WILDLAND: La familia como territorio comanche

Wildland es una excelente demostración de que la familia no siempre es el mejor refugio ante un futuro incierto debido a una pérdida irreparable. A veces lo que habría que hacer sería correr en el sentido contrario de aquellos que, teniendo tu misma sangre, es preferible que no te arropen.

Wildland comienza con un accidente, el que deja a Ida (Sandra Guldberg Kampp) sin madre. A consecuencia de la fatídica circunstancia, y siendo menor de edad, su tía se hará cargo de ella.

Ida entra a formar parte de una nueva familia, la suya, pero una parte con la que su madre prefería no tener contacto, en la que su tía y sus primos serán sus compañeros de hogar. Si es que en la convivencia con ellos, la atmósfera que generan, puede, a la casa, darle el nombre de hogar.

Ida no se siente acogida, ni su rutina le resulta cómoda. Es una casa extraña con personas que le resultan extrañas haciendo cosas muy extrañas. Su forma de ganarse la vida es de todo menos recomendable, y por lo tanto, no son una buena influencia y menos a la hora de empezar de cero, como le toca hacer a la huérfana.

Por eso, cuando las cosas comienzan a torcerse, Ida intentará zafarse de la custodia de su tía, pero tendrá que debatirse entre la lealtad a su propia familia y el deseo que siente de que todo lo que está viviendo con ellos se acabe para poder aspirar a una existencia sin la presión a la que se siente sometida. Y la decisión no le resulta fácil, pero tiene que actuar como una persona adulta, justo el tipo de actitud que no parece proliferar en su entorno.

Wildland. Ida (Sandra Guldberg Kampp) comienza su nueva vida con desconfianza
Ida (Sandra Guldberg Kampp) comienza su nueva vida con desconfianza

Wildland es la ópera prima de Jeanette Nordahl, ayudante de dirección en Misericordia y Profanación, dos de las adaptaciones de los casos del departamento Q, y una cineasta que solo con esta película ya debuta con honores en las labores de estar al frente de un proyecto. Una película que parece de todo menos un estreno en la dirección de largometrajes.

Cuenta con una solidez narrativa estremecedora, digna heredera del cine de, por poner un ejemplo de solidez nórdica, Michael Haneke, que te asalta y no te suelta, hace presa de ti y te mantiene pegado al relato y a los mimbres con los que está construido, a fuego lento, con una tensión en constante incremento y una ebullición de emociones que nos sobrecoge hasta el desenlace.

Wildland, cuya traducción a nuestro idioma bien podría ser La tierra salvaje, o El territorio salvaje, no se refiere a un lugar geográfico sino a aquel en el que la vida sucede de puertas adentro. Allí donde se supone que reside la tranquilidad y el amor de quienes son tu familia. Cuando sus miembros resultan ser una amenaza, lo salvaje está metido en las venas, en la herencia genética, y de esa no se puede escapar.

Es ese territorio comanche en el que el peligro está siempre acechando, dejándote sin aliento y sin capacidad de reacción para el golpe que vendrá, que ya está aquí, que ya tienes encima pero aún no puedes verlo, solo lo intuyes porque le queda poco, nada, para hacerse presente.

Lentamente se va cociendo el horror en este título danés que estrena filmin en salas comerciales, como distribuidora, como ya hiciera la plataforma de cine clásico con Cosmética del enemigo, de Kike Maíllo. Otro acierto, por lo tanto, de este sitio de internet en el que podemos encontrar el mejor cine desde el mudo hasta el contemporáneo, y que desde hace poco se ha lanzado a la distribución en los cines. Debería hacerlo con más frecuencia, a tenor del catálogo tan brillante con el que siempre nos obsequia.

Wildland es un triunfo, una de esas películas que van creciendo no solo mientras la estás viendo, también cuando hace días que la acabaste de ver. Representa ese cine tan opuesto al del consumo rápido, de digestión instantánea, de estar continuamente pensando en cuál será la siguiente. Y Wildland es un título para degustar, para paladear, para concluir que no siempre tenemos delante una joya pero que en este caso lo es del primer fotograma al último.

Silvia García Jerez

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