UNA VIDA A LO GRANDE
Una vida a lo grande se titula, en su inglés original, Downsizing. En nuestro idioma tal término se traduce literalmente como Reduciéndose. Por lo tanto, y a pesar de lo complejo que resulta llamar a una película de manera tan escasamente comercial, Una vida a lo grande se antoja una elección errónea. Mucho más cuando descubrimos que el argumento de la cinta versa acerca de la reducción de personas para que su vida se haga más práctica.
El protagonista de esta historia es Paul Safranek (Matt Damon), un hombre felizmente casado con Audrey (Kristen Wiig) que ve en este invento una oportunidad para mejorar sus mutuas existencias. El dinero se multiplica, al igual que las posibilidades de poseer una mansión y de llevar una vida de lujo, lejos de la sociedad en la que está estancado. Y decide, como cientos de personas a su alrededor, hacerse el irreversible tratamiento.
A lo largo de la historia del cine, la reducción del tamaño de personas ha sido, con honrosas excepciones, visto a través del prisma de la comedia. Cariño, he encogido a los niños o Cariño, nos hemos encogido a nosotros mismos, son puntos de partida capaces de demostrar que un film adulto sobre el tema puede traer perspectivas de lo más interesantes.
Pero Una vida a lo grande elige el camino emprendido por El increíble hombre menguante, el clásico de Jack Arnold de 1957, y en lugar de una aventura familiar con tono simpático se convierte en una agobiante fábula en la que a cada minuto la experiencia de la disminución resulta ser más oscura y perturbadora.
Tengamos en cuenta que el director y guionista de Una vida a lo grande es Alexander Payne, responsable de obras maestras como Election o Los descendientes, que son ejemplos de la amargura hecha cine. Por lo tanto, una vez que entramos en la sala tenemos que estar preparados para que la aventura roce la tragedia. O se llene de ella.
Una vez adentrados en el lado menos amable de la propuesta que con tanto ahínco vendían los relaciones públicas de la reducción humana, y vistos los términos en que la acción se deriva por caminos nada previstos por nuestro héroe, se plantea una nueva realidad en la que también, al igual que en la vida dejada atrás, Paul Safranek tendrá que luchar.
Y es en este punto donde el argumento de Alexander Payne comienza a hacer aguas. Donde en El increíble hombre menguante asistíamos con impotencia a la cada vez mayor relatividad de las cosas, volviéndose cada una de ellas una clara amenaza para la supervivencia, en Una vida a lo grande ésta, la relatividad, deja de existir porque la historia se adecúa al tamaño del nuevo héroe. Los problemas a los que se enfrenta son otros, pero tienen la misma categoría humana y ética que los antiguos. Por lo tanto, a nivel narrativo poco aporta la originalidad del relato.
Por si esto no fuera poca inconveniencia, también falla la empatía. No es necesario que el espectador se sienta a gusto con los personajes de la pantalla o se identifique con ellos, pero hay que reconocer que ayuda. Y ninguno, seamos sinceros, acaba cayendo bien por mucho que todos tengan sus razones para hacer lo que hacen o comportarse del modo en el que actúan.
Ngoc Lan Tran, interpretada por Hong Chau, es la revelación de la película aunque previamente la viéramos en un papel secundario en aquella locura que era Puro vicio. Esta tailandesa logra un retrato mezcla de ternura e irritante lucidez que más allá de la poca simpatía que despierta no deja indiferente a nadie.
Pero el que se lleva los honores en Una vida a lo grande es Christoph Waltz y su Dusan Mirkovic, peculiar vecino de Safranek que entre fiesta y fiesta le enseña un nuevo modo de amar la vida. Waltz, más comedido que en otras ocasiones, logra dibujar el personaje más admirable de este mural compuesto de emociones extremas.
Una vida a lo grande no es una mala película, pero tampoco una todo lo excelente que se espera de un director con una filmografía tan brillante. La sola mención de su nombre despierta el interés de los cinéfilos como una trufa los paladares más exquisitos. Hasta que nos cuenta una historia pretenciosa acerca de cómo es el ser humano allá donde vaya, hable con quien hable y tenga el tamaño que tenga. Y es que, donde habita la pretenciosidad no hay lugar para el entretenimiento.
Silvia García Jerez