EL VICIO DEL PODER: La cara oculta de la política

El vicio del poder es una comedia, pero te deja destrozado. Es la naturaleza de Adam Mckay, su director y guionista, quien hace tan solo dos años estrenó La gran apuesta, película sobre el colapso económico del 2006, entre otras razones por la venta de bonos basura que ofrecían los bancos y que un grupo de inversores, los cuatro en los que se centra la historia, vieron con tanta claridad que hicieron una apuesta contra la banca sabiendo que la iban a ganar.
La gran apuesta, posiblemente la mejor película norteamericana del año, aunque los Oscar no la coronaran como tal, fue una absoluta gozada, cine en estado puro con un ritmo tan frenético que abrumó a muchos espectadores y los sacó de la película, pero la cinta era una joya que explicaba complejos conceptos económicos por medio de sencillos ejemplos en boca de actores tan famosos que en algún caso distraían, con su sola presencia, del discurso que a cada uno le tocaba pronunciar.
Después de aquel acierto el listón estaba alto y Mckay lo tenía difícil para igualar la hazaña, pero ha conseguido algo muy parecido con su siguiente trabajo, Vice, traducida aquí como El vicio del poder, dejando el juego de palabras Vice -Vicepresidente y vicio- en el título inglés original en el de un teleflme emitido en una tarde cualquiera sin audiencia alguna.
Si siempre se ha dicho que detrás de un gran hombre hay una gran mujer, cosa que también pone de manifiesto El vicio del poder, en este caso lo que McKay pretende contarnos es que detrás del hombre más poderoso del mundo se situó realmente el hombre más poderoso del mundo, es decir, que George W. Bush no fue sino un presidente manejado por su segundo, por el hombre en el que él confió para ganar las elecciones. Y tal argumento de telefilme no tiene nada.

Steve Carell es Donald Rumsfeld en El vicio del poder
Steve Carell es Donald Rumsfeld

Pero si El vicio del poder no es superior a La gran apuesta, teniendo todos los elementos para, por lo menos, igualarla, es debido no a la dirección de Adam Mckay, que es sólida y admirable, sino a su propio guion, inicialmente confuso, con un prólogo demasiado estirado en los inicios de aquello en lo que luego se va a meter a fondo.
Con un planteamiento de la juventud de Dick Cheney que no nos lleva a ningún lado (la escena en el campo podría haberse eliminado sin problemas, aunque utilizará como leit-motiv un detalle importante relativo a la pesca) mezclado con la crisis del 11-S que se presenta como el paradigma de su vida política cuando en el desarrollo de la cinta vemos que no es más que otro momento clave que Cheney utiliza en su propio beneficio, ese prólogo lastra los primeros minutos del metraje.
Pero después de un prólogo largo y confuso viene el relato de un hombre que comienza su vida como un fracasado al que su mujer se ve obligada a poner firme. Cheney, que lleva el triunfo en la sangre, no se lo toma como una ofensa sino como el punto de partida de algo que en fondo le pertenece.
Y Dick Cheney empieza a escalar posiciones. Se une a un jovencito Donald Rumsfeld, que será su mano derecha toda su accidentada vida, y desde entonces la película nos va a contar sus altibajos en el mundo de la política hasta la petición de George W. Bush de que sea su Vice si gana las elecciones.
Cheney se lo piensa. Ser vicepresidente para él siempre ha sido un puesto casi insignificante, pero para Cheney pensarse algo es darle vueltas al asunto hasta encontrar el modo de obtener un beneficio. Y Cheney acepta el cargo porque ve la oportunidad de ser él quien tome las decisiones.

