LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO
LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO, de Steven Spielberg
Cada vez que Steven Spielberg pone en marcha un nuevo proyecto el mundo parece alegrarse. Es la primera reacción ante el hecho de saber que un nombre legendario vuelve a ponerse tras las cámaras para ofrecernos una película en el trámite aproximado de un año, dependiendo de lo que le ocupe la postproducción de la misma.
Pero si somos un poco más estrictos y lo pensamos fríamente, no todos los trabajos del director de El diablo sobre ruedas son igual de bienvenidos. Cuenta la leyenda que a principios de los años 90 Steven quería rodar La lista de Schindler, acerca de un tema que le tocaba muy de cerca y de un hombre, Oscar Schindler, al que quería rendir homenaje.
Pero no lo tuvo fácil: en el estudio le dijeron que nadie querría ver una película en blanco y negro sobre el Holocausto judío y que si quería rodarla debía, para compensar el supuesto batacazo, realizar Parque Jurásico, la cinta que verdaderamente engordaría la taquilla.
Y, cosas del Rey Midas de Hollywood, la segunda, efectivamente, obtuvo récords de recaudación, dando lugar a secuelas, una de ellas dirigida por él mismo, que llegan hasta nuestros días, con una nueva entrega de la saga, en este caso bajo la batuta de J. A. Bayona, que verá la luz en nuestras pantallas el próximo verano. Pero es que aquella que contaba con un Oscar en el título se haría con siete de los que otorga la Academia de Hollywood.
Spielberg dejaba claro, si años atrás con El color púrpura, Encuentros en la Tercera Fase o El imperio del sol no lo había hecho, que era perfectamente capaz de compaginar el cine comercial como E.T. El Extraterrestre o En busca del Arca perdida con el mal denominado cine de autor.
Y lo sigue haciendo. Años después de dicha hazaña, y de otras como Munich, Lincoln o El puente de los espías en medio de Atrápame si puedes, La guerra de los mundos o Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio, abre 2018 con Los archivos del Pentágono tres meses antes de que llegue, una vez más, la verdaderamente esperada por quienes prefieren al Spielberg dedicado íntegramente al entretenimiento, Ready Player One.
Pero el entretenimiento puede, y debe, aunque no siempre lo consiga, ser apasionante. Y viceversa. Si una película resulta ser apasionante es porque el entretenimiento se ha colado en su desarrollo. La jungla de cristal responde al primer requerimiento y su resultado es tan absorbente que también es apasionante. Todos los hombres del presidente, que en principio obedecería únicamente al segundo término, se convierte en entretenimiento cuando no podemos dejar, ni por un segundo, de atender a lo que nos cuenta.
Los archivos del Pentágono también estaría circunscrita en el logro que consigue la obra de Alan J. Pakula. Steven Spielberg nos presenta, con apasionante dinamismo, cómo el Washington Post, que en 1971 era un pequeño periódico local, se hizo con las miles de páginas del informe McNamara que dejaba en evidencia las mentiras del Gobierno de Estados Unidos acerca de la guerra de Vietnam, y cómo, gracias a la determinación de Ben Bradlee, su redactor jefe, y de Katherine Graham, la dueña de la publicación, los documentos llegaron a los lectores.
MERYL STREEP Y TOM HANKS
Parece mentira que dos actores tan consolidados como Meryl Streep y Tom Hanks nunca hubieran trabajado juntos antes de Los archivos del Pentágono, pero las filmografías de ambos evidencian ese pequeño detalle que Steven Spielberg ha subsanado.
Los archivos del Pentágono supone la quinta colaboración del director con el intérprete de Forrest Gump. Comenzaron con Salvar al soldado Ryan y continuaron con Atrápame si puedes, La terminal y El puente de los espías antes de la que nos ocupa. Y por mucho que Steven, que conocía a Meryl por amigos comunes, y es de suponer que también por coincidir en galas de premios de forma constante, quiso dirigirla con anterioridad, no encontró ningún proyecto en el que la actriz encajara. Hasta ahora.
Y lo cierto es que verlos juntos en la pantalla es un espectáculo. No siempre comparten escenas. Dedicados los dos al mismo medio de comunicación, por aquel entonces sus cometidos no los ejercían ambos en la redacción. Su amistad, y la lealtad que Ben Bradlee le profesaba a Kay Graham, que en todo momento la considera su jefa y la trata como a tal, les procura intantes portentosos fuera del periódico. Las visitas de Ben a casa de Kay son tan reincidentes que ésta ha de tomárselas con un humor tan agradecido como bien introducido en el desarrollo de los acontecimientos.
