LOVING VINCENT: homenaje al óleo
Loving Vincent es única en su especie. No es la primera película que rinde homenaje al genio de la pintura, Vincent van Gogh, pero sí es la primera que lo hace en los mismos términos artísticos en los que él se expresaba, al óleo y dibujada con los trazos que hicieron característica su obra.
Hace cuatro años fuimos testigos de cómo los cuadros de Edward Hooper cobraban vida en Shirley: Visiones de una realidad, para contarnos la recreación ficcionada de la vida de la protagonista de algunas de sus obras, pero las de Hooper pertenecían al hiperrealismo del siglo pasado y por lo tanto su adaptación al cine quedaba convertida en planos fotográficos, no en pinceladas.
El estilo pictórico de Van Gogh queda patente en cada uno de los 65.000 fotogramas que componen la película, pintada a mano por 125 artistas de todo el mundo, llegados al estudio Loving Vincent de Polonia y Grecia, después de haber rodado la historia con los actores que luego van a ser retocados por esta innovadora técnica.
El resultado es un film que deja fascinado al espectador por el logro que supone un hito semejante y por el hecho de que al no haberse rodado película alguna de forma similar, la experiencia resulte abrumadora.
Pero no hay que dejarse engañar por la forma, Loving Vincent no es una cinta de animación en la que prime el movimiento del óleo sobre la pantalla sino que se trata de un estudio en profundad de los últimos días de la vida del pintor.

Porque Loving Vincent cuenta la historia de un joven que recibe, en la Francia de 1891, una carta escrita por Vincent van Gogh para que le sea entregada a su hermano Theo, pero por mucho que lo busca, Armand no lo encuentra. En su lugar conocerá a allegados del pintor que irán aportando datos para clarificar el destino del maestro.
Es decir, que por encima de la posibilidad de ver los cuadros de Van Gogh en movimiento, el film se adentra en una investigación que a veces no da los frutos deseados y otras nos acerca a la resolución de un misterio que la película propone como meta argumental.
Por lo tanto, estar tan atentos a sus diálogos como a la belleza de las imágenes es la receta que requiere este film para su completo visionado. Infravalorarlo y pensar que los cuadros van a servir de excusa para ofrecer un desarrollo banal de argumento y personajes está muy lejos del resultado de Loving Vincent, que acaba siendo un estudio concienzudo sobre el final de sus días.

Vale la pena descubrir, en los créditos finales de Loving Vincent, los cuadros en los que Dorota Kobiela y Hugh Welchman, directores de la película, se han basado. Cada uno de ellos reproducido en un set real o generado por ordenador a partir de cromas, con los actores realizando su interpretación en ellos.
94 cuadros están recreados de forma prácticamente idéntica y 31 son solo una representación parcial y en ellos aparecen actores, en su mayoría desconocidos, con la excepción de Saoirse Ronan, actriz con una carrera exquisita y únicamente dos nominaciones al Oscar, la primera a los 14 años por Expiación. Más allá de la pasión, pero que en este 2018 es una de las serias aspirantes a ganarlo por Lady Bird, de Greta Gerwig, que llegará a España a finales del mes de febrero.
Todos ellos dan vida a un universo único, a una historia que te mantiene en suspense y a una recreación asombrosa que ha recibido decenas de reconocimientos, entre ellos el Premio del Cine Europeo a la mejor película de animación y la nominación al Globo de Oro en la misma categoría, que perdió frente a Coco, una producción del país que entregaba los galardones. Contra algo semejante la competicón es inexistente, pero Loving Vincent sí puede, en cambio, presumir, como decía al principio, de ser una película única en su especie.
Silvia García Jerez