LOS ZAPATOS NO VUELAN
El género del documental es uno de los más agradecidos de cuantos forman el amplio espectro del mundo del cine. Cierto es que son pocos los que llegan a las salas comerciales y una vez conseguido ese reto, al lado de una cinta con efectos especiales su recorrido en la taquilla no es demasiado brillante, por mucho que de tanto en cuanto Michael Moore eleve su trabajo a las cotas espectaculares que alcanzan las producciones más vistas o que algún que otro documental específico se convierta en film de culto, como le ocurrió al de la cantante Amy Winehouse.
Pero no son estos aspectos en los que hay que fijarse cuando escribo, y con convicción, sobre el nivel de atractivo del documental, sino en el hecho de que solo hace falta ponerse a ver uno para descubrir los temas fascinantes que suelen contener y la alegría con la que vamos recibiendo los datos que desconocíamos sobre aquello de lo que hable. Porque aprender siempre fue un ejercicio fascinante y si además lo hacemos de la mano de los protagonistas que cuentan la experiencia vivida, mucho mejor.
Los zapatos no vuelan, de Francisco Gené Cort, desglosa, en poco más de una hora, el durísimo escenario en el que las bandas de rock de nuestro país se mueven cuando son independientes, porque es muy bonito hacer la música que uno quiere al margen de las imposiciones de las multinacionales, pero la libertad tiene un precio y no es barata.
Hacerlo todo tú, como concepto, a priori no importa, pero si se suman horas, esfuerzo de carga, descarga y montaje de equipos en el lugar del concierto, creación de temas a tocar, gestión de giras… ellos mismos aseguran que hay que estar ahí para comprobar lo que supone. Puedes dedicarte en cuerpo y alma a lo que te gusta y aún así llega un momento en que la realidad puede superarte.
Escuchar las experiencias de Viaje a 800, que vieron su carrera truncada por un accidente de la naturaleza, es curioso, pero no es divertido. Imaginar por lo que tuvieron que pasar le duele a cualquiera. O el ejemplo de Le Punk, banda en la que el roce terminó por no hacer el cariño y a las puertas de la fama dieron por concluido su proyecto. Si Mecano o R.E.M. se vieron obligados a separarse, cada uno por distintas razones, ¿por qué no le va a pasar también a los grupos que todavía no están consagrados?
Crudo Pimento, por su parte, cuenta el desgaste físico de que todo corra de su cuenta. La fatiga, la fiebre que surge del agotamiento, por mucho que ames lo que haces hasta el punto de llegar a fabricar tus propios instrumentos.
No es fácil ser un músico que no está arropado. La intemperie no es cómoda como forma de vida. No siempre ganan dinero con lo que hacen y sus familias están esperando detrás, la casa requiere tareas que hay que atender… Y por si fuera poco, hay que tener en mente a la temida piratería, gracias a la cual buena parte del público considera que está en su derecho de descargarse gratis esa música que tanto esfuerzo ha costado componer primero y grabar después. Simplemente porque puede hacerlo. Una barra de pan hay que comprarla, pero, curiosamente, hay cauces por los cuales la música no.
De todo esto habla y hablan sus protagonistas en Los zapatos no vuelan. Y se hace corto. Porque suele ocurrir que en cuanto nos metemos de lleno a conocer lo desconocido terminamos pidiendo más. A uno no le surgen preguntas cuando no sabe qué preguntar, pero en cuanto un foco alumbra una esquina todo son alfombras por levantar. Por eso Los zapatos no vuelan se ve con pasión. Y con mucho cariño hacia esas personas que son un espejo de nosotros mismos, de la humanidad, de todos los que alguna vez hayan tenido un sueño y hayan luchado por hacerlo realidad.
Silvia García Jerez