VIDAS PASADAS: Caminos hacia la felicidad
Vidas pasadas es una de esas películas que no te crees, que no te puedes creer, porque no parecen reales pero que lo son. El debut en la dirección de Celine Song, alabado en los distintos festivales por los que ha ido pasando previo a su estreno comercial, como el de Sundance en el mes de enero, el de Berlín en el de febrero, o recientemente el de San Sebastián, dan buena cuenta de la joya que Song ha logrado.
Vidas pasadas es una historia de amor, una historia de desamor, de amistad y de respeto. Sigue a una pareja que desde pequeña se adora pero a la que el destino separa cuando ella tiene que irse de Corea del Sur con su familia. El tiempo, pese a todo, se encarga de unirlos de nuevo. La tecnología hace lo suyo, pero la videollamada sigue siendo un inconveniente. Aún así, todavía les espera una semana en la que vuelven a verse en Nueva York, donde ella vive y triunfa, pero ya nada es igual, aunque siga siendo lo mismo. Por fuera, ella está casada y tiene un presente incompatible con él, pero por dentro algo sigue vivo, algo de aquello que parecieron sentir. Nunca les queda claro porque nunca hubo nada claro. Pero, por otro lado, todo estuvo siempre clarísimo.
Vidas pasadas es una gozada de película. Una cinta en la que te sumerges desde el principio y que no te suelta cuando termina. Ni mucho menos. Se queda contigo, vas notando cómo se te agarra, cómo empieza su proceso de película imprescindible en tu recuerdo, al igual que lo hace ese trío portentoso de personajes a los que les coges un inmenso cariño. Un hombre, una mujer y un marido comprensivo que entiende la situación y que además quiere formar parte de ella, conocer al hombre al que tanto apego le tiene su esposa. Sin celos, sin enfados. Los tres saben lo que hay, tanto lo que puede decirse como lo que no. No hace falta hacer preguntas, no hace falta mentir. Qué bonito cuando pasa eso y qué pocas veces sucede. El sentimiento de posesión casi siempre se impone y lo intoxica todo. Aquí, el amor tóxico no existe. Comprobar que el amor puede no hacer más daño que el que ya se sienta por no haber llevado la vida que querías, sino aquella a la que el destino te abocó, es un alivio.
Cómo no amar también ese guión portentoso de la coreana Celine Song. Basado en experiencias propias, mezcla de maravilla ambos mundos, ambas culturas, la norteamericana y la oriental, de la que proviene. Es una proeza en la que, a pesar de las dificultades por las que transitan los personajes, nos sentimos arropados. Porque todo está bien aquí. Y porque la vida es así. No siempre puedes estar con la persona que quieres. Cuántos espectadores se sentirán identificados con este relato. Un reencuentro que te marca porque siempre quisiste estar con quien hace tiempo que no ves. Pero aún así te va bien, no tienes queja porque tu matrimonio es estupendo. Pero, ¿qué habría pasado si hubieras podido estar más de una semana con ese amigo con el que te reencuentras? ¿Habría funcionado? Tú crees que sí pero no lo sabes. Y Vidas pasadas plantea esa pregunta de la manera más elegante posible.
Sí, Vidas pasadas es una película elegante. No es una historia de amor al uso. Es sencilla porque Celine Song la plantea así pero es compleja porque la telaraña del día a día tiene muchas capas y no es fácil salir de cada una por el camino que pretendes. Vidas pasadas retrata el amor, el desamor y la resignación. Si no puede ser, no puede ser. Es así. Todas esas vidas que hemos pasado juntos no nos han llevado a seguir juntos. Hay que separarse una y otra vez. Quién no conoce eso. Podemos empatizar con ello perfectamente.
También ayuda a que nos encandile la historia tres actores sensacionales, perfectos para sus personajes. Greta Lee, la protagonista femenina, la Nora fabulosa a la que todos vamos a querer, no sólo Arthur (John Magaro, aquel fabuloso protagonista de First cow), su marido, ni Hae Sung (Teo Yoo), su amigo de la infancia en Corea. Tres puntales a cual más bonito. Cuando los personajes son tan maravillosos, y los quieres tanto durante la proyección, no los puedes criticar. Son imprescindibles para que Vidas pasadas funcione como lo hace y deje el poso que deja. Es tan amarga como preciosa. Te arrasa por dentro a base de miradas directas y esquivas, soñadoras y desesperadas, a base de caricias que no se dan, de palabras que no se dicen. Vidas pasadas, con su belleza y su dolor, no se quedará en el pasado, es desde ya futuro, una obra de referencia del cine moderno y una joya del género romántico, una película que perdurará en nuestro recuerdo como un título redondo al que volver siempre que necesitemos recordar que podemos aceptar múltiples caminos hacia la felicidad.
Silvia García Jerez