EXPEDIENTE WARREN 2: la maestría continúa
El 19 de julio de 2013, fecha de su estreno en España, todos nosotros, o al menos los espectadores más atrevidos, consagramos a James Wan como el maestro indiscutible del terror contemporáneo al comprobar que El expediente Warren, título que en nuestro país se le puso a The conjuring, era el paso más allá en el género que estábamos esperando.
Wan ya había dado muestras de su genio (de genialidad, no de mal carácter, que de eso no tiene fama alguna) a lo largo de su carrera previa a este hito, empezando por su ópera prima, la espectacular Saw, que dio lugar a una saga apreciada únicamente en base al éxito de la primera entrega, o con Indisious, aquella joya en la que el malasio hacía gala de algo que no suele ser habitual entre los directores de películas de miedo: conseguir asustar a plena luz del día y sin necesidad de que la oscuridad de un pasillo predisponga al grito.
No podía ser casualidad que estuviera revolucionando el género contemporáneo sin una tercera cinta que lo confirmara como el más destacado artífice de entre todos cuantos se dedican al noble arte de lograr que el público no pueda mirar a la pantalla con tranquilidad. Así que estrenó Expediente Warren y demostró que no había quien pudiera hacerle sombra a ese respecto.
El plano fijo, y general, de las dos hermanas en la habitación, con una de ellas aterrorizada por el movimiento de la puerta del cuarto que comparten era un ejercicio muy simple pero tan insólito en el celuloide que hoy no se siente realizado sin primeros planos y montajes frenéticos, que funcionó como si de cine clásico se tratara. Esas palmas dadas a la espalda de una Lily Taylor que busca el foco del miedo delante de ella hicieron del film algo inigualable. Y por supuesto, conocimos a Annabelle, la muñeca maldita que fue tan popular entonces que dio lugar a un spin off, o película dedicada a un personaje concreto que brillara por sí solo en una anterior.
Expediente Warren fue una historia real, a la que se enfrentó el matrimonio formado por Ed y Lorraine Warren, dos parapsicólogos reconocidísimos por la historia de esta ciencia. Ahora, tras clausurar Nocturna, nos llega la segunda parte, que no es otra que un nuevo caso de entre tantos a los que esta pareja tuvo que enfrentarse. Es el turno de la localidad inglesa de Enfield, a la que viajan para comprobar hasta qué punto los fenómenos que sufren los Hodgson responden a presencias malignas que los atormentan, en especial a la pequeña Janet, una niña de 11 años de edad a través de la cual habla un anciano de 72.
Este nuevo film dura un cuarto de hora más que su antecesor, y se nota en el argumento, no en el resultado. Es decir, si eliminamos el prólogo del metraje la cinta no sufriría en lo que se refiere a la narración, pero en términos de terror lo cierto es que cada minuto de la película funciona tan bien como la primera parte.
Wan sabe que su talento es una tarjeta de visita poderosa y maneja la cámara con una seguridad y una eficacia excepcionales. Cada uno de los movimientos por los que se decanta lo decide con la convicción de que no puede haber otro que encoja más nuestra alma. Y no lo hay. Esos momentos del niño con el tren eléctrico sobrecogen y hacen reaccionar a los espectadores con el nerviosismo que se espera de ellos.
Tal vez el único cambio destacable en esta segunda parte es la disminución de los minutos en pantalla del matrimonio que la protagoniza. La familia que sufre el acoso paranormal es ahora la que centra la atención de James Wan, elección acertada para darle a la secuela un aire diferente dentro de los pocos cambios que puede haber en un universo que ya conocemos y que entre todos hemos hecho legendario.
Silvia García Jerez