LOS DOMINGOS: Dinamitando la rutina
Los domingos es un milagro hecho cine. La segunda película de Alauda Ruiz de Azúa como guionista y directora, tras su sensacional debut con Cinco lobitos y su portentoso trabajo en los cuatro capítulos de la serie Querer, de Movistar+, nos confirma a una autora con mayúsculas, a una mujer que sabe lo que hace en la escritura de historias, en la creación de asombrosos diálogos y en la dirección, tanto de intérpretes como de atmósferas. Una cineasta total capaz de emocionarnos con la historia más dispar que se disponga a contar, porque ninguna de ellas tiene que ver entre sí, aunque a los tres proyectos los unen el seno familiar como base y referencia.
En Cinco lobitos una madre primeriza se veía forzada a madurar con rapidez cuando le toca cuidar a la la suya, abuela de la recién nacida. En Querer, el centro de atención era una mujer que decidía, harta ya de una convivencia infernal con su marido, pedirle el divorcio para dejar atrás los abusos sexuales a los que la costumbre y la educación machista recibida durante décadas la abocaban de por vida. Con lo que eso suponía también para los hijos del matrimonio.
En Los domingos, una jovencita de 17 años, Ainara (Blanca Soroa) desestabiliza a su familia cuando se da cuenta de que su vocación religiosa es lo suficientemente fuerte como para querer probar la vida en clausura. Su padre, Iñaki (Miguel Garcés) entiende que pueda ser lo que ella quiera pero su tía, Maite (Patricia López Arnaiz), que es atea, se muestra aparentemente, y sólo aparentemente, comprensiva con la idea de su sobrina. Así que, por supuesto, el conflicto familiar no tardará en estallar.
Los domingos son días de ir a misa. Son, como decía Sally (Meg Ryan), en esa obra maestra de la comedia que era Cuando Harry encontró a Sally, ‘el día del Señor’. Incluso las personas ateas, o no practicantes, conocen la importancia que ir a misa los domingos tiene para los más creyentes. Está tan arraigado en las costumbres españolas que, aunque en tiempos en los que el fervor religioso ha perdido auge, se siguen manteniendo hábitos de cuanto rodea a ese rito, incluyendo ir a comer a casa de los parientes más cercanos. Los domingos son días de reuniones, de festejos entre los más allegados. Y en la película de Alauda Ruiz de Azúa suponen el motivo de la discordia. Porque allí, la dedicación a Cristo ya no es algo más que toque hacer en el calendario, es lo que puede romper la convivencia en la casa.
La atmósfera que crea Alauda en Los domingos es hipnótica, es la de un thriller costumbrista tan atípico que nos cuesta adivinar cada uno de sus movimientos. Porque no se sumerge en un tema fácil, ni mucho menos comercial, y conseguir que ningún espectador aparte la vista de la pantalla ante algo tan delicado es un triunfo. Ya lo era, suponemos, poner en pie una producción de semejante calibre. El hecho de que una chica dinamite la rutina familiar con su decisión de querer ser monja de clausura es, en un país donde la religión sigue siendo, más en los pueblos que en las ciudades, pero también en ellas, un motivo de discusión, le otorga a la producción un nivel de riesgo añadido al de cualquier film que no contenga veinte minutos de persecución cada diez de metraje. Y aún así, sostenida por unos diálogos de una precisión milimétrica, unas interpretaciones majestuosas y unas situaciones límite, nos mantiene en una tensión que hacía mucho tiempo que no vivíamos en una sala de cine.
En efecto, Los domingos obra el milagro de asombrarnos a cada minuto. A cada escena construida con un talento desbordante y un amor gigantesco por un personaje, una chica que se encuentra en la encrucijada de su existencia y a la que respeta mientras aclara su mente y su alma, dejando que sean los demás personajes los que se expongan, haciéndonos a nosotros, como espectadores, partícipes de sus dudas, preguntándonos a su vez qué haríamos nosotros ante semejante situación.
Por supuesto, las tramas van a empezar a complicar las cosas. El punto de partida es el expuesto pero la película va a tener unas ramificaciones que la van a convertir en un reto para los propios personajes. Y eso va a convertir a Los domingos en la película estratosférica que vamos a ver proyectada en la pantalla. Todo está muy pensado, muy medido por parte de Alauda, para conformar una cinta digna de la Concha de Oro que acaba de ganar en San Sebastián.
El trabajo de Patricia López Arnaiz es de los que hacen época. Una mujer que no se resigna a que los domingos puedan ser de otra manera, y el de Miguel Garcés, como el padre Ainara, es tan perfecto llevando luz a los rincones que Maite llena de oscuridad que sólo podemos rendirnos a la evidencia de que el suyo es uno de esos personajes que vamos a recordar siempre. Y qué decir de la debutante Blanca Soroa como la chica que quiere ser monja. Es apabullante hasta qué punto no parece lo primero que hace. Sus matices son de una madurez exquisita y nos lleva con una delicadeza sublime a ir descubriendo el mundo del que desea formar parte.
Nos queda reconocer el año tan grandioso que está teniendo Nagore Aramburu. La vimos en Querer, ganando alabanzas y premios -el Feroz a la mejor actriz en una serie fue para ella- y este mismo año aún tiene en cartel Maspalomas, en la que interpreta a la hija del protagonista, un hombre de más de 70 años que se ve obligado a volver al armario del que salió hace tiempo cuando un ictus lo lleva de vuelta a un hogar, Bilbao, que nunca consideró suyo, en una residencia que no reconoce como su casa. Nagore brillaba allí y lo hace también aquí, en Los domingos, con una naturalidad digna de los actores más grandes, esos que no sobreactúan y no requieren de florituras para que todos nos creamos su nuevo nombre y su nueva personalidad, la que le otorga ese nuevo papel en una historia que nada tiene que ver con la anterior.
Los domingos nace ya colosal. Se estrena siendo un clásico, igual que lo hizo la polaca Ida, de Pawel Pawlikowski, a la que por momentos recuerda de manera inevitable y siempre para bien. Es una película tan descomunal que resulta increíble que no haya cruzado líneas como la demagogia o la petulancia al tratar un tema que podría prestarse a ello. Simplemente expone hechos, nunca los juzga, y lo hace con la sencillez como único ingrediente. Con conversaciones casuales que se convierten en pequeños momentos rebosantes de buen cine, de pasión por lo bien hecho, por que todo acabe siendo real y te conmueva esa familia en la que cada miembro es un planeta en sí mismo y no necesariamente el mejor alrededor del que orbitar.
Los domingos, esos días tan aparentemente tranquilos, son días convulsos para la familia de Ainara. Decisiones duras y personas que no están preparadas para afrontarlas, porque a veces sólo estamos dispuestos a aceptar aquello que se adecúa a nuestros esquemas. A veces lo mejor que puede pasarles a esas personas es que llegue el lunes.
Silvia García Jerez