Pero es precisamente esa distinción entre funciones lo que hace que también se diferencien sus interpretaciones. De este modo, mientras Ben Bradley, interpretado por Tom Hanks, cuenta con las frases más brillantes por la lógica y la desesperación a la que se enfrenta su personaje (¿No estáis hartos de leer las noticias en lugar de darlas?, exclama sabiamente ante sus redactores en una de las reuniones en las que les exige más nivel periodístico) Kay, a la que da vida Meryl Streep, cuenta con los momentos imborrables.
Steven Spielberg planifica sus escenas para dejar patente su admiración por ella. Por la Kay real y la que lo parece. Una mujer que nunca pretendió ser importante porque en su educación y en su entorno tal posiblidad no cabía, pero que se dio cuenta de que era tan capaz como un hombre de ejercer un puesto de responsabilidad y de tomar correctamente grandes decisiones tiene que venir cinematográficamente presentada por planos a la altura de su epopeya.
Lo demuestran un contrapicado mientras atiende una crucial llamada telefónica alrededor de la cual gira la cámara en un travelling circular que ya lo habría querido para sí la Norma Desmond de El crepúsculo de los dioses. O ese otro instante, también primordial para la trama, en el que los personajes están situados para evidenciar su rendición ante una gran señora a la que su camisón no resta un ápice de majestuosidad.
LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO y la libertad de prensa
A veces, solo a veces, las películas basadas en hechos reales no cuentan ni con la narrativa ni con la dirección plana que caracteriza a los telefilms, sino que son cine con mayúsculas del que vale la pena estudiar en las escuelas. Los archivos del Pentágono nos acerca a ese clasicismo que en décadas pasadas, allá por los años 70, aunque nada lejanas por mucho que algunos se empeñen en que un título de hace diez años pertenece al Pleistoceno, tanto aplaudieron crítica y público.
Es de imaginar que hoy una película como El Padrino lo tendría muy difícil para triunfar, pero cuando vemos que Clint Eastwood nos deleita con un estilo de dirección que afortunadamente solo ha cambiado para adecuarse a la historia en lugar de a los tiempos que vivimos, cabe deducir que no todo está perdido y que todavía queda espacio para los maestros.
Y Steven Spielberg es uno de ellos. Asistir como espectador a un plano general dentro del Washington Post en el que vemos a Ben junto a su equipo yendo a su despacho, apreciar que la cámara los sigue por un pasillo entre las mesas de la redacción y los acompaña hasta la mesa del redactor jefe para girar y mostrarnos la redacción al fondo con ellos hablando en primer término, es algo a lo que la pantalla grande ha dejado de acostumbrarnos.
Pero Los archivos del Pentágono no solo nos muestra a un Steven Spielberg como concienzudo planificador, también nos emociona con secuencias antológicas como en la que los chicos, una vez asumido el inmenso poder que tienen entre manos, se disponen a ordenar, leer y seleccionar lo crucial de su contenido. Estamos ante un drama, pero gracias a su dinamismo interno por momentos podría pasar por ese cine de acción que ha hecho de su director una leyenda.
Lo duro viene después. Conseguido el material toca decidir si se publica. Y es que, más allá de los miles de comprometedores papeles está la libertad de prensa de la que, en realidad, Los archivos del Pentágono habla. Porque quien esgrima como argumento que Todos los hombres del presidente sea mejor película que la presente, debe caer en el detalle de que la investigación no es la misma ni tampoco las consecuencias.
El caso que aquí se relata dará lugar a que el otro pueda ser posible, no al revés, y es la conquistada libertad de prensa la que permite que el Watergate pueda hacerse público. Sin Los archivos del Pentágono tal vez la Historia sería distinta y el cine no habría podido ocuparse de lo que Carl Berstein y Bob Woodward destaparon.
La defensa de una prensa libre independiente del Gobierno, que intenta que no cumpla con su deber, resulta especialmente emocionante en Los archivos del Pentágono pero también lo es ver la integridad con la que Ben y Kay intentan no dejarse arrastar por el camino más facil. Y, cómo no, su lucha, y más en estos tiempos, nos recuerda que el periodismo valiente es posible.
Silvia García Jerez