MASS: Las víctimas del asesino
Mass comienza su relato en una iglesia, la episcopal de Hailey, Idaho, hacia donde vuelan Jay (Jason Isaacs) y Gail (Martha Plimpton) para encontrarse con Richard (Reed Birney) y Linda (Ann Dowd) y llevar a cabo el encuentro que tienen planeado, la conversación que tienen pendiente. Solo eso. Quedan para hablar.
Pero la conversación no será fácil, porque hace seis años ocurrió una tragedia en la que los hijos de ambos estuvieron implicados. El hijo del segundo matrimonio mató al del primero en un instituto, donde otros compañeros de la clase también fueron víctimas del asesino, quien a su vez fue víctima propia porque tras la matanza acabó con su vida.
Años después sigue siendo difícil hablar de esto pero el matrimonio oficialmente más perjudicado accede a que se produzca ese encuentro. Y digo el oficialmente más perjudicado porque los dos lo han sido, los dos han perdido un hijo, pero como al asesino la sociedad lo repudia, su familia lo paga. Y nadie quiere ni verlos, ni nombrar a esos padres que han traído al mundo a un monstruo. Pero también para ellos ha sido duro, y también se lo quieren contar al matrimonio cuyo hijo ha sido asesinado. Por el suyo.
Una charla dolorosa pero purificadora. Mass nos lleva a los lugares más recónditos de esos recuerdos que duelen para intentar, entre todos, saber de dónde partieron para llegar a donde llegaron. Qué pudo pasar para que un chico se convirtiera en asesino, por qué tuvo lugar una masacre y si se podía haber evitado. Y una vez que ocurrió, y ya han pasado unos años desde entonces, intentar que el odio no lo llene todo y los hunda como personas.
Mass es un retrato sincero y humilde de una tragedia insuperable que nace, más que de las ganas, de la necesidad de hacerlo. Fran Kranz, actor en películas como la estupenda Bloodsucking bastards, la infravalorada La Torre Oscura o la superlativa La cabaña del bosque, realiza aquí su debut como guionista y director. Y lo cierto es que aprueba, y con buena nota.
A excepción de un inicio un tanto agotador, en el que asistimos a la preparación del escenario, a cómo los encargados de la iglesia disponen la mesa y las sillas en las que van a sentarse los dos matrimonios, un prólogo un tanto excesivo para luego sumergirnos en la tragedia, el resto de la película es un auténtico acierto.
Sentimientos contenidos, sentimientos que estallan ante lo que se escucha. Preguntas, respuestas. Una atmósfera de personas heridas sin una curación fácil. Mass es todo eso.
Pero también lo son sus actores. Los cuatro están fabulosos, pero posiblemente sean ellas las que más nos desgarren. Asistir a las reacciones de Martha Plimpton, quien fuera la Goonie Stef, es asombroso. Desde su escena inicial en el coche ya marca un nivel que va a ir superando en cada intervención, a cada plano, en cada expresión de rechazo, en cada pregunta y en las historias que cuenta de su hijo. Ann Dowd está fabulosa, sobre todo en ese gran momento que la película le regala, ese en el que nos deja noqueados, sin habla, pero durante todo el desarrollo esa madre contenida que trata de estar tranquila pero a la que vemos tan inquieta por dentro, esa Martha Plimpton que quiere entender sin conseguirlo, es quien debería haber estado presente en la carrera de premios que acaba de terminar.
Mass es una película muy interesante pero tal vez no sea para todos los públicos. Es complicado permanecer ahí sentado, escuchando preguntas y testimonios que te revuelven en la butaca. Por muy bueno que sea el material al que nos enfrentamos, es de un dramatismo considerable. Y eso que no vemos nada de lo que ocurrió, solo escuchamos cómo fue. No se regodea en lo ocurrido, simplemente lo expone, lo cual también es terrorífico porque tu mente está generando esas imágenes. Y son una barbaridad. La barbarie a la que Estados Unidos se expone con más frecuencia de la que nos gustaría. Una vez ya es excesivo y estas cosas pasan allí demasiado, y en escenarios diversos, no solo en institutos.
Mass nos remite irremediablemente a nuestra Maixabel, la situación es la misma, acercándonos a las consecuencias de uno de esos actos terribles y lo hace a través de quienes engendraron a las víctimas. Y nos plantea preguntas también a nosotros, porque están implícitas en lo que vemos. Qué haríamos en nuestro caso, si también nosotros seríamos capaces de hacer una reunión semejante, si podríamos escuchar en lugar de insultar, si podríamos incluso preguntar más allá de mirar con odio.
Silvia García Jerez