Solo el fin del mundo: La discordia de Xavier Dolan
Solo el fin del mundo se centra en Louis (Gaspard Ulliel), un escritor que después de haber pasado 12 años fuera de su casa, decide volver para darle a su familia la noticia de que se está muriendo. Pero las cosas no parecen ir como Louis espera ya que lo que encuentra en casa es un ambiente tenso en el que es muy difícil hablar… de absolutamente nada.
Solo el fin del mundo es el sexto largometraje de Xavier Dolan, l´enfant terrible del cine canadiense que en muy poco tiempo se ha erigido en uno de los autores más respetados de la producción independiente mundial.
Con solo 27 años ya ha visto su carrera consolidada a nivel de crítica con trabajos como Yo maté a mi madre, Lawrence Anyways o Mommy, la más celebrada de todas cuya eliminación de la carrera al Oscar a la mejor película de habla no inglesa hace un par de años causó tanta indignación que la Academia se lo ha debido pensar mejor y lo ha recompensado permitiendo que en 2017 Solo el fin del mundo pase el corte y sea finalista.
Quien esto escribe no solo encontró razonable que Mommy no pudiera competir por el Oscar sino que tampoco entiende la pasión que Dolan levanta tanto en los festivales en los que compite como a la hora de estrenar comercialmente sus películas.
Su cine, siempre con tendencia a la histeria y a lo excesivo, por muy íntimo que sea el relato, resulta una carga y en muchas ocasiones una razón para la evasión mental de cuanto se contempla.
Es difícil empatizar con lo narrado. Uno piensa en el resultado que sus trabajos hubieran tenido de haber estado al mando de ellos otros directores y la conclusión es tan clara como desoladora: hubieran mejorado.
Y Solo el fin del mundo no es ajeno a este pensamiento. Sus momentos desquiciantes, en su mayoría ofrecidos por el personaje de Antoine Knipper, interpretado por Vincent Cassel, lo son en grado extremo y por mucho que se intente no se puede tener paciencia ante la situación que vive Louis, aunque se esté completamente de acuerdo con él.
Porque Louis, que es una representación del espectador, está tan sobrepasado por la falta de comunicación de su familia, tan impresionado con el hecho de que entre las paredes de su casa haya semejante vacío a pesar de que innumerables palabras vuelen por ellas, que el asombro deja paso al hastío debido a la saturación y el resultado carece de importancia.
Basada en la obra de teatro del mismo título, escrita por Jean-Luc Lagarde, Solo el fin del mundo tiene como mayor aliciente creativo a la hora de dirigir el film el respeto a los silencios y las palabras entrecortadas del texto original. Será un reto mantenerlas, pero a la vez resultan exasperantes. Es agotador que las conversaciones se desarrollen en esa dinámica, y una vez más, resulta un motivo para que la película no convenza.
Ni siquiera la presencia de Natalie Baye, Léa Seydoux o Marion Cotillard en el reparto, nombres ilustres en el cine que las requiera, acaban de ser un motivo de alegría mientras se está viendo la cinta. Al contrario, uno se pregunta por qué no eligieron otro proyecto más interesante en el que poder alabarlas como merecen.
El día 24 de enero sabremos si la Academia elije o no la película para que sea finalista al Oscar y pueda luchar por ganarlo. Hasta entonces, y gracias a su estreno, ya tenemos la posibilidad de opinar sobre sus méritos para concurrir a tan pomposo premio.
Silvia García Jerez