LO QUE APRENDÍ DE MI PINGÜINO: Lecciones del ser más inesperado

Lo que aprendí de mi pingüino. Qué título más raro. Sí, pero es (The penguin lessons) bastante aproximado al que le puso el profesor Tom Michell (Steve Coogan) al libro en el que publicó sus memorias precisamente con ese peculiar animal al que tuvo como mascota durante un tiempo en Buenos Aires, a donde fue a parar tras sentirse decepcionado con su vida en Inglaterra.

Eso sí, llega a Buenos Aires en 1976, cuando ante los primeros síntomas de una posible dictadura militar que aún no saben si se consolidará o en qué acabará, el director del colegio al que acaba de llegar (Jonathan Pryce) decide cerrar el centro dos semanas, a ver si es posible que las cosas se calmen. Entonces Tom se marcha de viaje a Uruguay y allí, en una pretendida noche loca que se inicia en un bar acaba con su ligue en una playa de Punta del Este y ambos descubren una manada de pingüinos muertos por vertidos de petróleo. Pero hay uno que se mueve, que trata de salir de allí, sin fuerzas para conseguirlo. Tom, junto a la mujer que lo acompaña, ayuda a la pequeña ave marina, la saca de la arena tóxica y la lleva a su casa, donde le dan un baño y le quitan todo el producto pernicioso que tenía encima.

Una vez la chica se marcha sin cumplir las expectativas que Tom tenía puestas en ella, el profesor se queda solo en su piso con el pingüino. Intentará deshacerse él. Lo lleva a la playa, incluso lo lanza al mar. Pero nada, el pingüino no se despega de su lado. Hasta le pone nombre: Juan Salvador -por Juan Salvador Gaviota- y se hace a la idea de que tiene que ser su nueva mascota. Le guste o no, porque el pingüino se ha empeñado y las circunstancias, una detrás de otra, harán que Tom lo adopte como tal. Y a partir de ahí, poco a poco, ya de vuelta en su centro de trabajo argentino, Juan Salvador va a cambiar la vida de todos los que lo rodean.

LO QUE APRENDÍ DE MI PINGÜINO. Encontrarse con un pingüino supondrá un cambio en la vida de Tom (Steve Coogan)
Encontrarse con un pingüino supondrá un cambio en la vida de Tom (Steve Coogan)

Lo que aprendí de mi pingüino es una película británica pero en la que también participan Estados Unidos y España. De hecho, en buena parte del metraje se habla en español, Steve Coogan incluido, que hace una demostración bastante evidente de la fluidez con la que domina nuestra lengua, dándole el mayor realismo posible al hecho de que está viviendo en un país en el que no se habla inglés, y en el que él mismo trabaja como profesor de inglés. Al menos en la versión original del film. Desconocemos si en la doblada todo el metraje se transformará en castellano sin más variación de idiomas.

Y está espléndido Coogan como un ciudadano desilusionado y sin un rumbo fijo que darle a su vida hasta que aparece esta simpática ave que a todos va encandilando porque es muy exótico tener un pingüino en tu casa y porque… admitámoslo: es una monada. Esa sensación de no saber bien qué hacer con tu existencia hasta que la responsabilidad por Juan Salvador y la empatía hacia ese animal tan peculiar van haciéndole más sensible a todo la transmite muy bien Coogan a medida que se suceden las secuencias. Lo que aprendí de mi pingüino es una película deliciosa gracias, en buena medida, a su magnífico trabajo.

Al suyo y al de los actores que lo rodean. Un plantel enorme de ellos, entre alumnos y personal del centro, que entran en la vida de Tom para ser pequeñas partes fundamentales de ella. Pero no todo va a ser felicidad para ellos. Ni para muchos de los que sufren las consecuencias directas de la dictadura, que por supuesto se consolidó en Argentina. Porque hay gente que desaparece, gente a la que se llevaban y nunca más se la volvía a ver, y a Tom también le va a tocar de cerca eso.

Por eso, además de una linda y simpática película de un profesor con un pingüino a su cargo, nos desconcierta el hecho de que ésta trate las tramas en las que asoma la dictadura con el mismo tono amable con el que nos habla de la curiosa amistad que centra el film y le da título. No, las dos cosas no pueden ser tratadas de la misma manera. Las acciones que se muestran con respecto a lo más oscuro de la Historia de Argentina no deberían contar con ninguna amabilidad narrativa. Se trata de una película sencilla sin interés en ahondar emocionalmente en ese aspecto para un público adulto, pero también familiar, por qué no, al que podría desagradarle un drama más intenso en esa ya de por sí desagradable época del país hispanoamericano. Pero es que si las cosas sucedieron así, hay que darles el tratamiento que requieren, en lugar de suavizarlas en pos de un resultado global en el que, en cualquier caso, la historia del pingüino es la primordial y como tal se recordará.

Lo que aprendí de mi pingüino no es mala pero tampoco deja huella. Se trata de una producción inglesa, con la elegancia con la que siempre nos trasladan sus historias y el fino toque de humor con el que ruedan las escenas con el pingüino, un secundario atípico pero lleno de carisma. Esos son puntos positivos, pero el tono siempre sutil con el que el vemos lo más sórdido de la película no ayuda a que nos encandile el conjunto. Chirría que el drama intenso no llegue a hacerse patente, que no haya contraste entre la luz y la oscuridad de los dos relatos que se entrecruzan. Por eso es más floja de lo que debería ser, por su timidez en mostrarse firme, por su falta de contundencia ante la maldad. Porque el resultado es, sin llegar a serlo, casi el de un telefilme de tarde a emitir en cualquier canal de televisión. No lo es porque tiene un empaque que no la deja enmarcarse en ese casillero, pero su espíritu sí la mandaría a él de inmediato. Y es una lástima que un film con tantas virtudes acabe un poco en tierra de nadie, pudiendo haberse situado entre lo insólito y lo brillante, pudiendo haber sido absolutamente genial.

Silvia García Jerez

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