WORTH: El valor de una vida
Worth nos relata, en el 20 aniversario del atentado del 11S, un hecho real que no vimos públicamente y que tuvo enfrentadas a las víctimas con la administración norteamericana. Algo que es necesario y desagradable al mismo tiempo, pero de lo que todo Gobierno se debe ocupar cuando ocurre una catástrofe, y en el caso del 11S, curiosamente, fue la primera vez que se hizo. En Estados Unidos.
Hablamos del Fondo de Compensación para las víctimas. Hubo tantas que si cada una de ellas demandara al Estado por lo ocurrido, la economía se paralizaría y supondría un colapso. Por eso se creó, desde y con el apoyo del Congreso, este Fondo, que gestionaría personalmente el abogado Kenneth Feinberg (Michael Keaton).
Su trabajo consistió en convencer a los cientos de afectados por la tragedia de aceptar un dinero común, una cantidad acordada por víctima. 200.000 dólares. Es justo para el Estado pero no para ellas, que se quejan, a modo individual, de si su hijo, marido o lo que tocara valía más o menos que otro por su puesto de trabajo o por tener una mayor o menor hipoteca. Exactamente lo que no querían que sucediera cuando se planteó el Fondo.
Kenneth, con toda su buena voluntad, cuenta con un tiempo determinado para hacer firmar a, al menos, el 80% de las víctimas, pero con esas condiciones pocos son los que deciden sumarse. Y el tiempo se va agotando. Tenían, él y quienes lo estában ayudando, hasta el 24 de diciembre de 2003 para conseguirlo.
Worth, valor en nuestro idioma, el valor de una vida, se acerca al embrollo administrativo pero sobre todo al personal. Más que una recreación de ficción por momentos parece un documental en el que vamos descubriendo quiénes estuvieron aquel 11 de septiembre dando su vida para salvar la de los demás. O a los familiares de los que no pudieron escapar de ese infierno, que dejaron grabaciones reflejando su angustia, y ellos guardaron como trascendental documento.
Uno por uno, la pesadilla es otra. Deja de ser algo global para transformarse en una historia personal de lo que les pasó entonces y de las secuelas que continuaban teniendo. Cada uno con sus circunstancias y cada circunstancia enfrentada a la familia e incluso a la legislación de cada Estado en que la víctima viviera. Visto de cerca todo es mucho más complejo, aunque se pretenda simplificar.
Worth cuenta una selección de casos. Es de imaginar que a lo largo de los meses en los que Kenneth estuvo luchando se encontraría con muchos más, todos ellos igual de importantes, tal y como se explica en la premisa de la creación del Fondo.
Por lo tanto, Worth resulta enormemente interesante, lo malo es que su exposición de los hechos es tan fría que no llega a conmover más allá de que se trate del tema del 11S. Como ya sucediera en Spotlight, la película que nos contaba la investigación por parte del periódico Boston Globe de los abusos cometidos en la Archidiócesis de su iglesia local, es muy interesante pero está exenta de la fuerza que otorga la emoción en la narración. Por cierto, en ambas encontramos a Michael Keaton, no en vano comparten también a alguno de sus productores.
Y Keaton está espléndido metido en la piel de alguien que por mucho que quiera dar más de sí, no lo consigue. No entiende que el conjunto de las víctimas no quiera adaptarse a una indemnización convenida, y por mucho que Charles Wolf (Stanley Tucci) le advierta de que no le escucharán si no tiene en cuenta lo que él propone, ni siquiera Kenneth asume que Wolf pueda tener razón. Porque en algo tan nuevo en la sociedad, Kenneth piensa que ya tiene la fórmula más adecuada. No necesita retoques. Y esa impotencia Keaton se mueve maravillosamente.
Pero es Stanley Tucci quien se lleva todas las miradas. Tucci, habitualmente secundario, aquí es casi episódico. Aunque el cartel lo destaca, en la película aparece a cuentagotas, en muy poquitas escenas y de forma muy breve en sus escasas apariciones, pero el tiempo suficiente para dejar huella, para tenernos estupefactos con un cambio de registro asombroso hacia una sobriedad y una contención rara vez vistas en él. Y eso que no suele tender a la sobreactuación, pero en Worth se desmarca del tipo de personajes que ha hecho hasta ahora y, aún sin un maquillaje de caracterización que lo oculte, resulta difícil identificar su nombre con su rostro, por lo enormemente sutil que es el resultado.
En el 20 aniversario de los atentados, Worth es una película necesaria. Sobre todo para que en Estados Unidos conozcan la trastienda de lo sucedido y también para que en los demás países sepamos que ese Fondo de Compensación era algo excepcional entonces. Lógico: no habían pasado hasta ese momento por una experiencia cercana, ni parecida, y no lo habían necesitado, pero en 2001 tuvieron que crearlo, y los espectadores asistimos a cómo lo hicieron y al proceso de aceptación de que el Estado debía actuar de manera global, no individual. Una película para conmemorar, de otra manera, una fecha inolvidable para todos.
Silvia García Jerez