ANIMALES SIN COLLAR: Presente anticorrupción

Animales sin collar se une a El Reino como película de ficción que trata sobre la corrupción en España, pero en este caso no lo hace forma directa sino tangencial, afectando a los hechos que narra la película, no dirigiéndolos, como ocurría en El Reino.
No, Animales sin collar habla, más que de un presente, de un pasado que vuelve como un fantasma a arrasar todo lo que se ha construido después. Prácticamente toda la película transcurre en el cortijo sevillano en el que viven Abel y Nora, un político que está del lado de los más desfavorecidos y que está a punto de tomar el poder en la moción de censura programada para el lunes. Y estamos a jueves. Y Nora, en medio de un chantaje que podría destruir la carrera política de su marido.
La cinta comienza con un prólogo, en el que vemos a los ocupantes de un coche muy exaltados. El chico que está sentado en el asiento del copiloto está muy mal. El coche llega a un hospital y al chico lo dejan tirado en la puerta. Si alguien lo ve y lo recoge, que lo salve, que nosotros nos vamos.
Y años después Abel tiene la oportunidad de sacar del poder al gobierno autonómico por corrupto. Parece que cuenta con todos los apoyos que necesita y que el lunes mandará al gobierno a la oposición. Y hay quien no está de acuerdo con perder los privilegios con los que ahora viven, por lo que Nora será la que se sitúe en medio de un problema que afectará a su marido y al mejor amigo de éste, Víctor.

Daniel Grao y Natalia de Molina en ANIMALES SIN COLLAR
Daniel Grao y Natalia de Molina en ANIMALES SIN COLLAR

La historia de Animales sin collar es muy llamativa. De por sí y porque nos recuerda a lo que a la propia España le acaba de suceder, no a nivel autonómico, sino nacional.
Pero ante todo es una película decepcionante porque más allá de su argumento, la película como tal no ofrece la calidad que en principio se preveía que tendría.
Animales sin collar tiene sus agujeros negros, como personajes que sobran porque no aportan nada, caso de Virginia, amiga de la infancia de Nora, que funciona como intermediario del espectador al que se le cuenta todo el meollo del film pero que pierde su sentido cuando en una llamada telefónica posterior escuchamos eso mismo en versión reducida.
Tampoco se entiende su fotografía, excesivamente quemada, o sea, demasiado blanca, para dar mejor la atmósfera de western que en realidad la película no requiere, porque el duelo entre los personajes es interno y con situarse en el cortijo sevillano en el que todo transcurre ya tenemos la atmósfera requerida. De western la película tiene poco. O nada incluso. Es un thriller por mucho que transcurra en un paraje más o menos habitado.
En lo único en lo que la película acierta es en la elección de Ignacio Mateos para interpretar a Víctor, el amigo de Abel, un Daniel Grao que cumple sin deslumbrar. Porque Ignacio Mateos, al que ya vimos y admiramos en Lejos del mar, vuelve a triunfar en una película. Animales sin collar es él.
Ni siquiera Natalia de Molina, excelente actriz desde que comenzara su carrera con Vivir es fácil con los ojos cerrados, por la que obtuvo su primer Goya, en la categoría de revelación, y que la continuaba ganando otro, más merecido que el anterior si cabe, como mejor actriz protagonista por Techo y comida, se luce aquí como cabe esperar en ella.
No, es Ignacio Mateos y su oscuro Víctor, lleno de ira y rencor, lleno de reproches y de ganas de seguir como está antes de que todo cambie el lunes, quien debería recoger halagos y premios por un trabajo sublime que quedará en la memoria de quienes vean Animales sin collar y aplaudan, en consecuencia, su buen hacer.
La película, primer largometraje de Jota Linares, no alcanza el nivel de otras óperas primas que en este país han sido y siguen siendo determinantes para la salida adelante de una industria como la nuestra, tan precaria siempre pero con tanto talento luchando por ofrecer lo mejor, tal y como fuera de nuestras fronteras reconocen al respecto del cine español.
Y la guinda la pone un final más que discutible, una resolución que no termina de convencer, que se hace rara y que no cuadra con lo visto, que descoloca y no se antoja creíble. Animales sin collar merecía más de lo que tiene, merecía ser más de lo que es pero no alcanza a lograr ni la mitad de lo que se propone.

Silvia García Jerez

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