MASPALOMAS: La viruela de ‘volver al armario’ en la vejez

Maspalomas supone el regreso a la gran pantalla de los autores de Marco, que no hace ni un año que se estrenó, ya que llegó a los cines el 8 de noviembre del pasado año. Así son de prolíficos los Moriarti, como se conoce a los directores que trabajan en dicha productora, José María Goenaga y Aitor Arregi, a quienes se le suma Jon Garaño cuando el proyecto encaja con él. Se van turnando, dos van a ser los directores mientras el tercero o está enfrascado en el guión o realizando un corto para la misma productora. Son los tres Jinetes del Apocalipsis. Tres grandes de nuestro cine.

Después de haber realizado varios cortos, llamaron la atención de la industria cuando presentaron Loreak (2014) al mundo. Primer acierto. Primera joya. Aquella la dirigían Jon Garaño y José Mari Goenaga. Y luego llegó Handia. Año 2017. En 2019 su trabajo más flojo, La trinchera infinita, que dirigieron los tres juntos. Duraba 147 minutos de metraje y le sobraba al menos media hora, si no algo más. Con una duración tradicional habría sido la obra maestra que se dijo que era y no fue. Más tarde, la serie Cristóbal Balenciaga, para Movistar+ y Marco el año pasado, un hito que en realidad no fue tan bien recibido como debió haber sido, entre otras razones porque era una película más árida de lo que cabía esperar de ella.

Nagore Aramburu y José Ramón Soroiz, hija y padre en esta ficción tan realista. Maspalomas
Nagore Aramburu y José Ramón Soroiz, hija y padre en esta ficción tan realista

Y ahora es el turno de Maspalomas, que se titula igual que el el nombre del municipio de Gran Canaria porque su comienzo, y su alma a lo largo de su historia, transcurren allí. En un lugar lleno de libertad, de esa que verdaderamente te deja vivir con la opción sexual que tengas a la edad que te dé la gana. Sin prejuicios, permitiéndote ser feliz ‘fuera del armario’. Tanto es así que, paradójicamente y como bien afirma su protagonista, Maspalomas se ha convertido, en sí misma, en un armario gigantesco.

El protagonista, Vicente (José Ramón Soroiz), es un anciano de 75 años que actualmente está soltero y disfrutando de una sexualidad libre en Maspalomas, en sus playas o en sus garitos nocturnos. Pero Vicente no siempre ha vivido así. De hecho, su juventud la pasó en San Sebastián, su lugar de origen, donde se vio obligado a formar una familia, pero cuando decide afrontar su verdadera sexualidad abandona a su mujer y a su hija y se va a vivir con el hombre que ama. Con él vive unos veinte años y ahora, solo, disfruta de su soltería a su aire, con la compañía de un amigo, Ramón (Zorion Eguileor), que le ofrece hasta su casa si Vicente la necesitara.

Así pasa su día a día, de playa en playa, de garito en garito. Así es feliz. Pero una noche, a punto de hacer un trío, se derrumba en el suelo del local, afectado por un ictus. Su recuperación lo llevará de nuevo a su San Sebastián natal, al amparo de su hija Nerea (Nagore Aramburu), con la que mantiene una nula relación debido al abandono que Vicente realizó del hogar hace años y, claro está, a la condición sexual de su padre. Pero Nerea no puede ocuparse de él de manera continua, por lo que ingresa a Vicente en una residencia, en la que, por descontado, tendrá que ‘volver al armario’ y ocultar que a él quien le gusta es el enfermero que lo atiende en lugar de las enfermeras disponibles.

Qué valientes son los Moriarti. Con ‘i’ latina, no como el Profesor Moriarty, archienemigo de Sherlock Holmes. Pero sí bautizaron la productora en su memoria, porque se llama así para dar una pista del tipo de cine que les gusta hacer, cine que haga pensar al espectador. Y sí, son muy valientes por abordar en Maspalomas una historia para la que se requiere una mente abierta. Fuera prejuicios. Vamos a hablar no tanto de un anciano gay, que ya es bastante tema a abordar, sino de una sociedad cerrada que si no admite a los jóvenes homosexuales menos aún va a acoger con normalidad a un señor de más de 70 años que también lo sea. Es más que un tema tabú: es algo impensable. Y también los hay. Pensémoslo.

