EL NACIMIENTO DE UNA NACIÓN

El nacimiento de una nación cuenta la historia de Nat Turner (Nate Parker), un esclavo en la Virginia de principios del s. XIX que en su infancia se hace con un libro, aprende a leerlo y en consecuencia, la ama de la plantación de algodón le enseña la Biblia. Gracias a ella se convertirá en el predicador local podrá observar de primera mano las injusticias que se comenten con su raza, por lo que decide erigirse en el líder de la llamada Insurrección de Virginia, bajo la cual murieron decenas de amos primero y de hombres, mujeres y niños después, en represalia.

El nacimiento de una nación está basada en una historia real. Esta temporada, abarrotada de cine afroamericano en las carteleras, es la tercera película, tras Figuras ocultas y Loving, que se fija en hechos reales para formalizar el retrato de unos acontecimientos que marcaron el devenir de la humanidad.

Nate Parker, intérprete en títulos como La vida secreta de las abejas o En un lugar sin ley, se dirige a sí mismo en su ópera prima y se rodea de actores como Armie Hammer, al que acabamos de ver en la irregular Mine, Penelope Ann Miller o Jackie Earle Haley, el Rorschach de Watchmen y el Freddy Krueger de la Pesadilla en Elm Street del año 2010.

El naciemiento de una Nación
Armie Hammer y Nate Parker en EL NACIMIENTO DE UNA NACIÓN

Todos ellos dan credibilidad a unos personajes que configuraron una época a olvidar por el horror que supuso, pero a recordar por la memoria y por el cine, para que tanto las viejas como las nuevas generaciones tengan presente que los latigazos y las torturas utilizadas para fomentar la obediencia fueron habituales y no deben repetirse. Amos y esclavos quedan perfectamente retratados en un trabajo que goza de ser impecable a nivel formal pero que adolece de la emotividad que suele venir implícita en este tipo de relatos.

El naciemiento de una Nación
Nate Parker y Aja Naomi King contrayendo matrimonio en el film.

Las atrocidades que en El nacimiento de una nación ocurren no alteran al espectador más allá del hecho en sí, espeluznante, de que los personajes que sufren los horrores lo hagan, pero en ningún momento quedan impresos en nosotros como algo que cinematográficamente debamos recordar.
Y eso que El nacimiento de una nación tiene momentos duros, unos que ocurren delante de la cámara sin que ésta se aparte un segundo, y otros de los que únicamente asistimos a las consecuencias, tanto o más dolorosas que si viéramos los hechos que las producen. Pero ni de este modo traspasa la película la pantalla. Nos alcanza como título a tener en cuenta, recomendable incluso, pero no como la obra de arte en que se convierten las películas redondas.
Silvia García Jerez

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