LOS TORTUGA: Retrato de la inmigración migrante
Los tortuga fue una de las películas más aclamadas de la última edición del festival de cine de Málaga, en la que se vieron varias cintas muy interesantes. Éste, sumado a Sorda, La furia, Lo que queda de ti o Muy lejos, es otra de ellas.
Los tortuga habla de una familia pero el título no hace referencia a su apellido, como podría pensarse, sino a los migrantes que dejan su casa y se van buscando un futuro mejor con todo a cuestas, con sus pertenencias a modo de caparazón, igual que las tortugas. Y es que las protagonistas son Delia (Antonia Zegers) y Anabel (Elvira Lara), madre e hija que viven juntas en Collblanc, un barrio de Hospitalet de Llobregat, en Barcelona, desde hace 20 años, cuando dejaron la hija a la familia del pueblo de su padre, y la madre su Chile natal.
La existencia de ambas se tambalea cuando, por un lado, Julián, el padre y marido respectivamente, acaba de fallecer y las dos tienen que afrontar la vida sin él. Y cuando, por otro, le llega una orden de desahucio debido a que el edificio en el que viven ha sido adquirido por un fondo inversor. Tendrán que buscarse otro piso, pero Delia es una taxista que aunque trabaja a destajo no tiene recaudaciones boyantes, y su hija es una estudiante de cine de 18 años. Su situación, por lo tanto, no es mejor que la de ‘los tortuga’ de antaño que se veían en esas fotos en blanco y negro que creían parte del pasado, superadas en el presente.
Los tortuga nos lleva al universo de la inmigración pero nos convierte a todos en migrantes, gracias a su visión global en la que a cada uno de nosotros nos puede pasar lo que en la película ocurre. No estamos exentos de esa realidad a la que tanto nos cuesta mirar. Del campo a la ciudad, de una ciudad a otra. La vida, muchas veces, es una constante migración, y no por vivir en la ciudad tu vida va a ser mejor. Tal vez no sea así, por mucho que lleves años manteniéndote en ella.
Belén Funes, su directora y guionista, responsable en 2019 de La hija de un ladrón, en la que juntó a Eduard Fernández con su hija Greta para los personajes protagonistas, habla aquí de realidades muy reconocibles. Es el día a día de muchas personas. Sobrevivir. Y de temas que están presentes en los informativos y telediarios, como los desahucios, los sueldos precarios o la España que se marcha del campo a la ciudad.
Lo que Los tortuga cuenta es interesantísimo y su resultado es muy superior a gran parte de ese cine campestre, aunque sobre todo nos sitúe en la ciudad, que tanto estamos viendo en la gran pantalla en los últimos años. Aún así, le falta fuerza para ser todo lo desgarradora que su historia requiere. Casi nada de lo que ocurre en el metraje es positivo para los personajes pero eso no nos arrastra anímicamente como espectadores, no se trata de un Ken Loach intenso como piden los acontecimientos de la cinta. Más bien pasamos por ellos con la tristeza de que sucedan pero sin que ese componente dramático nos arrolle.
Ni siquiera la interpretación de la gran Antonia Zegler, una mujer con una personalidad apabullante en la pantalla que suele darle a sus personajes una dimensión estratosférica, de tal modo que durante la proyección no podamos apartar la mirada de su trabajo y, tras ella, se nos quede grabado su actoral logro como otro hito a lograr por quien se atreva a intentar igualarla. Sucedía en El clan, inolvidable film chileno sobre todo gracias a su intervención o en El castigo, que ella convertía en una película especialmente espeluznante. Pero en esta ocasión está a la altura de Elvira Lara, la intérprete de su hija, y ambas luchan por alcanzar una vida digna y una felicidad que se les resiste, de tal manera que las dos nos ofrecen momentos únicos en una película que recordaremos por el tándem tan brillante que acaban formando.
Los tortuga nos sirve como espejo en el que mirarnos porque nada de lo que sucede en ella nos es ajeno. Todos conocemos las situaciones que plantea y verlas reflejadas en la pantalla nos conmueve, nos identificamos con sus reveses y cómo no, les deseamos lo mejor en medio de sus infortunios.
Silvia García Jerez