Valientes, además, por incluir ese prólogo, tan despojado de vergüenza, tan realista, tan poco sutil, en la playa de Maspalomas, con ese Vicente buscando el placer con el único veto de que el chico que elige quiera o no echar un polvo con él. Un prólogo descarnado que nos recuerda a El desconocido del lago, sobresaliente thriller francés de 2013. Y valientes, cómo no, por situar la acción en el año 2020, el de la pandemia de COVID, sí, con todas las consecuencias políticas y médicas que eso conlleva.

Se ve bien, Maspalomas, en el sentido de que es una cinta apasionante, entretenidísima y muy inteligente. Tierna y dura a la vez, con un cuidado exquisito a la hora de exponer la homosexualidad cuando toca y de esconderla cuando la historia lo pide. Pero es una película incómoda, llena de capas con un significado social hondo. Su crítica a la sociedad no cesa, porque si el personaje gay es el amigo del protagonista va a tener menos foco en el relato, pero si el protagonista es el anciano homosexual vamos a sufrir por él todo lo que le ocurra. Y ya no vamos a desviarnos de sus problemas porque él es el centro de todo. Y lo vamos a acompañar como espectadores hasta mirando el móvil por debajo de su manta. Como un adolescente, exacto. ¿O es que pensáis que el deseo se esfuma pasada la edad de paternidad? Hay muchos tabúes que todavía hay que derribar.

Valentía, enorme, por cierto, también la de José Ramón Soroiz, el actor que interpreta a Vicente. Un intérprete al que hemos visto en Loreak, en Patria, la serie de HBO, en Cinco lobitos o en El bus de la vida, pero al que realmente ponemos cara en Maspalomas. Es la auténtica revelación de la película, sea o no candidato al Goya en esta categoría. Su trabajo aquí es tan hermoso que sólo dan ganas de aplaudirle. Es admirable cómo hace retroceder treinta años a su yo de setenta, cómo lo reduce a un ser que no es y cómo deja a un lado su libertad para sobrevivir en un entorno que él considera hostil, por mucho que lo traten lo mejor posible.

Su compañero de habitación, Xanti (espléndido, como siempre, Kándido Uranga), es todo lo contrario a él, pero es maravilloso ver cómo los Moriarti muestran su curiosa relación. Qué bien escrito está el guión de José Mari Goenaga para que todo entre ellos fluya con la tensión con la que lo hace. Porque la tensión no va a estar ausente, como es lógico. La amistad entre compañeros de habitación se va a desarrollar como en un thriller de tercera edad. Y ese es un logro más de una película impecable plagada de ellos.

Nos queda la hija, Nagore Aramburu, una gigante de la interpretación a la que no paramos de ver en trabajos prodigiosos, siempre distintos y siempre excelentes. La descubrimos en Loreak y desde entonces la hemos visto en títulos fabulosos a la altura de su talento como en las series Patria o Querer, de Alauda Ruiz de Azúa, con la que se ha consagrado como una imprescindible de nuestra industria. En Maspalomas vuelve a brillar en un personaje secundario complicado al que podemos entender a pesar su dilema.

Maspalomas es, además de todo lo dicho, una belleza. Es fabuloso que se pueda hacer, y estrenar, una película tan compleja. Y tan bonita en realidad. Es dura, pero a la vez es una delicia. Se disfruta en cada plano, a cada minuto. Porque está rodada con una sabiduría gigantesca y nos pone, como buena narración exquisita que es, en el centro de una problemática que también hace nuestra. Nos plantea preguntas como si apoyamos al protagonista, si nos da pena lo que le pasa, si no queremos o si nos da igual que lo pillen con el móvil, que lo descubran en la residencia en algún desliz que pueda cometer. De qué lado estás. Y siempre, por tu parte, habrá una respuesta. Lo que en realidad deberíamos contestar es que Maspalomas es una película gigantesca y que ojalá más cine así, del que derriba barreras.

Silvia García Jerez

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