PINOCHO: El cuento en su oscuro esplendor
Pinocho es un famosísimo cuento italiano escrito por Carlo Collodi que se publicó entre los años 1882 y 1883 en el periódico Giornale per i bambini, junto a las ilustraciones de Enrico Mazzanti, y que se tituló Storia di un burattino.
A España llega, en su primera traducción, en el año 1912 y sus versiones a otros formatos empiezan a ser numerosas, ya que tiene adaptaciones a cómic, a obra de teatro o a varias películas, entre las cuales la más famosa es la que estrenó Disney en 1940. Una cinta tan icónica que en el imaginario colectivo es de la que la mayoría parte como si esa fuera la versión original que se escribió, cuando en realidad está tan suavizada como todos los cuentos de los que Walt consideraba que había que convertir en película.
Y es que el Pinocho original, titulado Las aventuras de Pinocho, de publicación para niños poco tenía. O mucho, si consideramos que en realidad los considerados cuentos infantiles son de una crueldad extrema para niños que comienzan a saber del mundo de la ficción.
Es increíble que se consideren aptas para ellos historias en las que se los engaña, se los quieren comer, se les maltrata y las pasan canutas a lo largo de la historia. Como instructivos para que sepan que el mundo no es sencillo y que van a tener que luchar mucho cuando sean mayores porque la vida no es fácil vale, pero a lo mejor, solo a lo mejor, esta manera de enseñárselo sea algo excesiva.
Así las cosas, el Pinocho que ahora se estrena, completamente alejado de la versión edulcorada de animación que todos recordamos, remite directamente a la dureza de la obra de Collodi y nos presenta el mundo lúgubre, pobre y terrible de la Italia en la que vive Geppetto, el carpintero que talla a Pinocho como el niño que el artesano querría haber tenido.
Esa Italia, llena de gente que, sin dinero, tiene que hacer trueques para conseguir la comida o los objetos que desea obtener, será en la que Pinocho aprenda, como niño de madera que quiere ser convertido en un niño de verdad, que quienes le rodean no siempre son todo lo amables que afirman ser y que las intenciones de aquellos que se encuentra por el camino tal vez no sean tan limpias como prometen.
También, por supuesto, aprende que mentir tiene sus consecuencias, que si no quieres estudiar va a ser peor para ti y que no todos los niños que conoce le darán las mejores ideas para moverse en la vida.
Y todo esto, que insisto, lo refleja con toda su crueldad la obra italiana original, que en su día incluyó un final definitivamente desalmado que se cambió, y que resulta tan instructiva para que los niños aprendan que en la vida no todo es diversión, aunque así les gustaría que fuera, también lo refleja esta versión cinematográfica que firma ahora Matteo Garrone, aquel que realizó Gomorra con tanta polémica en Italia y que luego arrasó también en premios y en estupendas críticas con la durísima y soberbia Dogman.
Es decir, una vez que leemos que Matteo Garrone la dirige, ya podemos esperar algo acorde con el espíritu original del cuento, del que en un principio se alejó pero al que tras un par de versiones del guión decidió volver y alejarse de la ternura que nos inspiraba el diseño y el resultado de la película de Disney, canciones incluidas, o sea, canciones no incluidas… aquí.
Pinocho (2020), versión de acción real, como ahora es costumbre que nos lleguen desde Hollywood, aunque hay que recordar que ésta, pese a que la distribuye Warner en nuestro país, es italiana, resulta ser, como película, un mazazo argumental y estético.
La parte argumental ya ha quedado explicada, Matteo Garrone aplica aquí el dicho La letra con sangre entra, de manera muy literal. Pero la parte estética también tiene que quedar clara, y es que a pesar de que la producción es apabullante, la mezcla de realidad y fantasía puede llevar al desconcierto: la dirección artística es inmejorable, la pobreza está plasmada desde la primera casa hasta la última del pueblo, el vestuario de los personajes, la peluquería, en todo cuanto abarca la mirada Pinocho es impecable, pero también hay que avisar de que su realismo es de un barroquismo sobrecogedor.
Porque la naturaleza cobra vida. El gato, el zorro, el grillo, el tiburón, todos los animales que estamos acostumbrados a ver como tales y a que sean transformados en seres que hablan, pero de forma agradable a la vista, aquí lo hacen con un realismo excesivo y oscuro, barroco como indicaba antes, de ese que no puedes negar que está bien hecho pero tampoco que sea llamativo y desafiante. Ambas cosas son posibles y ambas se dan la mano en esta particular versión de Pinocho.
Algún espectador que no espere tal grado de realismo podría pensar que no ha sido buena idea entrar en el cine para ver algo tan peculiar, y que los niños, por mucho que se trate de un cuento, no son el público ideal para esta versión del mismo, por mucho que Garrone haya comprobado la buena acogida entre estos últimos al ver la película con público en Italia. Y puede que tenga razón, al menos desde un punto de vista adulto, pero es que buena parte de la culpa la tiene la sociedad, que nos ha inculcado que los destinatarios primeros de los cuentos sean los niños cuando solo deberían serlo sus moralejas.
Y por otro lado, el hecho de que no se trate de una película estéticamente convencional para un cuento no significa que su logro artístico no sea un hecho. Al contrario, Pinocho podría calificarse como una obra de arte.
Su producción, la traslación fiel de la pobreza y la naturaleza que representan los actores metidos en sus prostéticos de animales son una proeza dentro del estándar que se exige a una película. El problema está en que su inherente oscuridad y la escasez de armonía entre el logro del realismo y la belleza romántica de nuestra idea de esa realidad adaptada habitualmente en el cine no es equivalente en este caso, y podemos llegar a rechazarla. Pero nunca nuestra percepción, subjetiva, deberá negar que la película de Matteo Garrone sea la obra de orfebrería minuciosa que nos ofrece.
Por lo tanto, estamos ante una versión apoteósica del cuento original, pero si nos acercamos a ella con la idea de que vamos a ver algo como el Disney que tenemos en mente vamos a salir huyendo a la mitad de la proyección. Tenemos que cambiar el chip y dejarnos llevar por este mundo en el que Roberto Beningni, que no dirige la película como muchos a lo mejor puedan pensar porque ya dirigió la fechada en 2002, solo aparece media hora.
Es el joven Federico Ielapi quien carga a su espalda un film que se adivina complicado de hacer, y en el que él, el pequeño Pinocho hecho de madera, lleva el peso de la historia, apoyado en la maravillosa banda sonora compuesta por Darío Marianelli, ganador del Oscar por Expiación.
Pinocho es una película que requiere reflexión. No solo la del mensaje que contiene, porque hay que reconocer que entre otros, el de la secuencia del juez que quiere encarcelar a Pinocho es para extrapolarla a nuestros días, también porque tachar de fallida una cinta porque no nos esperábamos lo que nos encontramos tampoco es justo para ella.
Así que una vez pasado el tiempo, pensada y asimilada, tendremos que concluir que Matteo Garrone ha vuelto a conseguir una obra mayúscula a la altura del original que ha querido adaptar y por la que él también se merece el reconocimiento de que el resultado es, en todos los sentidos, brutal.
Silvia García Jerez
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