UNA BATALLA TRAS OTRA: Lucha revolucionaria en bata
Es la película del momento. Actualmente, Una batalla tras otra ha monopolizado la conversación en cuanto a cine norteamericano se refiere. Respecto al cine nacional es El cautivo la que sigue generando ríos de tinta. Pero si miramos hacia la parte central de Estados Unidos, las redes sociales han focalizado el interés en la nueva película de Paul Thomas Anderson, responsable de joyas como Boogie Nights, Magnolia o El hilo invisible, y de otras películas no tan estimables como There will be blood, The Master o Licorice Pizza, y su Una batalla tras otra se ha convertido en la película obligatoria a tener en cuenta incluso de cara a la próxima temporada de premios.
Una batalla tras otra ha desatado una locura tal que sería bueno situarla en el marco real al que pertenece. Ni en el Olimpo de las mejores producciones del siglo ni en el de las peores cintas de su director, un cineasta capaz de ser el mayor pedante del planeta Tierra y de aburrir con sus discursos elitistas de niño sabelotodo pero también de brillar en lo más alto del firmamento de Hollywood con títulos apasionantes, aunque no haya ganado aún ninguno de los 11 Oscar a los que ha sido nominado, ya sea como productor, guionista o director.

Una batalla tras otra nos presenta a dos personajes antagónicos. Por un lado a Bob (Leonardo DiCaprio), un tipo revolucionario que comienza su periplo como tal 16 años antes del presente en el que va a transcurrir casi toda la película. Porque en el prologo de la misma lo vemos en plena acción revolucionaria junto a su mujer, Perfidia Beverly Hills (Teyana Taylor) que en breve va a quedarse embarazada de Willa. Y 16 años más tarde, cuando a Willa ya la interpreta Chase Infiniti, tendremos la omnipresencia en la pantalla del archienemigo de Bob, el Coronel Steven J. Lowjaw (Sean Penn), un hombre obsesionado con Willa, con secuestrarla y tenerla a su lado, por lo que Bob va a tener que reunirse con aquellos revolucionarios que trabajaron con él en el pasado para poder recuperar a su hija.
Basada en Vineland, la novela escrita en 1990 por Thomas Pynchon, Una batalla tras otra es, en manos del guión adaptado de Paul Thomas Anderson, una película mucho más interesante contada que vista. Y eso que no es mala, simplemente es más irregular de lo que se ha estado afirmando. Su primera hora es excesivamente dispersa, de manera que no queda demasiado claro qué quiere contar. Y eso es terrible para los propósitos de una buena historia. No saber muy bien dónde estás ni por qué los personajes actúan así es desconcertante. Pero la película tiene una hora y media más para encarrilar sus errores.
En efecto: Una batalla tras otra dura dos horas y cuarenta minutos. Parece que en Hollywood ya no saben hacer películas cortas, pero eso da igual si resultan apasionantes. En este caso, lo empieza a ser tras esa hora tediosa y espesa en la que la interpretación de Sean Penn comienza a lastrar el metraje, cosa que seguirá haciendo el resto del mismo cada vez que él aparezca. Porque está verdaderamente insoportable. Pasado y cargante como no suele ser él, pero en esta película no hay cómo defenderlo. Ni siquiera en su conjunto, porque es quien se ocupa de hacerlo más irrespirable.
Pero pasada esa hora inicial, la película comienza a volar. Y a ser la comedia satírica en la que se convierte. Una comedia loquísima sobre la Norteamérica actual, sobre quienes fracasaron en su intento de lograr una utopía que nunca consiguieron y sobre aquellos que ejercen ahora el poder para mover hilos que los lleven a la consecución de sus fines. Una comedia satírica que se ríe de los pobres y de los ricos, de los progresistas y de los conservadores, de las personas y de los ambientes en los que navegan, caso de ese búnker descomunal en el que todo es tan exagerado que nada parece real.
Buena parte de la grandeza de Una batalla tras otra radica en Leonardo DiCaprio y en su gran interpretación. Lejos ya de sus últimos trabajos menos acertados, el sobreactuado de No mires arriba y el más sobreactuado aún de Los asesinos de la Luna, vuelve a deslumbrarnos con el talento que casi siempre nos ha demostrado tener. Su Bob es tan descomunal como divertido, y su aspecto, de exrevolucionario fracasado con la misión de rescatar a su hija en bata es un acierto colosal. Desde ya, un personaje para permanecer en la memoria colectiva con secuencias tan brillantes como la de la contraseña. Imposible no meter su trabajo en Una batalla tras otra entre los mejores de su carrera. Incluso superior al de El lobo de Wall Street, película que viene a colación porque su registro aquí recuerda al que ya le vimos allí, pero en este caso encaja mucho mejor porque está más comedido y porque las piezas que lo rodean son más acordes con lo que le ocurre.
También está espléndido Benicio Del Toro en su papel del Sensei Sergio St. Carlos, un personaje secundario, de verdad, no como el de Sean Penn, que resulta apoteósico de divertido que es. Qué pena que no tenga más protagonismo porque ese amigo del alma de Bob es un tipo maravilloso. Incluso Chase Infiniti, ese descubrimiento de actriz que interpreta a la hija de DiCaprio, está estupenda. Todas las secuencias que unen a estos personajes son fabulosas, por lo que tenemos una gran parte del metraje que es espléndido.
Y es que Una batalla tras otra no es una mala película. Sólo hay que matizar que no es tan colosal como muchos afirman, como nos hubiera gustado que nos pareciera. Además de los actores, su parte técnica es impresionante, sobre todo su banda sonora, que no para en ningún momento. La música, ya sea en su score o en sus canciones, nos acompaña de manera continua, y cuando se detiene es porque la acción, momentáneamente, lo ha requerido. La banda sonora impone el ritmo del film, en buena medida, convirtiéndola, por fragmentos, en una película de lo más comercial o en una claramente de autor. O incluso en una mezcla de ambas, caso de esa persecución de coches, en la que parece que nosotros también surcamos, al volante, las dunas de la carretera.
Paul Thomas Anderson realiza un trabajo solvente a los mandos de Una batalla tras otra. Cuando está bien dirigida es admirable, pero cuando la película se desliza por el barro y se vuelve espesa, dejando a un lado la fluidez, nos apena que el conjunto no sea tan glorioso como creíamos que iba a ser. Claramente, la película va de menos a más. La última hora es tan brillante, si no tenemos en cuenta los excesos de Sean Penn en ella, que nos hace olvidar que al inicio fue tediosa, y nos anima a ponerle más nota de la que merece. Es, en su totalidad, una cinta más que correcta a la que que sus altibajos no sientan tan bien como quienes la han alabado creen. Pero es un buen ejemplo de comedia loca, de acertada sátira, con un discurso potente sobre unos Estados Unidos fluctuantes en su deseo de ser la mejor nación del mundo, a la que su actor protagonista le pone una guinda exquisita que le da al conjunto, admitámoslo, gran parte de los méritos de un film que será uno de los más relevantes de lo que llevamos de año.
Silvia García Jerez