Sam Rockwell como George W. Bush

El vicio del poder es una comedia porque si todo lo que cuenta lo hace en clave de drama no hay espectador que soporte semejante baño de realidad sin deprimirse. Porque su radiografía del funcionamiento interno de la política que el partido Republicano, en manos de Cheney y en consecuencia de George W. Bush, llevaba a cabo es de un clarificador que aterroriza.
El vicio del poder no ahorra terminología interna, metáforas, significados reales de expresiones en clave, intenciones auténticas detrás de las apariencias… la política al desnudo como solo el cine norteamericano es capaz de mostrar. Da envidia asistir al espectáculo de que una película desvele sin complejos tantos secretos que han sido la explicación de por qué han ocurrido ciertas cosas o se han llegado a hacer tantas otras.
Una de las escenas más importantes de El vicio del poder tiene lugar en un restaurante. Da escalofríos escuchar ese peculiar menú en boca de un camarero entregado a sus comensales, los hombres más poderosos del país y del mundo, si tenemos en cuenta que sus decisiones van a repercutir en la política exterior.
Pero no es la única, porque a medida que el film avance Mckay va a mostrar escenas de especial importancia en lo que Cheney decida o no hacer. Por ejemplo, en lo concerniente a una de sus hijas.
Especialmente significativa es la escena en la que Cheney se lava los dientes en su cuarto de baño hablando con su mujer. Un momento íntimo que el cine norteamericano siempre evita en películas serias, pero que en este caso le sirve a Mckay para mostrar que en cualquier circunstancia Cheney era capaz de llegar a las conclusiones que terminarían cambiando el mundo. De lavarse los dientes a llevar a Estados Unidos a la guerra de Irak no hay sino una aceptación de un cargo y unos acontecimientos que vendrían poco después.

Christian Bale rodando EL VICIO DEL PODER

El protagonista de la película es Christian Bale, actor camaleónico que borda a un Cheney extremadamente distinto a él. Físicamente ha sufrido una transformación de las que hacen ganar el Oscar, pero el moreno y espigado intérprete, que ya tiene una estatuilla como mejor actor secundario por The fighter, se mete por completo en un personaje ante el que originalmente nadie diría que fuera el actor adecuado.
Pero el maquillaje también hace milagros y los prostéticos, su afeitado y el hecho de que engordara 20 kilos lo han convertido en el Cheney más cercano al real posible. Además, ha mimetizado su voz con la del ex vicepresidente: quien escuche su trabajo en versión original y luego se ponga vídeos del auténtico no notará la diferencia.
Incluso, Bale hace un gesto muy característico de Cheney, que es hablar con la boca torcida. Insisto en que ver vídeos del verdadero Dick dejará asombrado a cualquier espectador que piense que Bale retuerce a su personaje para ganar premios.
Será más o menos discutible que un actor reciba un Oscar por imitar a alguien que ya existe en lugar de ganarlo por crear un personaje desde cero, pero es innegable que en este caso Bale hace suyo a Cheney con todos los honores.
También Sam Rockwell se convierte en un perfecto George W. Bush. Es difícil separar al actor de su recreación. Por supuesto, también en su caso se ha necesitado un maquillaje que lo ayude, pero lo cierto es que Sam tiene un parecido mayor con el ex presidente en la vida real y, dicho por él mismo, lo que más le ha costado es llegar a hablar como el hijo de George Bush. Pero lo clava.
El reparto en su totalidad es una locura en cuanto a aciertos físicos. Amy Adams, que no hay papel del que no salga victoriosa, interpreta a Lynne, la esposa de Dick, esa gran mujer tras el hombre que, por muy grande que llegue a ser, ha necesitado un ultimátum, porque ella es consciente de lo que vale y quiere una vida acorde con ello. Amy, que por momentos da auténtico pánico porque deja ver en sus ojos sus intenciones, merece todos los premios que está perdiendo de camino a un Oscar que cada vez se pone más cuesta arriba alcanzar.
Pero no perdamos de vista a LisaGay Hamilton como Condoleezza Rice o a Tyler Perry como Colin Powell. Quienes recuerden a estas legendarias figuras de la política mundial no van a quedar decepcionados al descubrirlos en la pantalla grande.
El vicio del poder, más allá de un juego de actores bien caracterizados, es el terrorífico acercamiento a los despachos de los más influyentes mandatarios de Estados Unidos y la disección de su forma de hacer las cosas, de pensar y actuar como los jefes del mundo que son.
Por eso, aunque la cinta contenga toques de comedia, en realidad es un drama, un thriller incluso, sobre cómo hombres inteligentes aprovechan las oportunidades para tomar las riendas y, habida cuenta de que saben que su poder es infinito, actuar en consecuencia.
Nadie debería dejar de ver El vicio del poder. No solo porque es una gran película, sino porque se trata también de una lección acerca del funcionamiento del mundo, de cómo ha sido y de cómo, a buen seguro no solo sigue siendo, sino que nunca va a dejar de ser.

Silvia García Jerez

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