
Aunque irremediablemente me acuerdo de otra frasecita, de esas célebres, que el mismo Buffet se apropió, tan orgulloso de su estatus: “Con sangre en las calles, compra propiedades“. Y me enfrento a la paradoja de que chinos y rusos sean ahora, quienes adquieren más casas, teniendo incluso inmobiliarias propias.
Shock (El Cóndor y el Puma) es esencial. No se la pierdan.
Mariló C. Calvo